Revista Talentos

El pintor de las guerras

Publicado el 19 marzo 2013 por Rocastrillo @roabremeloya

   Rocío Castrillo teje la intrahistoria de la convulsa transición entre los siglos XX y XXI, desde la caída del muro de Berlín a los atentados del 11-S

  En un panorama editorial tan desolador como el que estamos viviendo es sorprendente (y esperanzador) ver que aún existen iniciativas que plantean enfrentarse a la crisis con proyectos arriesgados que, además, ofrecen a escritores nuevos y desconocidos la oportunidad de publicar su primera obra. Es el caso de la nueva editorial gallega Enxebrebooks, un nombre con vocación globalizadora, o más bien glocalizadora (de global y local) compuesto de gallego e inglés, ciertamente atractivo para darse a conocer en el mundo editorial (interesante consultar su página web para conocer a fondo los planteamientos de sus actividades).

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   La periodista Rocío Castrillo acaba de publicar en esta editorial su primera novela “Una mansión en Praga”. La transición entre los siglos XX y XXI se recordará como uno de los periodos más convulsos de la historia reciente. No cabe ninguna duda de que los tratados y los manuales del futuro estudiarán estos años como una etapa trascendente en la conformación de un nuevo ciclo en la historia universal. La caída del muro de Berlín y el final de la guerra fría, la formación de los nuevos estados europeos tras la guerra de Yugoslavia y la desintegración de la antigua Unión Soviética; la aparición de una nueva amenaza para la paz mundial a raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, los nuevos equilibrios en la geopolítica de Oriente Medio… han transformado en poco tiempo, menos de 20 años, el mundo tal y como lo conocíamos.
   Los tratados y los manuales de ese futuro recogerán los nombres de los héroes y de los villanos que protagonizaron los hechos para bien o para mal, los de las grandes batallas, los de los tratados firmados por los nuevos países o por las potencias protectoras de cada bando, los nombres de las autoridades que culminaron los procesos que siempre han beneficiado a unos y perjudicado a otros… Pero en todas las guerras hay, además, personas que sufren en sus carnes o en las de sus familiares, amigos y vecinos las consecuencias de la guerra y de la violencia, de la injusticia perpetrada por todos los poderes, civiles o militares (a veces de los dos), espanto insospechado al que puede llegar la crueldad de los seres humanos. Seres anónimos, personas como ustedes y como yo, vieron marcadas sus vidas para siempre por la guerra, por la injusticia y por la locura de la confrontación armada. Es a esas personas a quienes la Literatura, y no la Historia, dedica siempre su homenaje. Es ese uno de los grandes valores de la Literatura y uno de los motivos por los que existe y debe seguir existiendo la novela.
   Miguel de Unamuno acuñó una palabra, intrahistoria, para definir lo que le ocurre a los seres humanos normales mientras la Historia con mayúscula va haciendo y deshaciendo el tiempo. Intrahistoria es lo que no sale en los periódicos. Esta novela,“Una mansión en Praga”, es un documento de ficción que,dentro de la Historia de esas dos décadas de las que hablábamos, teje la intrahistoria de unas personas normales, de ficción pero verosímiles, que es una de las virtudes de la buena literatura:Pirandello decía que la vida está llena de hechos absurdos que no necesitan ser verosímiles porque son reales.
   Es esta una historia que transcurre durante esas dos décadas que convulsionaron el mundo durante la transición entre dos siglos. Rocío Castrillo sitúa a algunos de sus personajes en un mundo en el que hay territorios que se debaten en guerras interminables y a otros, en territorios que gozan de la impagable fortuna de la paz. Entre esos dos mundos, a veces demasiado cercanos, hay personas que huyen de uno al otro, casi siempre de la guerra a la paz y casi siempre sin poder encontrarla. Hay otros que necesitan vivir en la guerra para dar al mundo testimonio de lo que ocurre, como el protagonista de esta novela, un pintor que va de guerra en guerra, de batalla en batalla, que se traslada a los frentes para plasmar en sus óleos lo que ven sus ojos (no es tan excepcional esta figura: recordemos que durante la Primera Guerra Mundial el pintorFélix Vallotton pintaba sus cuadros de guerra utilizando este mismo procedimiento). Entre los personajes, también entre los de esta novela, hay unos que solo piensan en la supervivencia y otros que ven en el caos y el desorden la oportunidad para crearse una fortuna, aprovechándose de la corrupción y el pillaje que conllevan las guerras o algunos procesos de transición, como el de la República Checa, donde se sitúa la acción de esta novela.
   “Una mansión en Praga” muestra en prototipos perfectamente dibujados a algunos de estos personajes y los sitúa alrededor de una historia de amor y de pasiones, de amor apasionado y apasionante. Pero no es ésta una historia de amor romántica al uso, sino la de un amor contaminado por la guerra, un amor que no puede liberar a sus protagonistas de las consecuencias de la violencia y de la locura que la guerra introdujo en sus vidas. Amor y odio conviven en quien ha sufrido las desgracias de la guerra, en quien ha visto espantos difíciles ni siquiera de imaginar y que han influido en su forma de ver el mundo y en sus relaciones amorosas y que han contaminado el amor de un odio indefinible.

   Es esta la novela de una narradora omnisciente, con muchos diálogos, en la que las situaciones se desarrollan intensamente, a veces a velocidad de vértigo. Pero si hay algo omnisciente a lo largo de la novela es la guerra misma a través de los conflictos de aquellos años. Aunque su protagonista pretenda huir de la guerra se encuentra con ella a cada paso, como un reto que ha de superar, algo que ha dejado en él una marca indeleble de la que necesita liberarse y, aunque parezca contradictorio, lo hace visitando sus escenarios: Yugoslavia, Chechenia, Angola, Kosovo, Sierra Leona, Irak, Afganistán, los atentados terroristas a las Torres Gemelas de Nueva York y los trenes madrileños aquel fatídico 11 M. Alexander Korac, nuestro protagonista, necesita, como Goya, documentar con su arte los desastres de la guerra. Goya era también un pintor de batallas, como nuestro protagonista. Y es la guerra la que está siempre ahí como una amenaza permanente al amor y a la vida. Porque la guerra siempre ha servido para forjar la Historia. Y para destrozar a los protagonistas de la intrahistoria.

   En “Una mansión en Praga” está la vida en marcha y la vida detenida, la vida y la muerte. Algunos de los momentos más dramáticos están sacados de vivencias de la autora que, al trasladarlas a las páginas de la novela, se convierten en un homenaje de amistad al mismo tiempo que se desprende de ciertos demonios, al menos de ciertos sapos. Decía Marianne Moore que una novela debe ofrecernos jardines imaginarios, pero tienen que estar habitados por sapos de verdad: “si los sapos también son de mentira, entonces apaga y vámonos”.Hay en “Una mansión en Praga” jardines imaginarios, ciertamente, pero hay también sapos de verdad.

Francisco R. Pastoriza. Publicado en el suplemento cultural de El Faro de Vigo, el sábado 16 de marzo de 2013.

 


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