Revista Literatura

El Borges que no quiso escribir ciencia ficción

Publicado el 31 agosto 2014 por Kirdzhali @ovejabiennegra
El paraíso de Borges era una biblioteca; el nuestro, la mansión de Playboy Y una biblioteca.

El paraíso de Borges era una biblioteca; el nuestro, la mansión de Playboy Y una biblioteca.

Jorge Luis Borges fue un admirador de Wells y Bradbury; se apasionaba por las novelas y cuentos que sus amigos – Bioy, por ejemplo – creaban sobre artilugios técnicos o científicos, toda vez que, como él mismo escribió, raras son las ocasiones en las que algún autor de estas comarcas se atreve a incursionar en la ciencia ficción.

Curiosamente, esta premisa es casi completamente aplicable al propio Borges, quien optó por la literatura fantástica, los juegos matemáticos, las elucubraciones metafísicas, los dobles, los laberintos, pero jamás se aventuró con los extraterrestres o los viajes espaciales. ¿La razón? Acaso nadie pueda descifrarla. El hecho es que quizá había algo de pudor en el argentino, una suerte de miedo a convertirse en un falsario o a que que la impecable voz narrativa que conduce a sus lectores desde el orificio en las escaleras de un desván hasta el “punto que contiene todos los puntos del universo” sin dar posibilidad a discusión, se transforme en un falsete completamente disonante al mencionar a marcianos o a máquinas del tiempo.

El cuentista es un prestidigitador, cuyos embustes solo resultan eficaces si no se revelan las trampas, si se esconden bien los elásticos debajo del puño de la levita en el que yace la carta secreta o el compartimiento en la chistera donde duerme el conejo y que, por otro lado, se vuelven ridículos al mostrarlos. En ese sentido, quizás Borges prefirió la evasión al riesgo de que sus trucos sean descubiertos.

Pero estas son solo especulaciones…

De todos modos, recuerdo dos cuentos en los que el autor cruzó la línea mojándose en las aguas de la ciencia ficción: There are more things y Utopía de un hombre que está cansado; es posible que en ellos encontremos la respuesta a la pregunta que nos planteamos.

El primero es un homenaje a Lovecraft, escritor que según el argentino era un genial parodista de Edgar Allan Poe. Borges quería librarse de la espina que el creador de La ciudad sin nombre le había clavado en el alma y el exorcismo adecuado era un cuento. La literatura se cura con más literatura.

El narrador – personaje es un hombre que está a punto de terminar la universidad en Austin, Texas y que, tras enterarse de la muerte de su tío, Edwin Arnet, decide volver a Argentina para recoger los despojos de un litigio que se había realizado por la venta de una casa que el fallecido construyó años atrás en cierta localidad cercana a Buenos Aires. Al llegar descubre que ninguno de los habitantes de la zona quiere acercarse al edificio y que corren extraños rumores alrededor de este.

Los monstruos de Lovecraft tienen un preocupante parecido con las sabatinas de Rafael Correa.

Los monstruos de Lovecraft tienen un preocupante parecido con las sabatinas de Rafael Correa.

El sobrino de Arnet se dedica entonces a hacer una serie de investigaciones y, movido por la curiosidad más peligrosa, entra en la vieja propiedad, hallando el habitáculo de una criatura que quizá vino de otro mundo o que fue creada por un sudamericano doctor Moreau. Del monstruo no se puede decir mucho, acaso porque el narrador cae víctima de su ferocidad o porque la mejor manera de terminar un cuento es dejándolo sin final…

Por otra parte, Utopía de un hombre que está cansado es, creo yo, el que tiene la llave del secreto de Borges que nos ocupa. El narrador nos cuenta la crónica de su visita a la casa de un hombre – quien se rehúsa a revelar su identidad –. Sabemos, no obstante, que no vive en este tiempo, que es alguien del futuro.

Su voz no es optimista ni negativa, es indiferente. Parece comprender que ha vivido mucho y que el tiempo de morir llegó, pero no hay la menor tragedia, es solo un ciclo normal y hasta un descanso. Los hombres del futuro viven mucho, las enfermedades han desaparecido – aun las peores: la política y los gobernantes – y son un recuerdo lejano. Además la diversidad idiomática se ha esfumado para dejar sitio al latín como única lengua.

¿Y los viajes al espacio, ese acariciado sueño de los hombres? Han terminado por aburrir, pues como afirma el anfitrión del futuro con absoluta lógica: “todo viaje es espacial. Ir de un planeta a otro es como ir a la granja de enfrente. Cuando usted entró en este cuarto estaba ejecutando un viaje espacial”.

El hombre cansado es aquel que tiene que trabajar a diario.

El hombre cansado es aquel que tiene que trabajar a diario.

El dinero es otro recuerdo negro, igual que la pobreza. Incluso los libros impresos se han tornado en reliquias y la literatura no consiste en una interminable publicación de sandeces sino en la revisión de unas pocas obras que son la cumbre del pensamiento humano – recordemos que Borges consideraba que apreciar un buen libro era sinónimo de haberlo leído muchísimas veces.

El final del relato acaso sea siniestro: el hombre del futuro acude por su voluntad a un crematorio para entregarse a la muerte, sin embargo en una sociedad como la que nos describe Borges la vida no tiene mucho valor: solo se viene al mundo con el objeto de cumplir con una o varias funciones – el arte, la ciencia, etc. –, para luego marcharse sin dañar a los jóvenes, evitando quitarles el derecho a comer y a respirar.

¿Un mundo perfecto o el peor de los mundos?

Quiero pensar que aquí está la clave del rechazo de Borges a escribir ciencia ficción; me refiero a su miedo al futuro, a lo que vendrá y, sobre todo, a las pocas esperanzas en el porvenir que un hombre entregado al cultivo del intelecto podía tener en medio del siglo veinte, uno de los más violentos e irracionales a pesar de todos los avances de la ciencia y la tecnología.

Borges seguramente no hubiera usado un iPod o un Samsung Galaxy porque sus ojos, cerrados a luz y a los colores, miraban al pasado, convencidos de que los griegos de la época de Platón ya sabían todo…

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