Revista Literatura

El Descenso Nocturno de Terencia

Publicado el 06 enero 2011 por Descalzo
El Descenso Nocturno de Terencia



A Pilar

y En Otros Mundos


En aquellos días de principios del siglo XX, Terencia y Brenda disfrutarán de manjares elaborados con la harina y el azúcar más selectas de Europa. Pasarán por sus delicadas gargantas bombones del Cáucaso, trufas de Estocolmo y almendras confitadas de Rumania; beberán de vez en cuando, pequeños vasos de licor de guindas, cuya etiqueta lo anunciará apto para los paladares femeninos por su baja graduación alcohólica. Así, ambas mujeres ejercerán la jubilosa felicidad de conversar aisladas del mundo y de las presiones de la sociedad.

El esposo de Brenda, será partidario del naciente feminismo y de la liberalización de las costumbres. Habría afirmado en público que las fiestas sociales serían una forma detestable de ostentación y discriminación y sus enemigos, entre los que se contarán muchos notables de la ciudad, asegurarán haberlo visto en las celebraciones de los criados, borracho, abrazado a la plebe y entonando canciones procaces.

En aquella larga velada, Terencia se mostrará somnolienta, pero cuando su amiga se ausente para atender a los niños, guardará rápidamente en un par de sacos varios bollos rellenos con dulce de manzana, llevándolos a su habitación y escondiéndolos en una maleta.

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Varias veces durante el día, Brenda intentará retomar el hilo de su historia, pero la conversación derivará hacia la moda, como si ambas amigas tuvieran necesidad de temas frívolos. La dueña de casa desplegará láminas cromáticas de figurines franceses o españoles, como el Journal des Dames et des Modes o La Moda Elegante e ilustrada

Recién avanzada la noche, cuando los criados se retiren a sus habitaciones, Brenda hablará de su experiencia luego de haber escapado de la mazmorra donde ella y Magdalena habían sido secuestradas.

—Debes saber Terencia que existe un mundo intermedio. Nos rodea, es invisible y sus habitantes están observándonos. Es allí donde envío a todo los que acerco mis pies, pero recién esa noche pude llegar yo misma. Me sentí flotando sobre la batalla, siendo testigo de la lucha, de la muerte de muchos. Los que podían verme, me adoraban como a una santa, arrodillándose y besando mis empeines. Supe entonces que mis pies eran el arco que me unía con el mundo real….

Brenda se interrumpirá al advertir que Terencia, apoltronada un par de metros más allá, moverá hipnóticamente su cabeza, procurando que sus ojos no se cierren y ofrecerá acompañarla a su habitación.

—Déjame la lámpara — pedirá Terencia — Quiero leer un par de páginas antes que el sueño llegue por completo.

—¿Cuál es el libro?

Las casas asesinas de Edgar Mundsen; lo tomé del anaquel.

—Es bueno, aunque el autor cita nuestra casa entre aquellas que se dedican a matar gente… dejo que te relajes. Me has estado oyendo todo el día.

Brenda se inclinará para besarla en la mejilla, rodeándola de un perfume fresco. Con los ojos semicerrados, Terencia contemplará a su amiga: cabellos largos, rizados, piel brillante y lisa, ojos destellantes; al sonreír, mostrará todos sus dientes; no aparentará más de treinta años, a pesar de haber superado los cincuenta.

—Esta noche me quedaré despierta hasta tarde, Terencia. Hay una reunión de la Cofradía de Mujeres Descalzas. Cuando estés en condiciones de entrar a ella, podrás participar.

Terencia escuchará el ruido de los tacos alejándose por los pisos de madera lustrada. Al saberse sola, se incorporará con energía súbita, se inclinará debajo de la cama y tomará un bulto; desanudará la tela amarrada por las esquinas y revisará los objetos: una horqueta de madera de avellana, varias velas y el par de sacos con los bollos rellenos de dulce de manzana; separará siete, tomará una piedra gris con incrustaciones de hierro imantadas y la pasará con suavidad por las golosinas; para diferenciarlas, grabará una cruz en ellas. Luego, sujetará la vara de avellana con forma de horqueta y la orientará hacia el piso, en dirección al sótano de la casa; la rama vibrará tan levemente, que sólo ella con su entrenamiento podrá detectarla.

