Revista Diario

El niño erótico

Publicado el 01 agosto 2010 por 4nthony192
El niño eróticoUn día el señor Mauricio Escala me encargó escribir un cuento para adultos. Me explicó que tenía que ser de contenido brutalmente erótico y macabro. El cuento tenía que explorar las perversiones más conspicuas del ser humano. Me aseguró que me iba a pagar bastante bien “muchos ceros”, me dijo, y yo entendí que muchos ceros significaban más de dos y, en aquellos días, más de dos ceros era un dineral para mi austera economía. Así fue como escribí mi primer y último cuento erótico: “Las tetas de mi abuela”. Trataba de una convenida relación entre un joven escolar con la abuela de su mejor amigo.
El cuento sucumbía en una suerte de galante erotismo, de provocaciones sexuales que la ricachona abuela hacia bien en rechazar. Pero lo entretenido fue el momento glorioso de la aparición de las tetas caídas, arrugadas, feas, desdibujadas, maltratadas, flácidas de la abuela, cuando finalmente decide entregarse al muchacho en cuerpo y alma; cuando, inesperadamente, la abuela se siente joven y sexy y se calatea medio cuerpo la muy sinvergüenza. El jovencito se trauma, enloquece, deambula. El tiro le salió por la culata, quería que la abuela se le enamore nomás para sacarle algo de dinero, para sangrarla, pero no reparo en las consecuencias.
No obstante, lo que más le gustaría al público sería la audacia de la anciana, quien sabía que el joven sólo quería su dinero. "Pero y además", la vieja sabía muy bien que, para emanciparce del acoso del muchacho, tenía que combatir fuego con fuego. Por esa razón opta por sacarse el sostén frente al joven y mostrarle sus indecorosos pechos, ella no tenía nada qué perder. La edad había asesinado su sentido del pudor. Aquel acto podía sólo tener dos respuestas: o el joven era lo suficientemente perverso y ambicioso para accederle aquella extrema insinuación o se asustaba y la dejaba en paz de una buena vez, que era lo que ella quería. A todo esto, al muchacho se le para todo menos el sexo, se corre de la habitación, aprende la lección sin moraleja, y ahora es la abuela quien se divierte molestando al amigo de su nieto.
Poco tiempo después de escribir “Las tetas de mi abuela”, el mismísimo señor Mauricio, me pidió una reedición del mismo, pero más que una sencilla corrección, su deseo era que el cuento se adapte a un público distinto. “Para niños”, me aseguró muy contento, “tiene muchas escenas graciosas que les encantará, pero tendrías que eliminar el erotismo”. Y así, me pasé meses intentando adaptarlo motivado por la buena oferta que el señor Mauricio me ofreció (el doble de lo que me pagó por “las tetas de mi abuela”, nada menos).
Por más que me esforcé durante muchos días, no conseguí adaptarlo para niños, pero sí para adolescentes o alguito más que eso, se llamó: “Los encantos de la abuela”. Y este cuento me lanzó a la fama como escritor. En ese entonces tenía veinte años y la fama se me subió a la cabeza. Y la fama no se me bajaría de la cabeza por espacio de cinco meses cuando perdí de vista los aspectos de mi vida que realmente importaban. Cuando la fama me abandonó y me vi nuevamente solo, intenté recuperar lo que había perdido. Me encontré caminando por las avenidas de Lima con un cuento pasado de moda entre mis manos, buscando a mis amigos.

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