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El miedo a lo nuevo

Publicado el 31 agosto 2016 por Treintanerainsatisfecha
En el fondo, Lucía sabe que necesita un cambio, pero, el problema es que no sabe cómo enfrentarse a ello. Desea hacer muchas cosas, pero no encuentra la manera o las personas necesarias para poder ayudarla.
Por ejemplo, montar su propia empresa. Ella es una mujer que quiere valerse por sí misma y no quiere la ayuda de los otros. Ya depende de algunas personas para poder sobrevivir, para poder comer, dormir... Pero saber que tiene que depender otra vez de ciertas personas para poder vivir sus sueños le molesta demasiado. Una treintañera, sobre todo extranjera, no puede seguir dependiendo de alguien. Es lo que se dice ella misma siempre. Además de comerse el coco por cosas de la vida como son su propia meta en esta tierra y su propio futuro, no para de pensar en lo que podría pensar los otros de su situación. “¿Qué hace una extranjera más en este país, sin trabajo fijo y viviendo a costa de alguien?” En el fondo, sabe que no es así, porque a pesar de todo sigue luchando sin darse cuenta, buscando trabajitos: cuidar de niños, dar clases particulares, pequeños trabajos de traducción para amigos y conocidos, etc...
Desgraciadamente, es lo que hay sufrir una crisis: siempre cuestionarse. Una y otra vez. Sin parar. Día y noche. Sí, incluso de noche. Todas esas preguntas sin respuestas le han valido unas cuantas noches de insomnio y preocupación. Parece que haya nacido preocupada, estresada, angustiada por todo lo que le sucede o le pueda suceder. Siempre hay maneras para poder canalizar toda esta ansiedad. Hacer frente a sus problemas y sus miedos mediante actividades que permitan ocupar la mente como son el deporte, la lectura, la escritura, el arte en general, o simplemente hablar con alguien que la pueda entender, escuchar y orientar.
¿Que vaya a ver a un psicólogo? ¡Ni hablar! De ahí, toda la complejidad de esta treintañera insatisfecha que se hunde en un círculo vicioso: no se siente a gusto con su vida, no sabe qué hacer para encontrar una mínima solución, necesitaría ayuda, no sabe cómo pedirla, al final no quiere pedirla a amigos y familiares para no molestar, y se siente avergonzada con la idea de ir a ver a un psicólogo.
Así que lo mejor para ella ha sido empezar a escribir. En un principio, nadie tiene por qué leer sus problemas, sus sentimientos y resentimientos sobre lo que le rodea. Y aún así, si al final sus palabras caen entre las manos de alguien, qué más dará. No espera ninguna respuesta. Sólo necesita desahogarse de otra manera, vaciar su mente, plasmar lo que le viene a la cabeza y que la aisla de lo bueno y bonito que le podría llegar. Como se dice, siempre hay luz al final del túnel.
El miedo a lo nuevo

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