Revista Literatura

El abusón

Publicado el 06 junio 2011 por Gasolinero

En cualquier saga, incluido en este humilde y agreste blog, siempre hay un matón; alguien que aprovechándose de su situación ventajosa, del tipo que sea, abusa de los demás. Ahí están las joyas de la literatura universal como constancia de lo que digo, diligente lector.

En esta ocasión el abusica era un guardia civil de tráfico, con el nombre de uno de los apóstoles que no conocieron a Jesús; fácil dilema pues solo fueron dos. Era alto y se cubría los ojos con gafas de sol, en este caso no espejadas. El uniforme le daba un aspecto ridículo: un torso corpulento, apoyado en unas piernas finísimas, acentuado por las mallas y botas del traje oficial. Por lo demás y como nota destacable de su persona, estaba el halo de odio, prepotencia y caspa, todo mezclado y en grado superlativo, que lo orlaba cual aura. Este agente tenía especial predilección por los camioneros. Sistemáticamente los machacaba a multas por exceso del peso transportado. Los camiones están autorizados a llevar un máximo de kilos de mercancía, perfectamente especificado en la documentación del vehículo y en una placa colocada en el auto, que avisa de la tara y el peso máximo a transportar por el semoviente. Dentro de los camineros, la saña la dirigía hacia los más débiles, pequeños autónomos medio arruinados que hacían portes para la agricultura y la construcción y que no sacaban ni para el gasoil.

En la vega del río Zancara, unos pocos kilómetros al norte en dirección Pedro Muñoz, había, y creo que aún existen, canteras de arena. Esa carretera tenía un gran tráfico de camiones cargados del árido material, todos susceptibles de llevar kilos de más en su cajas, pues la arena la despachaban por metros cúbicos y la cargaban a paletadas de excavadora, siendo muy difícil calcular los kilogramos porteados, que dependía, entre otras cosas, de la humedad de la arena. Nuestro héroe tenía minada la citada vía y la recorría diariamente. Se ponía en cualquier recodo de la misma, elegía su presa, la paraba, examinaba su documentación y la llevaba a la báscula de Tomelloso a comprobar el peso de la carga. Los transportistas que hacían esa ruta, tenían establecidas una serie de señales para indicarse donde estaba la pareja y poder zafarse de la segura sanción. Generalmente se paraban antes de llegar al sitio del control, saliendo todos en desbandada cuando la patrulla abandonaba el lugar, bien por llegar la hora del relevo, bien porque había caído en la celada algún desprevenido.

El citado agente y su pareja pararon en un día lluvioso a un conocido camionero de la localidad. Uno al que años después se le descubrió que tenía dos familias, una en Tomelloso y otra en un pueblo de Jaén y que mantuvo en secreto durante décadas, conviviendo con ellas perfectamente, debido seguramente a su profesión. Tras revisar la documentación y demás formalidades, le espetó nuestro héroe al bígamo transportista, que tirara tras ellos a la báscula. El chófer sabiendo que iba a ser objeto de una fuerte sanción, ya que trasportaba alguna que otra tonelada más de las autorizadas, decidió apartarse en un camino y bascular en medio del campo parte de la carga para poder librarse de la multa. Así lo hizo, con la mala suerte de que una vez efectuada la maniobra, atascó debido a la humedad del terreno. Los civiles, que estaban esperando en la báscula y dada la tardanza del supuesto infractor, decidieron desandar el trayecto en su busca, encontrándolo clavado hasta los ejes e intentando sacar el vehículo. No consta en los anales la sanción a la que fue sometido el libertino camionero.

También durante la temporada de la remolacha hacía su agosto. Este tubérculo era transportado desde los campos a Linares o Cuidad Real para transformarlo en azúcar; durante ese trasiego nuestro simpar agente hacía de las suyas. Un día pasó al «palacio de la moscas» a tomarse un café, pletórico y sin reparar en la parroquia presente, dirigiéndose al camarero.

—Un café, que hoy han caído ¡cinco!

De entre lo clientes asomó un pequeño y fallecido conductor al que apodaban, debido a su tamaño «punta puro» y que descompuesto le dijo:

—¿Te alegras por multar? —y le advirtió— Ten cuidado con mi camión, ya que seguramente cuando me des el alto se va a quedar sin frenos y…

Un domingo íbamos Mari Carmen y un servidor por Ruidera, probando un Ford Escort recién agenciado. En un momento determinado, paramos el coche para que lo condujera ella, sin ponernos el cinturón de seguridad, a escasos diez metros estaban nuestro ínclito amigo y su compañero de patrulla, uno a cada lado de la carretera. Nos paró la otra mitad de la pareja, quedándose nuestro amigo al margen. Buscando compasión me baje del coche y acudí donde el casposo se hallaba, pues lo conocía de la gasolinera, cuando llegué frente al él se giró dándome la espalda e ignorándome completamente. Nos llevamos una multa de cinco mil pesetas. Ocurrió que a las pocas semanas me encontraba de turno de noche y cayo una espectacular tormenta veraniega. Al rato acudió nuestro héroe motorizado, hecho una sopa y con intención de pasar a las dependencias del surtidor, cuando estaba llegando a la puerta, eché el cerrojo y me di la vuelta, como él me hizo días antes, quedándose con un palmo de narices y yéndose a secar a otro sitio.

Afortunadamente para mi fue trasladado al poco tiempo.

www.youtube.com/watch?v=UFLJFl7ws_0

 


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