Revista Literatura

EL MOLINOWilson A. Acosta S. -Una curiosa historia en dos...

Publicado el 21 marzo 2018 por Wilsonacosta
EL MOLINO
Wilson A. Acosta S.
-Una curiosa historia en dos dimensiones-
El día que apareció el enorme vehículo con todo lo
indispensable para dar inicio a la construcción del molino que
pondría fin a la tortura de las mujeres que en las mañanas
descendían a los cachones en busca del agua para cumplir con sus
quehaceres domésticos, todo el pueblo estalló en júbilo, y corrió a
dar la bienvenida a sus benefactores.
Excitados observaban con asombro las enormes aspas metálicas
que a su tiempo la energía del viento haría girar para extraer la
vida del subsuelo. El pequeño pueblo se vistió de fiestas, mientras
que San Bartolo permaneció iluminado por más de una semana. Y
las mujeres pensando: no más perdidas de sueño; se acabó ¡por fin! tener que soportar el peso de la
vasija chorreando sobre nuestras cabezas el agua que se le escapa
alojándose en el babonuco, mojando nuestras caras, nublando nuestros ojos,
haciéndonos casi perder el equilibrio
El suceso ocurría en mi vecindario. Era un espectáculo propio de los
pueblos abandonados y urgidos de la década de los años cuarenta
del pasado siglo. [Para ser sincero, alguien me contó esta historia, pues para
la fecha en que se produjo yo no había nacido aun, no obstante, me fascinó de tal manera que de
inmediato decidí convertirme en su principal protagonistas]
El solar escogido tenía una profunda significación para mí y para
mis amiguitos, pues desde hacía tiempo lo habíamos convertido en
nuestro campo de juegos. Ideal escondite donde vivíamos nuestras
inocentes fantasías con historias de tesoros perdidos y charros
trasnochados, influenciados por el cine del momento.
Me imaginé por un instante la inminente desaparición de nuestro refugio
preferido, víctima del progreso que nos invadía; entonces, sentí
una honda pena por mí, por mis amigos, y por el destino de
nuestras secretas fantasías.
Cuál sería la suerte de aquel niño sin nombre, me preguntaba…Nuestro pequeño
amigo, que nos aguardaba siempre con una gran sonrisa; dibujando
en cada encuentro, en el silabear de sus palabras torpes, una historia nueva
que nos encantaba… Afirmando cuando se le inquiría: “Esta es mi
casa, aquí nací y viví con mis padres hasta que un día no hubo
despertar, pues nos quedamos dormidos en las camas para siempre.”
Luego, sin más preguntas ni confusas respuestas, se unía a nuestros
juegos…Ya tarde, cuando la voz de la mamá llamaba, cansados de
jugar nos despedíamos. Otra vez le preguntábamos: y tú, dónde vas
a dormir”. Él sonriente contestaba: “Esta es mi casa aquí dormiré,”
desapareciendo ante nuestros ojos igual como llegaba, haciendo
espacio bajo el tupido pajón de la alta hierba amarillenta del abandonado solar…
Se construyó una plataforma rectangular y en cada extremo se
levantó una columna con una toma de agua en cada una. Se hizo
una pared que unió las columnas en la que se inscribió la fecha de
la inauguración y el nombre del benefactor que ordenó la obra…….
Veíamos con la rapidez que la obra llegaba a su término. Un
enorme reservorio de forma
circular con varios metros de alto y otros tantos de ancho
desafiaba los techos bajos de las casas color tierra de la vecindad.
Las aspas del molino lucían tan majestuosas como una solitaria
palma real en la cúspide de un cerro deshabitado.
Inmersos en el embrollo de la permanente actividad de aquellos
constructores… Embebidos en la rápida transformación de nuestro
solar querido, mis amigos y yo, no notamos la ausencia del
misterioso niño que en medio de nuestros momentos de diversión
se aparecía.
A nosotros solo se nos permitía observar desde una prudente
distancia el ir y venir de aquellos hombres rudos, sudorosos en su
tarea obligada, firme, definitiva. Nos dijeron que al alejarnos se
evitaría un accidente. Y lo aceptamos no muy convencidos.
Tristes, frustrados, aguijoneados por una pena interior. Temerosos
de manifestarla a los mayores.
Las mujeres del vecindario, que siempre madrugaban para tomar
las
primeras aguas antes de que los rayos del sol les robara su limpia
frescura, un día, comenzaron a murmurar asustadas: hay un niño
de
cabellos blancos y ojos encendidos, de sonrisa diabólica, que repite
como si fuese el estribillo de una canción sin melodía: “esta es mi
casa,” También nos llega el eco de voces lejanas pero audibles que
amenazan: “estamos al llegar a reclamar lo que nos pertenece”.
El miedo nos mató la alegría cuando un anciano recordó una
historia trágica de épocas pasadas ocurrida allí; tronchó el ir y venir de las
mujeres madrugadoras, apagó las estrellas y las noches se tornaron
tenebrosas. El común chirrido de las aspas del molino en las tardes
calurosas ahora semejaba el grito de un fantasma atormentado. Desde entonces no
hubo un cristiano por valiente que fuese que en horas prohibidas
visitara el lugar.
Alguien gritó una de esas mañanas ¡Se secaron las fuentes!