Esa tarde, en un descuido de su amiga, Terencia habría pedido a Eugenia, la sirvienta encargada de la atención del sótano, que esa noche la conduzca al subsuelo de la casa. El viejo reloj de oro que perteneciera a su tío abuelo, indicará las diez y faltará media hora para la llegada de la criada

Terencia hojeará el libro de Mundsen. El autor partirá de la hipótesis que, al construir sus viviendas, los hombres trasmitirán a las paredes, los techos y los pisos, un espíritu propio que por complicadas razones, podría convertirse en homicida. Puertas que se cierran por sí mismas, paredes que se derrumban y caen sobre los habitantes o salidas falsas que conducen al vacío al caminante desprevenido. El autor describirá cientos de accidentes mortales en los que la casa sería la única responsable y en el grueso apéndice al final del libro, desplegará una lista de mansiones en toda Europa consideradas asesinas, incluyendo a veces los planos originales.

Allí figurará el diseño de la mansión de Brenda; el arquitecto, siguiendo las indicaciones del propietario, dividirá la casa en tres plantas verticales: el piso superior donde las habitaciones recibirían mucha luz; allí llegarán las aves a alimentarse y en ese lugar habrían construido la habitación de los cristales de Mongolia. Sólo podrán limpiar y atender esta parte de la casa, criados rubios, de ojos azules y pieles blancas.

En la planta intermedia se encontrarán las habitaciones de la familia, de los huéspedes y de los criados asignados a la casa. Para atenderla se buscará a criados pelirrojos, o que al menos presenten una verruga o mancha carmín en alguna parte de sus cuerpos. Finalmente, a los criados oscuros, de piel trigueña o cabellos muy negros, se los ubicará en los sótanos, zona en la que sólo se podría ingresar con un permiso especial de los dueños de casa; las únicas excepciones serían Eustaquio (el negro que desvelara a Terencia), quien pese a ser moreno, podrá ir y venir por todos los pisos de la casa. Del mismo modo a Eugenia, a pesar de ser rubia y de tez blanca, se le asignaba la limpieza de los sótanos.

El gráfico del libro de Mundsen describirá en la parte inferior de la mansión, una extensión equivalente a la de las dos plantas superiores. En tres subsuelos habrá habitaciones aireadas, grandes salones, urnas de piedra, nichos y bóvedas. Un verdadero cementerio subterráneo, afirmará el autor. En su opinión, los habitantes de esa casa no realizarían cultos satánicos, tan de moda en París sino que practicarían ritos más antiguos produciendo en la vivienda climas y ambientes que poco a poco influirían sobre los habitantes a través de enfermedades, neurastenias y otros estados que ofrecen la muerte como algo apetecible.

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Terencia dejará el libro y al abrir levemente la puerta de su habitación, verá una luz que desde la ranura de la puerta de Brenda, se derramará hacia el pasillo. El resplandor será más intenso que el de una vela o un quinqué y Terencia sentirá el deseo de espiar a su amiga para descubrir los extraños ritos de la Cofradía de Mujeres Descalzas, pero se controlará. Aquella noche, el objetivo principal será descender hacia los sótanos de la casa; encontrar y neutralizar el centro que influyera sobre su capacidad magnética, ya sea en la vigilia o en el mundo onírico.

La joven se vestirá sin corsé, ni fajas pesadas. Por un momento pensará en ir descalza para evitar cualquier ruido, pero caminar los pies desnudos será una orden de Brenda válida para los sirvientes y hacerlo sería humillante.

Cubrirá los pies con suaves medias de seda y buscará entre sus ropas, un par de zapatillas de satén con algodón en rama en las puntas, como las usadas por las grandes bailarinas. En la escuela de Mesmer habría aprendido pasos de baile y algunas figuras para incorporar a sí misma influencias luminosas que los maestros superiores dejarían dispersas en las zonas elevadas de la atmósfera. Frente al espejo empotrado en una de las paredes, levantará ahora sus manos y su cuerpo y ensayará algunos pasos. Vestida con una bata blanca y larga hasta los tobillos, apreciará su cuerpo esbelto; sus cabellos castaños y rizados vibrarán suavemente y sentirá en el vientre el cosquilleo — ahora disminuido — de la energía magnética.

