Revista Literatura

El ciclón

Publicado el 18 agosto 2011 por Gasolinero

Inexorablemente el tiempo va cepillando conceptos e ideas. La edad va pasando pacientemente la garlopa a nuestras creencias más rebeldes, a nuestros anhelos más imposibles y revolucionarios, puliéndolos, emparejándolos, nivelándolos. Y aunque a veces nuestros ideales no hayan cambiado, lo ha hecho la manera de llegar a ellos: dónde antes queríamos una roja cosecha de yugulares de plutócratas y canónigos, ahora, casi cincuentones, pretendemos llegar a Utopía por medio de la verborrea. Pero sobre todo, el tiempo nos hace más tolerantes y capaces de dudar de nuestros dogmas e incluso suponer que el contrario también puede tener razón.

Sirva el párrafo precedente de desahogo y como reflejo de los tiempos que, tolerante lector, nos ha tocado vivir y en los que cualquier forma de disidencia es acallada a golpe de falacia. Y con el que no hace falta que estés de acuerdo.

El 27 de agosto de 1952 vino el ciclón. En plena feria y a las cinco de la tarde como en romance lorquiano, llegó el meteoro a Tomelloso, era de aire y granizo, después trajo mucha agua, según cuentan, hizo mucho daño y quedo grabado en el imaginario local, como «la venía», el cólera, el cohete, cuando trajeron a la Virgen de Fátima y cuando se cayó el balcón del ayuntamiento. Tiró chimeneas de las fábricas de alcohol, arranco tejados y los revocos de las fachadas que daban al mediodía, dejándolas en la tierra. Desprendió persianas y ventanas y las «casas baratas» fueros medio destruidas.

Estaba celebrándose una corrida, un toro se había saltado la barrera y los municipales hubieron de matarlo a tiros y del susto mucha gente se marchó. De pronto se puso el cielo encarnado y comenzaron a llover tejas, el personal se tenía que agarrar a las rejas de las ventanas para no ser arrastrados por el airazo. Los veladores y las sillas de las terrazas volaban. Los del circo, que estaba en plena representación, desalojaron al público, desplomándose después la carpa. La noria no la pudieron parar y la gente que estaba montada se tuvo que tirar en marcha cuando la barqueta llegaba abajo.

Voló los puestos y los géneros que éstos vendían: turrones, chocolates, cacerolas, muñecas, gambas, cocos, paloduz, caramelos, manzanas dulces, etcétera. Los muchachos (que es como aquí se le dice a los niños) se pusieron las botas, dedicándose a la caza de las mercaderías volateras. Al momento el cielo se puso negro como si fuera de noche, principiando a llover a manta rota, como entonces no había alcantarillado, el agua arrastraba en las cunetas los festivos productos, tal que la última escena de una película del neorealismo italiano.

Una letrilla de un poeta local y testigo del huracán dice así:

El veintisiete de agosto

del año cincuenta y dos

se movió una fuerte tormenta

en El Cristo o alrededor.

 

Luego llegó al cementerio

y allí comenzó y no acabo

porque de cruces y cosas

se pueden llenar cien carros.

 

El cercado de Trillero

o sea, el de La Caraciola,

lo tiró patas arriba

por mediación de una hora.

 

Y los pobres hortelanos

todos lloraban a gritos

les quito el pan del verano

y del invierno un poquito.

 

Fuente: «Tomelloso en la frontera del miedo» (Dionisio Cañas y otras, 1992)

www.youtube.com/watch?v=c5r4_2ZBMUI


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