Revista Talentos

El gran viaje de tu vida

Publicado el 25 abril 2016 por Nuria Caparrós Mallart @letrasyvidas

Amanda Cass

Imagen: Amanda Cass (http://amandacass.vc.net.nz/)

Estudié la carrera de Turismo por casualidad, o no. Si bien siempre he sido una persona de espíritu inquieto y he recorrido un camino (corto) con la sensación de que a mis espaldas  debía llevar siempre una mochila y en mi bolsillo un billete solo de ida, en realidad, valga la redundancia, nada más lejos de la realidad.

Sí, he disfrutado como enana conociendo gente de otros países, he viajado a bastantes lugares (faltan algunos más) y en ese sentido me considero una privilegiada porque hasta hoy, he hecho lo que me ha dado bastante la gana. Sé que formo parte de una minoría en un mundo cada vez más complicado y por qué no decirlo, jodido.

Viajar, ¡es un verbo maravilloso! Viajar… Cuando lo pronuncias parece que hasta adquiriste un poco más de libertad y sabiduría, hasta respiras mejor, ¿verdad? Viajar te da alas (olvídate del Redbull), viajar es  una búsqueda de ti mismo y el éxtasis final es el ansiado encuentro, frente a frente, como en un espejo, contigo. Pero y luego, ¿qué? Menuda decepción en el viaje de vuelta.

Resulta que fui al Tibet y encontré la paz interior en un templo budista a miles de kilómetros de la civilización, a años luz de mis problemas y de mis circunstancias, de mí… Pero cuando volví a mi casa entré en una crisis existencial del tamaño de mis problemas porque no me ubicaba. Mi entorno me parecía un fastidio (la familia especialmente) porque yo regresé iluminada y los demás seguían en sus aburridas rutinas, siempre con la misma gente, aguantando a sus respectivas parejas, llevando la carga de los hijos y las obligaciones diarias, transitando las mismas calles siempre en la misma dirección, hacia sus aburridas y grises oficinas que parecen peceras de agua estancada.

Es que yo era más sabia porque me fui al Tibet, y, ademas, atravesé una tormenta tropical en la selva chiapaneca, en plena oscuridad. ¡Eso no lo supera cualquiera, eh?!

También gocé de unos atardeceres espectaculares, los más bellos del mundo (según yo, claro) en África. Y qué te puedo decir de nadar entre delfines, los avistamientos de ballenas y ¡uff! eso de correr entre caballos salvajes en la patagonia, ¡ni te cuento! Pero lo mejor de todo, el Tibet. Regresé en un estado Nirvana tal que claro, ¡ahora ponte a aguantar a la panda de involucionados que no han vivido todo eso! Que siguen ahí, dormidos, en la inercia de una vida incomparable a la mía. Es que es imposible adaptarse a eso otra vez. Ahora soy más sabia… o eso me han hecho creer por ahí.

Pues nada, que voy a organizarme otro viaje. Esta vez al Polo Norte, quizá Santa Claus también me inspire y eso de ir en trineo ¡mola! Y ahora que nadie me escucha, lo digo bajito, tengo un amor en cada puerto. ¡Eso es lo mejor! Que sí, que sí, que no se trata solo de conquistar la cima del Everest, ¡hay otras maneras de ver mundo! Eso de tener pareja estable y ser feliz suena a película de Hollywood. Ya te digo, pura ficción.

Viajar es una experiencia maravillosa al alcance de pocos, que dirían algunos. No estoy de acuerdo. Todos tenemos la posibilidad de viajar, a lo grande.

Entre el bullicio de la vida y el parlamento incansable de nuestra mente, que nos retan día a día a luchar contra viento y marea igual que si de una tormenta tropical se tratara, está lo más importante: tu viaje interior… el silencio.

Los viajes de aventura son una pasada, especialmente para los apasionados en este tipo de actividades. Viajar, por el motivo que sea, en avión, tren, barco, o como mochilero en transporte más barato o haciendo autostop, nutre el alma, abre la mente, enriquece, sin duda, nuestra vida. Nos hace, efectivamente, más sabios, pero no más felices. Volvemos a la realidad y seguimos sin poder lidiar con lo más básico ni queriendo enfrentar lo más difícil.

Adonde vamos seguimos llevando un equipaje que, a veces, no es tan ligero como quisiéramos ni tan necesario como creímos. A veces es una piedra demasiado pesada porque creemos que vamos vacíos y desconectados de lo que nos hace daño, pero, aquello de lo que huimos, inevitablemente nos encontrará, más pronto que tarde.

Recuerdo con especial cariño a mi primer amor, un chico holandés. Aunque después tuve oportunidad de ir a Amsterdam para encontrarme con él, y tuve oportunidad de conocer la ciudad, me gustó. Pero nada comparable con haberle conocido a él antes, en mi tierra… Aprendí a leer sus ojos, sus gestos y me enamoré de su eterna sonrisa. Parecía no abandonarle nunca, pasara lo que pasara. Esa fue una de las primeras lecciones de mi vida, con tan solo dieciséis años supe que a veces, no hacía falta moverse para pasarlo en grande. Conmigo misma tenía suficiente. Con la gente que me rodeaba y que amaba, también.

Vinieron más lecciones después, y hoy, a mis 41 años sé que el viaje más importante de mi vida lo inicié el día que nací, incluso antes, en el vientre de mi bella madre.

No importa lo que he vivido, los lugares que he recorrido y lo que me haya llevado en cada ocasión. Me queda claro que lo más importante es el viaje dentro de mí, esa paz interior o esa tormenta, ese bello amanecer que cada día grita por salir o la noche más fría y oscura que pretende ganarme la batalla dependiendo del día. ¿A qué voy a darle poder? ¿Y tú?

Somos los héroes o las víctimas de nuestra propia vida. Depende de nosotros, no del lugar.

Mi vida cotidiana en México transcurre a través de mi actividad profesional dedicada a las letras (a mi amor por ellas), a la familia y a mis “viajes” moviéndome por la ciudad, que no se viste igual cada día. La veo distinta, y a sus gentes también. Es un gran viaje ir en transporte público o en taxi. Cada mirada, cada conversación, el recorrido, el destino, los encuentros y desencuentros representan una gran aventura para mí. Absorbo todo lo que me rodea y agradezco cada oportunidad que tengo por ver el nuevo día, aunque sea siempre desde el mismo lugar.

Mi suerte es que trabajo desde casa o desde el jardín. Me cuesta llamarle trabajo, se trata de mi vocación-pasión. Mi ordenador y el bello paisaje que se despliega ante la ventana de mi habitación o desde la sala comedor son mi oficina. Antes de que el día empiece, observo el bosque que tengo delante de mí con una humeante taza de café y agradezco a Dios ese instante, y en sus manos pongo todo lo demás. Porque me queda claro que no estoy aquí por casualidad. Se me entregó una vida digna de ser vivida donde lo más importante, aparte de vivirla amando, es verla sin necesidad de mirar, ni de ir demasiado lejos.

Cierra los ojos, respira, escucha tu corazón… Y a donde vayas, siempre con viaje de vuelta hacia ti. ¡Buen viaje!

© Nuria Caparrós Mallart


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