Ya vestida, con los sacos preparados, se asomará al pasillo: la luz naranja de un quinqué indicará que habrá llegado la criada, dispuesta a conducirla a la expedición nocturna. La muchacha tendrá largos cabellos rubios y piel suave; al sonreír se advertirá la ausencia de los caninos. Vestirá una túnica negra debajo de la cual asomarán los pies descalzos, blancos y brillantes; por una orden de Brenda, los sirvientes deberán untar diariamente los empeines con aceite y frotar las plantas con cenizas. La muchacha mirará a Terencia con ojos muy abiertos y el cuerpo tenso, atenta a sus órdenes. Si bien la señorita le habrá pedido conducirla a los sótanos, lo que estará prohibido, Eugenia también sabrá que los dueños y sus amistades acostumbran a superar rápidamente las desavenencias y de no acceder, ella podía recibir los regaños de unos y otros.

La tarde anterior, Terencia le habría explicado sus deseos a la muchacha, pero sentirá que debe repetirlo

— Yo debo hacer una búsqueda en la casa —para eso cuento con el conocimiento que tienes de los sótanos, y espero que me dirijas hacia allí. Te lo pregunto una vez más: ¿corremos el riesgo que nos descubran?

La muchacha quedará pensativa y morderá su labio inferior.

—Eustaquio permanecerá despierto. El capataz le ordenó cuidar que haya agua en los floreros, que los peces se alimenten y que la colección de piedras en los salones, esté completa.

—¿Habrá riesgo que nos descubra?

— Él debe empezar por el otro lado de la casa, por el oeste, y nosotros vamos hacia el este.

Terencia recordará la observación de Mundsen: en el subsuelo de la casa, los puntos cardinales se invertirían, y ahora no podrá precisar la orientación.

La joven adelantará el quinqué dispuesta a partir, pero Terencia la detendrá.

—Eugenia, tú debes saber qué es ese resplandor que surge debajo de la puerta de la habitación de la niña Brenda.

—Ella está despierta. Acabo de llevarle una infusión

—Claro, pero ¿qué ha hecho? ¿ha encendido una lámpara? ¿un quinqué?

La criada negará con la cabeza

—No, señorita, ella se ha descalzado.

—¿Qué quieres decir Eugenia?

—Sus pies brillan y si los viéramos directamente, moriríamos. Cuando entro a su pieza debo golpear primero para que los cubra — Eugenia bajará los ojos y se santiguará — Cierta vez un criado espió a la señorita Brenda cuando estaba en el jardín Ella se quitó los zapatos y al ver sus pies desnudos, los ojos del hombre se quemaron hasta llegar al cerebro. Yo lo vi muerto, con cara de terror y voy a recordarlo toda mi vida.

Terencia la escuchará recordando las lecturas sobre psicoanálisis en la escuela de Mesmer: los pies tendrían un simbolismo extenso y se contendrá antes de preguntar a Eugenia algo más sobre el carácter fascinante y mortal de las plantas de Brenda: lo más importante será llegar al sótano para descubrir a través de la vara de avellana aquello que llevara las reservas de energía magnética al punto más bajo de su vida.

Ambas mujeres recorrerán en silencio la galería que las llevará al otro extremo de la casa, donde se encontrarán las escaleras y las rampas hacia los sótanos. Durante el camino, Terencia recordará sus días de aprendizaje en el grupo de Mesmer; basándose en escuelas de la antigüedad y en algunas cofradías de la Edad Media, habrían equiparado a la mujer con el hombre permitiendo que la misma use ropa masculina y tratándola de igual a igual. De ese modo, Terencia habría entablado amistad con Pánfilo, otro alumno que cuestionaba todos sus actos. Ahora recordará la nariz puntiaguda y los ojos inquisidores detrás de los quevedos; de conocer aquella expedición nocturna hacia las profundidades de la casa, Pánfilo preguntaría ¿por qué buscar el sótano?; ella respondería que la rama de avellana habría revelado en él la presencia de aquello que anula su capacidad magnética.¿Por qué el sótano?, insistiría Pánfilo y agregaría: Siempre tenemos el prejuicio de que lo malo se encuentra en el fondo de la tierra, y negamos su posibilidad fecundante.¿No pensaste que podría ser una persona cercana a ti quien anule tu capacidad magnética? ¿No pensaste que podrías ser tú misma?

