Revista Literatura

El nombre del otro

Publicado el 10 febrero 2014 por Netomancia @netomancia
El niño busca una roca donde el sol no haya pegado tanto a lo largo del día. Las va tocando una a una con la mano, sintiendo la tibieza aún presente de la tarde. Al fin la encuentra, a pocos metros del mar.
La rodea, la escala, se sienta y observa.
Primero, sus pies repletos de arena. Más allá, la arena misma, recibiendo la última claridad de la jornada, antes que las sombras la acechen y escondan. Y besando la arena, en arrumacos rítmicos y voraces, el mar, majestuoso e infinito.
En el mar la vista parece perderse, pero al fin encuentra un punto. Una boya lejana, resaltando sobre el azul imponderable. La sigue con la mirada hasta que el horizonte lo distrae. De pronto, sus ojos caen por la cascada donde cielo y agua se funden y ve más allá. Un barco pesquero, en las inmensidades del océano. Redes gigantescas elevando cantidades desmesuradas de peces. El descarnado lamento que nadie escucha de esas bocas mudas, que abren y cierran, abren y cierran, que pronto dejarán de hacerlo.
No puede seguir mirando, levanta los ojos y entonces ve la costa del otro lado. Hay arena, hay un mar besando las playas, y más rocas, que se juntan, se elevan, se prestan para un paisaje, ridículamente distante.
Y sobre una de las piedras, hay una niña, muy bonita, de ojos verdes, tez trigueña y mirada cautivante. Y cuando él sonríe, ella también lo hace. Y sabe entonces, que es la sonrisa más hermosa que jamás conocerá.
Y por temor a perderla de vista, no se mueve, no se inmuta, permanece allí, a pesar de la noche, del frío, de la distancia. Y ella hace lo mismo.
Se vuelven eternos, agradecidos por haberse encontrado, sin quitarse jamás la vista de encima, sonriendo, soñando, anhelando saber el nombre del otro.

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