Revista Diario

El don de rubén.

Publicado el 14 junio 2011 por Anabel
EL DON DE RUBÉN.
En el tren de cercanías habitan animales de costumbre. Gentes acostumbradas al trajín de las grandes ciudades que se aislan en la forma en la que pueden: con libros, pequeños altavoces en los oídos, o perdidos en su monotonía, mirando más allá de los grandes cristales que los llevan de la noche al día y del día a la noche en un viaje continuo. Rubén sabe esto y lo aprovecha, busca a su presa entre la multitud y la identifica. Hoy es una chica que aguarda su destino sentada. Tiene el perfil. Si alguien le pidiera que explicara como elige a sus víctimas no podría decirlo, pero hace seis meses que actúa así y nunca se equivoca. Tal vez sean las personas que la rodean, o ella embebida en la lectura y la música.
Se acerca, también lleva cascos puestos, finge escuchar algo pero está concentrado en los demás. Atiende al hombre de mediana edad que lee una novela histórica al lado de la muchacha; también al joven del libro electrónico negro que se sienta dos sitios más allá; a la señora que lleva a un bebé en el carrito al que hace carantoñas; a los dos niños que acuden al colegio con las legañas pegadas a los ojos dándose codazos disimulados bajo los impermeables y a la sudamericana que lee un periódico gratuito. Rubén simula ser un abstraído más mientras se acerca a ella que dejó el sus cosas en una posición cómoda. El tren sigue su rodar continúo. Pronto una voz femenina, pregrabada e impersonal, avisará de que llega a la estación: debe actuar antes. Cuando llega a la altura de la muchacha, abre la cremallera del bolso rojo, ella no se percata. Sus dedos finos topan con la cartera antes de lo que pensaba, la coge con suavidad. Justo a tiempo: todo un éxito, como siempre.
El ladrón fija los ojos en la gran pegatina que anuncia el recorrido de la línea y decide que su próximo objetivo será la línea gris de metro. Esa que es un girar ininterrumpido alrededor de la ciudad.
Letras rojas aparecen sobre el panel negro al fondo del vagón, acompañando a la voz de mujer que anuncia el fin de su trayecto: “Próxima estación:…” El texto es mio. La foto la tomé prestada de esta página

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