Revista Talentos

El amor de una cajera

Publicado el 13 junio 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
El amor de una cajeraPamela vio la cara de friolento de Martín por primera vez esperando en un hotel alojamiento. No abundaré sobre detalles descriptivos sobre las parejas ocasionales de cada uno, sólo diré que el muchacho de Pamela pagó una standard, luego de intentar pagar a medias y que la chica de Martín no usaba perfume. Un tipo viejo salió con una morocha taconeando, ese fue el final del primer encuentro entre los futuros enamorados.
Martín solía ir a la plaza Mafalda a observar el amor pre adolescente, extrañaba las fugas del colegio entre besos, los olores berretas y los peinados mal imitados. Pamela paseaba su perra por ahí, sin correa. El vistazo breve selló la necesidad de juntarse, hablar, esa misma noche en esa misma plaza tuvieron sexo.
Un poco por comodidad, otro poco porque en su pieza debía varios meses, el muchacho se fue quedando. Pamela cocinaba bien y siempre tenía ropa interior linda. Trabajaba de cajera en un supermercado, eso sumado a las changas que agarraba Martín en alguna obrita de teatro barrial les alcanzaba para pucherear. A ella el amor le brotaba por las venas, lo había tenido ahí mucho tiempo, rebalsando, buscando donde canalizarlo. Él, como buen artista,era un receptor de amor nato, necesitaba afecto, reconocimiento, pero sus ambiciones no satisfechas hacían que nada le alcanzara.
Una alemana con todas las letras se enamoró de Martín mientras ambos realizaban una adaptación de “Hamlet” en el Fortín de Villa Ortuzar. La rubia entregó su amor contante y sonante en dos o tres ocasiones aprovechando los intervalos. El artista se rindió ante la potencia alemana en carne y no en alma. El despecho de quien interpretaba a “Ofelia” la llevó a contar a Pamela sus intimidades con el muchacho para después ahogarse en las turbulentas aguas del Reconquista, finalizando una actuación hiperrealista que nadie aplaudió.
Pamela, afligida, tomó el toro por las astas y a Martín por las orejas, encerró al artista en el lavadero, atado con unos cables de plancha al termotanque, entre la comida y las piedritas del gato y cestos de ropa sucia de hace tiempo, en su mayoría ropa intima que luego de un par de usos la cajera desechaba mostrando un trastorno obsesivo compulsivo que mantenía un poco en secreto.
La rutina era bastante previsible, la comida llegaba casi a la misma hora todos los días, acompañada de una coca cola, el aseo con unos baldes, el frío se pasaba pegándose al termotanque. Sólo debía tener cuidado del ataque traicionero de la gata rastrera. Pamela le ponía la AM antes de irse para que no se le vaya a morir de tristeza. Con los días Pamela aflojaba y tenían un sexo extraño, un poco yoguico. Le decía al oído que lo había perdonado, que lo amaba, pero que los cables no los pensaba aflojar, el aceptaba, triste, con un poco de miedo a morir porque el termo estaba flojo.
Una tarde en la que Pamela volvía dispuesta a devorar la cama con una merecida siesta, se encontró con la puerta abierta, los cables tirados en el living y su pobre gata muerta. Desesperada prendió la televisión, corrió al gato del centro de la escena y entre arrepentimiento y la culpa guardo la ropa en un bolso.
Lista para salir, echando un vistazo breve a lo que dejaba atrás, cruzó la puerta para encontrarse con un Martín que venía con algunas herramientas en la mano.
-Se cayó el termotanque, ahí traje para arreglarlo.También traje soga.
Pamela preparó una sopa que sirvió con queso cremoso adentro. Se cambió la ropa interior y una vez que todo estuvo terminado se dirigió al lavadero y se ató sola. Martín le dió un beso en la frente, se baño, ojeó el diario para ver si había algún laburito y se rajó. LLamaron varias veces del supermercado preguntando por ella, con los días se fueron rindiendo con las llamadas y pasaron a la incursión al departamento con la policía. La encontraron ahí tendida, casi sin respirar, rebalsada de amor. Nunca dijo nada del hombre que no la supo amar y se compró otro gato.

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