EL PRISIONERO
Sueña el prisionero oprimiendo entre sus manos los barrotes de
su celda. Los hierros fríos entre sus manos queman como ascuas
incandescentes.
El deseo aniquilado mil veces antes de nacer, le hace inclinar la
cabeza y mirar fijamente al suelo sucio, frío, pequeño y ceniciento.
Se ha acostumbrado a callar, ya no grita como los primeros días.
El eco de su voz se perderá como en tantas ocasiones, en los
oscuros pasillos de jueces sin conciencia, no hay pasadizo secreto,
tampoco hay corazones nobles de limpia verdad y justicia. Los
estigmas grabados en la piel le hacen estremecerse, agitarse, como
mil y una vez. Constantemente le pasa. La furia interna le provoca
fiebre y delirio. El tiempo parece deshilvanarse en el recuerdo, con
pesados cortinajes grises que todo lo oscurecen. En sus hombros
cansados, sin vida se posa el peso del mundo, y una atmósfera
embravecida. Vapulea el recuerdo ajado y torturado del alma
cautiva.
¿Existirá el alma? ¿Tendré yo alma?
Preguntas inconexas y sin sentido atraviesan su mente errada del
naufrago sediento; pero… hay un camino de sombras y no
consigue una respuesta clara. Los espejismos adormecidos, forman
figuras caprichosas, en el laberinto de su sed y soledad inmaculada.
Él arrastra una túnica de cadenas que abre llagas en su piel
sangrante. Con la tristeza de todas las esperas dormidas en e
l tiempo. ¿Tendré yo alma? (Vuelve a preguntarse.) Creo recodar,
que alguien, alguna vez, dijo, que todo el mundo la tiene.
¡Vaya!, ¡ qué bonita frase!
El alma es la mente, la mente es un pensamiento y todo lo que
sientes, ¿entonces…? Soy llanto, espera, tristeza y… nada más.
Vago por los precipicios sin rumbo en recuerdos de otras vidas.
Ese no soy yo, yo soy el tambor roto que rueda por la calle: el
suicida de mapas de otros mundos, la barca anclada en el puerto
que nunca salió a navegar, pero dolida, ajada y vapuleada por el
oleaje bravío.
Una sentencia repetida, con la señal fija hacia una estrella sin
luz. Eso soy yo.
Tengo delirios ¡Otra vez la fiebre! El tarro de los fracasos se
ha roto entre mis manos torpes, navego en un mar de arena y
silencio, me escapo y vuelo alto, veo una sonrisa clara, un beso y
unas manos blancas como alas que me elevan al cielo, con reflejos
de sol y dorado terciopelo. Soy una nube de plumas perfumadas en
el jardín de los deseos, donde los duendes bailarines se divierten
con mi sombrero. Soy ave y sueño, prisionero y dueño, rey y
mendigo de un mundo de tesoros aprisionados, fabrico vientos
vertiginosos en los que navegan los cautivos.
No quiero hacer preguntas y, menos, respuestas de frases
hechas, formadas con experiencias de otras vidas, de otros hechos.
Dejad a los sabios su sabiduría secreta y métodos concretos. Yo
soy viajero hacia otra meta, hacia el horizonte infinito y sin
huellas. Sello mis labios a las simas de cuestiones sin respuesta,
profundizo en el silencio denso de la soledad perpetua. Penetro en
mis adentros, libero mis miedos antiguos y viejos, mis caricias
dormidas, mis besos, mis deseos más secretos. Los caminos que no
anduve, todo lo que nunca viví, está en mí. Llevo un tesoro
escondido que lanzo al aire de promesas olvidadas, de los cuentos
de antaño. No quiero las palabras fingidas de consuelo ni la
esperanza inalcanzable. No las quiero.
Yo tengo mi credo, un alma libre que vuela y se escapa, aún,
estando prisionero.