Revista Literatura

El convenio

Publicado el 15 septiembre 2015 por Salvador Gonzalez Lopez

Nadie hubiese imaginado tres meses atrás que Podnik S.L. iba a ser la prospera empresa que era ahora. Ni siquiera lo podía imaginar Manuel González veterano sindicalista y uno de los más veteranos miembros del comité de empresa..

Podnik S.L. era una empresa situada en Mirabell, hermoso pueblo cercano a B, que se había dedicado desde que la fundó el abuelo de los actuales propietarios a la fabricación de polarímetros de niobio. Se rumoreaba que la idea había sido robada a un joven ingeniero que estuvo trabajando en ella unos pocos meses y del que se sabía más bien poco. Podnik había sido una empresa muy rentable, y la familia Dot, propietaria de la misma, una familia muy rica. Hace unos cinco años habían aparecido en el mercado los polarímetros de Lennon, también llamados birrefringerascopios, que eran mucho más baratos de fabricar que los de la empresa. Ello provocó la crisis de la empresa que provocó dos ERE y un concurso de acreedores. El resultado fue una empresa pequeña, débil, con una cuarta parte de la plantilla inicial, y una bajada de sueldos, acordada con los trabajadores, de más de un veinte por ciento. De eso hacía un año y desde entonces la calma reinaba en la compañía que desarrollaba una actividad escasa pero constante. Se rumoreaba que a pesar de esa calma la situación seguía siendo mala y frecuentes broncas en el despacho del señor Vefaras, director financiero, entre este y Wilfrido Dot así lo parecían indicar.

En la última de ellas Wilfrido entendió por fin, que la empresa no tenía liquidez. Vefaras se lo había estado advirtiendo desde hacía tiempo al mismo tiempo que se oponía a la mayoría de los continuos gastos de la familia Dot. “¿Cómo coño le digo a Eleonor que no se puede comprar el puto escarabajo?” ... La respuesta fue que no se atrevió a decírselo y que fue a pedirle consejo a su madre. ...

—Hijo, hemos hecho dos ERE y una suspensión de pagos. Tú y tus hermanos asegurasteis que esa era la solución y todo no ha hecho más que empeorar…

—Pero madre…—intentó replicar Wilfrido

—Cállate—cortó secamente Ana—Ahora ya quedan pocas soluciones. ...

—Pero madre, eso…

—‘Eso’, como tú le llamas, es la única solución. Sabes muy bien que le ha funcionado siempre a esta familia.

—Sí, pero yo creo que…—balbuceo Wilfrido

—Tu oportunidad ya ha pasado y tus soluciones también. ...

—No, yo no quiero eso. ...

—Pues entonces haz lo que tienes que hacer— y dándose media vuelta salió de la habitación.

La convocatoria de una reunión, encaminada a tomar nuevas medidas, que le hizo el mismo Wilfrido, heredero de un tercio de la empresa y administrador de la misma, no le pilló a Manuel González de sorpresa. Sí que le sorprendió el secretismo y que la reunión fuese en la misma casa familiar de los propietarios. Una vez en ella fue recibido por un criado que lo llevó hasta la biblioteca en donde esperaban estaban sentados en círculo, Wilfrido padre, hombre de edad indefinida (se decía que tenía cerca de cien años, evidente exageración); a su derecha de pie, detrás del sillón Ana, su mujer. Ana no aparentaba más de cincuenta años, a pesar que se le suponía la misma edad que su marido; a su derecha estaban Wilfrido, el primogénito, con su mujer Eleonor y sus dos hijos: Wilfrido y Aristino; mas allá Juan Lucas, segundo hijo, soltero; y por ultimo Mantovani el benjamín de los tres hermanos, junto a su esposa Eleonor, a quién todos llamaban Ela para no confundirla con su cuñada. Fue Wilfrido hijo el que habló pidiéndole a Manuel González que se sentará en el único sillón que quedaba libre en esa zona de la habitación y procedió a explicarle el plan.

Una hora después, acabada la reunión, Manuel González estaba pálido como una figura de cera. El que había sido un maestro de la dialéctica fue incapaz de decir ni una sola como respuesta a la proposición que había recibido. Se levantó del sillón, dio media vuelta y se dirigió, acompañado por el criado hacia la puerta de la calle. Detrás de él oyó la voz de Wilfrido que le decía “queremos la respuesta en una semana”. ...

Al día siguiente un demacrado Manuel González convocó a los otros miembros del comité de empresa.

—Ayer tuve una reunión con la familia Dot en su casa.

Los otros le miraron con cara de sorpresa. ...

—Me llamaron con precipitación, por eso no os pude avisar. Además dijeron que en estos momentos, y dado lo urgente del tema, preferían hablar a solas conmigo, que ya habría tiempo para reunirse con todos vosotros y con la plantilla entera si fuese necesario.

—Y ¿a qué se debe tanta urgencia?... Porqué eso: sí que no—dijo Antoni Obach uno de los más veteranos amparado por un murmullo aprobatorio de fondo de los demás.

Manuel González les explicó largo y tendido lo que le había comentado la familia Dot. Que la situación era muy mala, que tal y como íbamos que no íbamos a durar nada, que ya no había posibilidades ni con un ERE ni con concursos, etc. ...

—Y si todo está tan mal ¿para qué te llaman? Que cierren de una puta vez, nos pagan lo que nos deben, nos dan una buena indemnización y a tomar por el culo.

—Me han llamado porque tienen una solución. Una solución que puede ser difícil de asumir—dijo con embarazo— pero que permitirá, sin duda, que la empresa vuelva a ganar dinero y que todos nosotros volvamos a tener un buen sueldo, mejor que el de antes.

En aquel momento volvió a ver aquella habitación con sus paredes cubiertas de cortinas rojas, con velas negras y con el horrible pequeño altar de piedra toscamente trabajada, con una estrella pentagonal tallada en su frontis y todas aquellas manchas de sangre seca. Oyó la voz de Ana que decía a sus espaldas “necesitamos sacrificar a un bebé que sea hijo de un empleado de la empresa para acabar con nuestros problemas. ...

—Hay que conseguirlo antes de una semana—dijo como resumen a sus compañeros que asintieron en silencio.


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