Ella respondería que casi siempre las fuerzas magnéticas, ascienden desde el centro de la tierra como una fuente de vapor que buscara los ámbitos superiores para cumplir sus designios; como un animal enorme y sin formas que creciera momento a momento.

Eugenia bajará la lámpara para iluminar el camino de la niña Terencia y la luz alumbrará sus pies: demasiado anchos por la ausencia de calzado; En el tobillo derecho lucirá la pulsera de metal que Brenda obligará a usar a hombres y mujeres; Eugenia, como las otras criadas, macerará y machacará la hierba de San Juan mezclándola con aceites y sustancias espesantes para pintar las uñas. Terencia verá los talones rosados y tersos, como los de un niño; avanzarán con seguridad, acostumbrados a aquel trayecto.

A ambos lados de la galería las habitaciones de los criados se abrirán como las bocas de un oscuro e irreconocible animal; las mujeres tendrán a su favor la ausencia de luna; el resto de las noches, la luz del astro atravesaría los grandes ventanales llegando hasta el pasillo.

Se detendrán al escuchar un campanilleo que llegará desde arriba y Terencia recordará la sala de cristales mongoles: cualquier rayo de luz, por tenue que fuera, haría sonar los finos vidrios con aquel ruido similar al llanto de un recién nacido.

Llegarán sin novedades a la puerta de gruesa madera, detrás de la cual se iniciará el descenso al sótano. Eugenia colocará la lámpara sobre una repisa y tomará el manojo de llaves de su cintura. Terencia notará una mirada breve y codiciosa hacia la bolsa de los bollos; durante el día, al organizar aquella correría nocturna, la criada le había sugerido que el precio por conducirla era participar en alguna de aquellas delicias que compartía con la dueña de casa, prohibidas para los sirvientes.

Ahora, sosteniendo las llaves con una de sus manos mirará a Terencia fijamente.

—Señorita esto es muy arriesgado. Los señores me han dicho que no puedo entrar aquí con gente extraña. Comprenda que no es fácil seguir…

—Eugenia, yo no soy una extraña, sabes que soy amiga de muchos años de la señora Brenda. Ella no tendría problemas en que yo…

—Además, cuando se baja aumenta el frío y es necesario comer algo para estar fuerte y no enfermar…

Los ojos de la criada brillarán al ver que la amiga de su ama abrirá la bolsa y no limpiará el hilo de saliva que caerá por su mentón. Terencia escogerá un bollo común, sin la cruz grabada, y lo alcanzará a Eugenia. La criada lo devorará de inmediato llenando los carrillos con cada bocado; al terminar reirá con satisfacción

Seguirán por una larga galería; en las paredes oscuras colgarán cuadros mostrando a caballeros de gruesos bigotes y miradas fijas; sus siluetas parecerán moverse ante los vaivenes de la luz del quinqué. Terencia reconocerá a los parientes de Brenda y se detendrá frente a la pintura del hermano de su amiga a quien conociera años atrás: cabellos escasos y canos, ojos penetrantes y el pecho cubierto por medallas masónicas.

Eugenia la conducirá por una rampa de concreto que terminará en un par de escaleras. El mapa contenido en el libro de Mundsen hablaría de medio kilómetro de distancia antes de llegar al sótano; el frío aumentará a medida que descienden. Terencia pedirá detenerse para descansar en un rellano cubierto de bóvedas y nichos funerarios. Al continuar el descenso, el ambiente se llenará de humedad mientras las gruesas piedras del suelo presionarán las plantas de Terencia a través de las zapatillas de satén.

Se detendrán al llegar a una habitación más grande que las otras, con escaleras de madera en las paredes. Varias antorchas iluminarán en el piso una plancha de madera negra con dibujos azules: bandadas de pájaros, triángulos, círculos, nubes y otros diseños complicados.

