Magazine

El antidarwinismo como pasión…

Publicado el 21 diciembre 2009 por Jal

“No debemos limitarnos a contar los errores de Darwin, sino evaluar su relevancia para sus postulados esenciales. (Considérese, por ejemplo, la estratagema retórica y profundamente antiintelectual –propia de la crítica destructiva con móviles políticos, en particular el creacionismo estadounidense– de confeccionar una lista de errores, envolver cada uno en una nube de ridiculización verbal y pretender que el sistema entero se hunde en ese mínimo charco de error intrascendente).” (Estructura de la teoría de la evolución, S. J. Gould).

El antidarwinismo como pasión…

La mayor parte de los ataques a Darwin y su obra, han venido tradicionalmente, desde el pensamiento religioso, sobre todo desde el creacionismo o, últimamente, desde el diseño inteligente. No obstante, también hay críticas que vienen de sectores no religiosos. En concreto, se han escuchado algunas voces que abogan por una “nueva biología”, basada en la negación absoluta de la selección natural como mecanismo evolutivo y en la defensa del papel de los virus, los elementos móviles (transposones y retrotransposones) y los mecanismos epigenéticos, en la evolución. Esta teoría parece aceptar también la posibilidad de la panspermia. Los abogados de esta nueva visión se autodefinen como lamarckistas. Hasta aquí, nada del otro mundo, sectores científicos que discrepan por completo de la teoría estándar en biología evolutiva. La discrepancia con las teorías estándar en ciencia es algo frecuente y muy sano. Pero hay algo más, algo que claramente, a mi juicio, sobra en ese discurso científico: una caricatura grotesca de la figura de Darwin y del darwinismo, basada en citas interesadas y sin un análisis global objetivo de la obra clave del pensamiento darwinista.

 

Para empezar, y como parte de ese discurso denigratorio, se ha dicho que “Darwin no era un científico”, dado que no pasó de ser “subgraduado en teología”. Quienes así hablan quizá desconozcan que Faraday era encuadernador, y que cuando entró de ayudante en el laboratorio de Humphry Davy su bagaje universitario era nulo; que Newton tenía creencias esotéricas, era alquimista y creía en los dragones; que Joule era cervecero, Mendel, monje católico, Pitágoras pertenecía a una extraña secta y creía en la reencarnación; Eratóstenes, que yo sepa, tampoco pasó por Harvard… es decir, esa observación despectiva en cuanto a la formación académica de Darwin, a mi entender, sobra por completo en un discurso honesto.

 

Se acusa a los que apoyaron y extendieron el pensamiento darwinista de que, simplemente, aportaron la base ideológica que necesitaba la revolución burguesa, que justificaba su acceso al poder mediante “la lucha por la vida” y “la supervivencia del más apto”. A partir del siglo XVII, empezó a tomar fuerza el método científico y se fue consolidando el pensamiento materialista. El materialismo cobró fuerza en Gran Bretaña y se extendió a Francia, donde los filósofos y científicos de la Ilustración plasmaron en la Enciclopedia la orientación del materialismo: “El acuerdo del siglo XVIII entre el orden burgués y su ideología de racionalidad científica está representado por la Enciclopedia francesa, publicada clandestinamente. Su editor fue el físico y matemático D’Alembert, y en toda la obra se da énfasis al análisis racional del mundo físico y de las instituciones humanas. El tema de la racionalidad científica, en oposición a los temas religiosos de la fe, lo sobrenatural y la tradición, era evidentemente un requisito básico para el desarrollo de fuerzas productivas basadas en descubrimientos tecnológicos” (No está en los genes, R. Lewontin, S.Rose y L. Kamin). En resumen, el desarrollo científico-técnico de la revolución industrial era incompatible con el espíritu de la inquisición. Pero esto no significa que cada una de esas personas no actuase movida por la búsqueda del conocimiento objetivo, igual que lo ha hecho el ser humano desde que empezó a preguntarse de dónde caen los rayos, por qué sopla el viento o por qué la Luna no cae sobre la Tierra, como decía Espartaco (y eso que en aquella época todavía no existía la burguesía).

 

Es indudable que el darwinismo social, una interpretación distorsionada del darwinismo burdamente aplicado a la sociedad, ha sido utilizado como un arma para defender la propia estructura capitalista. Estableciendo un paralelismo, Demócrito propuso por primera vez el concepto de átomo, pero él no inventó la bomba atómica. Ya Engels expresó su temor acerca del uso que se podría hacer de la obra de Darwin, pero desechar todo lo que aportó el darwinismo sólo porque una de sus interpretaciones –falsa e interesada– condujo al darwinismo social, sería lo mismo que rechazar la física de primeros de siglo porque condujo a la bomba atómica. Y sobre todo, demonizar y ridiculizar a Darwin y al darwinismo porque dio lugar a esa interpretación, es un enorme error en el que no cayeron ni los que, como Marx y Engels, vislumbraron en sus comienzos esta posibilidad. Además, al igual que el darwinismo sirvió a intereses nefastos, sirvió también a los que aspiraban a una concepción científica y transformadora del mundo, en contra de la concepción religiosa que dominaba en esos momentos, aunque esa concepción científica y transformadora viniese bien –por el momento– a la burguesía naciente.

