Revista Literatura

El precio de la fama: historias infames

Publicado el 24 junio 2012 por Gasolinero

En la Historia Universal de la Infamia, Borges, fabulando sobre hechos reales nos relata las aventuras de “El atroz redentor Lazarus Morell”, en el Misisipí a finales del XIX; “La viuda Chin, pirata”, que se enfrenta al emperador de la China; “El impostor inverosímil Tom Castro”, sustituir a un tipo por otro tiene consecuencias; “El proveedor de iniquidades Monk Eastman”, 15 dólares una oreja arrancada, 19 una pierna rota, 25 un balazo en una pierna, 25 una puñalada, 100 el negocio entero; “El asesino desinteresado Bill Harrigan”, Billy el niño, nada más y nada menos… Así hasta dieciséis —diecinueve en la edición de 1954—.

Es un compendio, barroco, de villanos sorprendentemente crueles y disparatados, con estructura de cortometraje o comic. Barroco es aquel estilo que deliberadamente agota o quiere agotar sus posibilidades y que linda con su propia caricatura, dice Borges.

¿A dónde va uno con Borges, el barroquismo literario y los cuchilleros platenses?

Las conversaciones de café son insondables; necesariamente imprevisibles. SeEl precio de la fama: historias infames comienza hablando de Rafael, el de Urbino y pasando por Raphael, el de Linares, se acaba parlando en la calle, a treinta y tantos grados, con el sol cayendo a plomo, de iniquidades domesticas, nada épicas ni grandilocuentes, pero no menos dañinas que las referidas por el maestro Borges. Se habló de alguien (cuya historia será referida en último lugar) que vivió del jornal de su mujer, medrando gracias a la libertad que le suponía tener los asuntos materiales resueltos; una vez conseguida la fama se deshizo de la proba funcionaria, como quien se desprende de la grasa en una liposucción.

Esa historia, de regreso a casa, andando por las calles desiertas y con las meninges reblandecidas por el calor —o tal vez por esto último—hizo  que repasase algunas situaciones parecidas, repugnantes para un servidor, mientras de algunos aleros caían guácharos calcinados, avisando manchegamente de la entrada del verano. Me propuse referir algunas, sin epígrafes y con la extensión que da un folio, menos lo que llevo expuesto, como venganza.

La más conocida es la del autóctono actor de cine  que emigra a Hollywood, en busca de fama y oropel, con su mujer, la de siempre, la que aguantó los meses sin un chavo esperando ese papelito necesario y nutricio. Una vez en la meca del cine la cambió por una estrella, camino de supernova, pero que le podría resolver el acceso a la profesión y a los guiones.

Hubo un tipo que mientras estudiaba, ya de grande, su mujer —con la que no estaba católicamente casado— se dejaba la vista plachando. Como era inteligente y durante su mocedad no tuvo la oportunidad de dedicarse al estudio, pues hubo de aportar el jornal al escaso pecunio doméstico, ella decidió sacrificarse mientras su hombre se sacaba la carrera. Acabó los estudios de leyes; comenzó a ejercer en un famoso bufete; al poco se veía furtivamente con una compañera de trabajo, prometida y con la boda cercana, pero de familia cristiana y de orden. Pillados en el negocio, los acontecimientos se precipitaron, él dejó a la plachadora, la otra al novio y a los pocos meses tuvieron una boda por todo lo alto, pasando por la vicaría (aquel trueno, vestido de nazareno).

Un afamado autor literario y paradigmático escribía entrevistas falsas para la revista en la que trabajaba, generalmente de célebres actores americanos que nunca leerían el magazine y por tanto, no protestarían de la engañifa, mientras su señora laboraba de funcionaria, para que el elemento alcanzara el cenit de las letras. Ahora es uno de los escritores más famosos de la narrativa hispana, a su amantísima esposa la dejó por el camino en cuanto cobro el primer jornal literario. Prescindió de ella, perfectamente válida para ser la compañera del redactor meritorio de una revista, pero no para ser la mujer del príncipe de los ingenios. El tipo, dicen, está completamente endiosado. Según cuenta una novia, deslumbrada por la obra en lugar de por el hombre, una vez  permitió que hiciesen el amor, con la condición de que no tuviesen contacto físico, algo que resulta de todo punto inexplicable, pero que explica todo lo demás.

Afortunadamente, los esfuerzos de Roberto Bolaño en su últimos días, fueron encaminados a resarcir los denuedos de su amada esposa en los años negros.

http://www.youtube.com/watch?v=LnV1j7qRfyw


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