—Aquí se reúne la señora con sus amigas y se miran los pies unas a otras — explicará Eugenia en un susurro tenso, como si se tratara de algo oculto y terrible.

Terencia no prestará atención y dirigirá la horqueta de avellana a un lado y al otro de la habitación; negará con la cabeza al comprobar su leve vibración. En el reloj de oro de su abuelo, serán apenas la una de la mañana; Pánfilo le diría que en el campo de las fuerzas magnéticas habrá que tener paciencia, ya que todo es cuestión de Escorzo. Con esto, haría referencia a una de las leyes de Mesmer por la cual un objeto se movería magnéticamente aunque permaneciera inmóvil; minuto a minuto, todo su cuerpo de energía vibrará, girará y para detectarlo, será necesario que brinde el costado sensible a los instrumentos del investigador. Este postulado se denominaría la Ley de Escorzo relacionada con la pintura y las artes plásticas.

Suspirando, Terencia abrirá nuevamente el saco de los bollos y alcanzará otros tres a Eugenia que los comerá con ansiedad. De pronto escucharán a lo lejos un golpeteo de pasos apresurados.

— Es Eustaquio — explicará la criada — como le dije, revisa y ordena las habitaciones

— Eugenia ¿hay peligro de que venga por aquí?

—Creo que no señorita. Parece que está lejos.

Ambas mujeres esperarán un rato en silencio; los pasos no se volverán a repetir.

Terencia acercará la horqueta a cada elemento del salón. La rama vibrará tan sólo al dirigirla hacia la trampa del suelo. Eugenia habrá terminado de comer los bollos y la mirará fijamente,

— Señorita, disculpe, debo decirle algo

— Habla Eugenia — Terencia seguirá concentrada en el manejo de la vara.

— Debería quitarse los zapatos. Donde usted pisa, hay una persona muerta.

Eugenia señalará la plancha de madera; Terencia negará con la cabeza, pero Eugenia insistirá

—…si se descalza lo que está haciendo le va a salir mejor. Los vivos tienen que estar descalzos cuando pisan a los muertos los zapatos los lastiman…

Terencia seguirá sin responder, pero pensará que en las palabras de la criada hay un poco de razón: quien busque un objeto magnetizado, debería estar descalzo, ya que de ese modo transferiría a la tierra los flujos del propio cuerpo y no contaminaría su búsqueda.

Brindará otros dos bollos a Eugenia, quien los devorará satisfecha y Terencia se quitará las zapatillas, dejando al descubierto sus pies blancos, curvos, regordetes, con un arco muy pronunciado. Eugenia se llevará la mano a la boca para evitar una exclamación.

— Disculpe, señorita, pero sus pies siguen siendo vírgenes…

— Eugenia, me quité las zapatillas para evitar que hables. Debes guardar silencio ya que es necesario para lo que estoy haciendo…

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— Es la primera vez que veo una mujer virgen de los pies… quiere decir que nadie … se ha ocupado de ellos.

La criada llevará nuevamente la mano a la boca para evitar reír en voz alta.

— En esta casa hay muchos que les encantaría dedicarse a sus pies para que dejen de ser vírgenes… con todo respeto, claro está. Yo hablaría con ellos para que no sean groseros ni la ofendan….

Terencia se volverá para hacer callar una vez más a la criada, pero en ese momento la horqueta vibrará y gemirá dirigiéndose hacia las escaleras,

—¡No puede ser! — exclamará Terencia en voz alta

La rama se tenderá incontenible hacia el largo y oscuro corredor y arrastrará a Terencia

— ¡Debemos volver, Eugenia! recoge las cosas…

La criada se inclinará para obedecer, pero ninguna de las dos verá la sombra negra como una tormenta silenciosa, arrojándose encima de Terencia. Al sentirse abrazada, la mujer reconocerá el olor ácido , el brazo caliente sosteniéndola del pecho y el otro que se deslizará por su cintura como una enorme boa. La rama de avellana caerá al piso y la verá saltar y gritar como un animal que hubiera despertado de pronto y que procurara trepar hacia los pisos superiores de la casa.


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