Revista Literatura

El legado

Publicado el 01 junio 2015 por Olgasierra @mimododever

El legadoAbuelo siempre olía a pólvora. Sentado en su sillón orejero, consumía largas jornadas mimando las figuras que componían la maqueta de su batalla. Contiendas de pinceles, cepillos, lijas y esmaltes para otorgar identidad a centenares de aguerridos soldados y a decenas de cañones de diferentes libras. Calzaba botas militares y dirigía los despliegues de tropas desde su viejo catalejo.
Anochecía cuando avisó a abuela para mostrarle el último cañón. Ella bisbiseó algún cariñoso reproche, maldiciendo el poco tiempo que le dedicaba. Él, avergonzado, la sentó en su regazo y susurrándole hermosas palabras de amor, a las que no acostumbraba, se quedó dormido. Fue su manera de decirle adiós.
Con el tiempo, descubrí detalles sorprendentes en sus figuritas de plomo. Un mismo rostro repetido, una y otra vez, en la cara de cada soldado: el de abuela. Y en correajes, casacas, bocamangas o escarapelas, un testamento de poesía cincelado en minúsculas letras que hizo feliz a su enamorada hasta que nos dejó.
Los domingos son una fiesta cuando vienen mis nietos. Tomo posesión del sillón del abuelo, me calzo sus botas y, a través del catalejo, les narro batallas de amor y plomo, y todo recupera ese añorado olor a pólvora.
El legado

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