 

El antidarwinismo como pasión…

 

En relación con la fuente de creación de variabilidad, estas posturas contrarias a la selección natural como mecanismo evolutivo, se mantienen en la negación del azar: “No existe el azar”, “la vida sólo puede ser como es”, afirman. Eso decía también Laplace… que todo está determinado. Son concepciones, a mi juicio, carentes de una visión dialéctica de la naturaleza y, además, tremendamente inflexibles, miopes y deterministas. A mi entender, el azar, la contingencia, lo que puede ocurrir o no ocurrir, no sólo existe, sino que define el transcurrir de la historia de la vida. En este sentido, es imprescindible leer con detenimiento el análisis de la fauna de Burgess Shale que hizo Gould en “La vida maravillosa”. No obstante, hay que reconocer como cierto que es un error referirse a la variación como algo aleatorio en el sentido matemático, y quizá sería más correcto llamarla “no dirigida”: “Los darwinistas nunca han pretendido que la mutación sea «aleatoria» en el sentido técnico restringido de «igualmente probable en cualquier dirección», como en el lanzamiento de un dado. Pero nuestro empleo laxo del término «aleatorio» captura, al menos de manera intuitiva, la esencia del importante principio que queremos transmitir: a saber, que la variación debe ser independiente de la dirección del cambio evolutivo; o, en una formulación más fuerte, que nada en el proceso de creación de materia prima produce un sesgo en la trayectoria adaptativa del cambio subsiguiente”. Por el contrario, para el lamarckismo “la variación surge con un sesgo intrínseco en direcciones adaptativas bien porque los organismos responden creativamente a las «necesidades sentidas» y pasan los rasgos adquiridos directamente a sus vástagos, bien porque el entorno produce variación heredable a lo largo de trayectorias favorecidas” (“La Estructura de la Teoría de la Evolución”, S. J. Gould).

 

Esta visión determinista, que niega por completo el papel del azar y la contingencia en la evolución, se asienta también en la opinión de que “la naturaleza se rige por el equilibrio”. La observación de la realidad muestra, en mi opinión, lo contrario. En la naturaleza todo es movimiento y cambio. El equilibrio es la excepción, algo puntual y, por supuesto, algo dinámico. No olvidemos que en estos momentos se están produciendo en el universo choques de galaxias que se tragan las unas a las otras; que, de hecho, nuestra galaxia está condenada a chocar con nuestra vecina Andrómeda, y ambas se destrozarán en una colisión brutal; que todo tiende a su estado de máximo “desorden” (entropía), que la historia de la vida en nuestro planeta se ha caracterizado por cataclismos innumerables, extinciones, cambios brutales… Si eso es equilibrio…

 

Para terminar, Darwin insistió en repetidas ocasiones en que la selección natural era el mecanismo predominante, no el único, y es obvio que la teoría darwinista es insuficiente. Como corresponde a su naturaleza, el conocimiento científico está en constante cambio y renovación, y la teoría que ayer era correcta, dentro de los límites que la ciencia de ese momento imponía, mañana se habrá transformado, acercándose más a la realidad. La cuestión, es que esa hipótesis basada en virus, transposones o epigenética, hay que relacionarla con los largos picos de los colibríes, el color blanco de la piel del oso polar, el cuello de la jirafa o los distintos fenotipos de la mariposa del abedul. Y eso ya no es tan sencillo. Sin embargo, para algunos, la cosa está clarísima: “Se ha visto que los elementos móviles, ante una agresión ambiental van a sitios concretos (hotspots). Cuando hay una gran crisis ambiental, como por ejemplo, un meteorito, ésta afecta a toda una población por igual, entonces todos los elementos móviles saltan al mismo sitio en varios individuos a la vez, con lo cual surge una población nueva”. (M. Sandín). Precisamente, la extinción masiva del Cretácico-Terciario estuvo producida, según la hipótesis más aceptada, por la caída de un meteorito, (estrés ambiental). Entonces, ¿cómo cuadra la hipótesis anterior con un proceso de extinción tan masivo?, ¿por qué no entraron en escena los elementos móviles con sus hábiles, oportunos y atinados saltos?

 

Para los que sostienen que la teoría de la evolución mediante selección natural no es teoría científica porque no cumple con el criterio de demarcación de Popper, es decir, no es falsable, ¿una teoría de la evolución mediante epigenética, virus y transposones activados por el stress ambiental que acuden prestos a sus hotspots, sí lo es? ¿Es esta “nueva biología” más falsable que la de Darwin? Algunos de estos científicos antidarwinistas se manifiestan en ocasiones descorazonados porque el mundo está “engañado” con la visión darwinista. Pero no deben preocuparse, porque aunque quizá tengan que pasar unos cuantos siglos, si su “nueva biología” es correcta, no cabe duda de que se acabará sabiendo… si duramos tanto.

 

Raquel Bello-Morales

Centro de Biología Molecular Severo Ochoa


También podría interesarte :

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Quizás te interesen los siguientes artículos :