Revista Literatura

El matón

Publicado el 11 diciembre 2011 por Gasolinero

Hace varios años, veintitrés por hoy exactamente, ocurrió en la población un hecho significativo; digno de contar. O tal fuese apócrifo, paciente lector, y sólo haya acontecido en la mente de este pobre cuentahistorias. La niebla no levanta, fría gris y húmeda, reafirmando que estamos  en el mes de la Pascua.

La llanura forja el carácter de las personas, el hecho de ver siempre a tu enemigo, saber por dónde te va a venir el garrotazo, da mucha confianza. La gente de los valles que no sabe lo que hace su vecino, imagina cosas terribles y hace mala sangre. Nosotros no. Lo peor son los interminables crepúsculos y las puestas de sol eternas, sobre todo cuando estás vendimiando y el fin de la jornada lo marca el ocaso.

Mañanita de niebla, tarde de paseo.

Seguramente sepas, informado lector, que en Tomelloso ocurren prodigios dignos de Macondo o de la Galicia profunda, aunque no tenga que ver el aserto con el acontecimiento avisado. Conozco al inventor de un ingenio para enjalbegar aprovechando la fuerza del aire comprimido. Consiste en un depósito metálico en el que se introduce la cal líquida, previamente tamizada y por medio de un émbolo que está dentro de la redoma, al incidir en éste mediante unas manijas similares a las de una bomba de hinchar ruedas de bicicleta, aumenta la presión del calderín, empujando a la cal al exterior a través de una tubería flexible acabada en un boquilla ad-hoc. También hubo una fragua, llevada en comandita por dos hermanos, que inventó una máquina para extender cómodamente el estiércol para abonar las viñas, pero que tuvieron que conjurarla contra el mal de ojo (a la máquina) oración mediante. Los hermanos herreros dividieron el negocio, uno de ellos se tiñó el pelo de naranja y se hizo empresario de la prostitución a la vera del Cigüela.

Parece ser (está sí es la historia) que empotrada entre las casas de lenocinio más afamadas de la población había un rancho de un tal “Maturras” dónde guardaba un rebaño de ovejas (y alguna que otra cabra, todo hay que decirlo). Trabajaban la esposa y él. A la calle daba una pared de adobe, medio hundida y sin blanquear, con una portada de madera vieja por dónde entraba el ganado y una puertecilla, también de madera para uso peatonal. Dentro, un corral con el piso de tierra y los cobertizos y establos. Las madamas hablaron con el pastor para que les vendiese el cercado, pues el olor, el escándalo de los balidos y el rastro que iban dejando las reses a su paso, era indecoroso y perjudicial para el negocio. El hombre, de acuerdo con la mujer, se negó a todas y cada una de las ofertas que le hicieron las cortesanas. No era cuestión de dinero, tenía el cercado en la orilla del pueblo y le venía muy bien para sacar al ganado a pastar.

Cuentan que las pelanduscas, desesperadas, contrataron los servicios de un matón forastero para que les diese un susto al matrimonio pastoril y accediesen a deshacerse del rancho. Un aléfano de Socuéllamos, carne de anabolizantes, cinturón verde de algún arte marcial de raro nombre y que no podía abrocharse el cuello de arriba de la camisa. El día convenido acudió al corrido a darle una vuelta de sal a “Maturras”. Encontró abierta la puerta pequeña. No sabía que el matrimonio avisado de la celada por el cliente de una de las casas que oyó el plan, lo estaban esperando. Entró dentro del corral de un salto acompañado de un grito y cayendo en una amenazadora y peliculera postura. Tras de sí oyó un ruido metálico. Volvió la cabeza y vio a la pastora cerrando la puerta con un cerrojo.  De frente venían hacia él cuatro mastines y el pastor blandiendo el astil de un pico.

Del matón nunca más se supo. Los ganaderos, años después vendieron la parcela a un afamado promotor inmobiliario. Pero cómo te he dicho, tal vez la historia no sea cierta.

www.youtube.com/watch?v=veTWqkltGLA


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