Mirando al cielo con sorpresa, otro exclamó ¡! Se trancaron las aspas del molino!!
Mientras en un rincón un extraño niño de ojos encendidos cabellos blancos
y sonrisa diabólica con una voz semejante a un ronco murmullo de brisa nocturna
que presagia tormenta, decía: “llegaron los dueños del solar”
Entonces fue que lo volví a ver…frente a mí, transformado, con su nueva sonrisa de ángel malo, con
cabellos blancos y ojos encendidos... Ya que me has olvidado, me dijo, he decidido interrumpir tu sueño
para advertirte que mis padres han vuelto y no tolerarán visitas en nuestra casa.
Yo, temblando de pavor, cerré los ojos, escurrí la cabeza bajo las tibias sábanas de mi pequeña cama,
llamé a voces a mis padres que dormían. Me hallaba aun inmerso en tan horrible pesadilla
cuando juré por Dios no intentar acercarme a aquel diabólico lugar.
SEGUNDA PARTE
Siento no haberle preguntado a mi padre, en nuestras tantas confidencias antes de su muerte, la profunda razón que lo indujo a luchar tan denodadamente por la propiedad de un solar precedido de una historia tan siniestra. Creí una vez que al ser él tan sensitivo lo enamoró su cercanía al parque, donde con sus propias manos ayudó a levantar los primeros árboles y a colocar los primeros bancos; o quizás, fue la vecindad con el viejo caserón donde a partir de sus trece años comenzó su dilatado servicio al municipio; o a lo mejor, habría aceptado el reto al legado fantástico que arrastraba el lugar desde el día en que aparecieron “los antiguos dueños” con sus fieros y espeluznantes reclamos, ahuyentando con sus locas travesuras a las mujeres buscadoras de agua, hasta el momento en que se clausuró el molino.
Con el paso del tiempo me convencí de que mi padre ignoraba todo aquello y que si alguien se lo advirtió él no le dio crédito a la advertencia.
Eso sí, fue un grave error de mi padre haber construido su preciosa casita de clavó y de zinc, con media galería, frente a un jardín levantado por las virtuosas manos de mi madre, sin percatarse antes del ruidoso aquelarre que en las noches obscuras hacían temblar las débiles paredes de las casas vecinas, de las voces y conjuros de los que habían tomado posesión llegados de desconocida dimensión.
No recuerdo el día en que nuestros padres nos mudaron de la casa de la abuela a la casa nueva. Yo contaba con apenas dos años. Pero, después oí a mi madre confesar conmovida que al entrar a la casa le asaltó la sensación de que estaba habitada. Una noche, decía, me pareció ver en un obscuro rincón los ojillos encendidos de un niño de cabellos blancos con una cruel sonrisa bailándole en los labios, espiándome, en el momento de llevar los niños a la cama.
En nuestro pueblo, como en los demás pueblos de la región, es común la creencia en seres y entidades maléficas. Vivimos influenciados por esas historias escalofriantes. Como un virus se nos aloja en el cerebro desde niños informaciones que marcarán e influirán en la adultez a las personas. La semilla del miedo mitológico sembrada por el ancestro por generaciones en los montes y en los valles, los mismos que suplantaron y no dejaron huellas de la raza originaria.
No tardó el “misterio” en hacernos saber el disgusto que le causó nuestra presencia. Con fuerza azotaba el techo de la casa, abría las ventanas y arrastraba las sillas…Se sentían sus pasos…Se oía su tenebrosa voz en permanente desafío, volvía añicos los utensilios en la cocina… ¡era un fantasma!… nunca vimos su figura.
En las horas del descanso nocturno acurrucado en el regazo de mi madre yo levantaba un brazo y con un dedo señalaba el rincón donde ella el primer día observó perturbada la borrosa aparición de aquel extraño niño. Su instinto maternal la ponía en guardia, giraba la butaca hacia el amplio horizonte de la calle obscura, y con voz convincente me decía: “A dormir, que ya es tarde mi pequeño”
Mi padre ya había tomado la decisión- por la salud de la familia- de abandonar la casa. Ese enemigo invisible no le daba oportunidad de defenderse. No le faltaban ganas de estrangular con sus propias manos la intangible y desgraciada presencia que jugaba al tormento y a la locura en nuestros más íntimos espacios. La impotencia se adueñó de su cuerpo y de su alma.
Una noche. Me soñé que desperté enredado en las raras complejidades de un mundo surrealista, de molinos parlantes de aspas provistas de piernas que corrían veloces tras un rio vertical.
Eran cosas que trascendían a la imaginación de este mundo racional. De repente desde la cúspide de un montón de hierbas amarillas surgen mis antiguos amigos que me esperaban con un baúl de bellas fantasías y renovados juegos infantiles…
Del pajón de las hierbas amarillas surgió sin previo aviso con una franca sonrisa entre sus labios, con una nueva historia en el tartamudear de sus palabras mi extraño amigo diciéndome muy quedo: Yo nunca quise que vivieras esta historia, traté de explicártelo en varias ocasiones, pero a pesar de eso te empecinaste y te metiste en ella.

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