Revista Talentos

El reencuentro

Publicado el 14 agosto 2015 por Isabel Topham
Después de dar varias vueltas mientras se removía en el asiento del compartimento en el que iba, se quedó dormida con la cabeza en el cristal y "escuchando" justamente su canción favorita. La posición que adoptó para el resto del viaje fue la misma, más o menos cómoda. Tenía sueño, debido a las largas horas de la juerga de anoche, y siquiera se acordaba de algo de lo que pasó. Cuando no estaba dormida, estaba hablando por teléfono o simplemente chateando con sus amigos. Pero, ninguno de ellos pudo averiguar qué fue de ellos en aquella madrugada. Todos se separaron sobre las 3 am, y no se volvieron a ver. Unos se fueron a fumar fuera del local, otros estuvieron echando todo lo que pudieron echar para luego seguir bebiendo; mientras unos pocos seguían dentro, a su bola, sin estar juntos.
Llevaba la misma ropa que la noche anterior, y cada vez que abría la boca para bostezar o preguntar cualquier duda apestaba a ginebra y tabaco. No le dio tiempo de cambiarse de ropa, ni de ducharse, se fue directamente a coger el tren de lo pillada que iba de tiempo. Tenía puesta una camiseta roja simple de tirantes, unos pantalones vaqueros y unas convers rojas falsas. Por otro lado, tenía el pelo demasiado alborotado en relación al como lo solía llevar ella habitualmente, y la raya del ojo corrida por el intenso llanto desde las últimas dos horas. Hizo lo que pudo, utilizó el móvil a modo de espejo para peinarse y en cuanto el conductor anunció la primera parada en uno de los pueblos aprovechó para ir al baño y lavarse toda la cara; ya apenas se notaba nada la falta de sueño ni de conciencia.
Faltaban 2 horas y medias en llegar, y no sabía qué hacer para pasar el tiempo. Sacó sus auriculares del bolso, los enchufó al móvil, puso las canciones en modo aleatorio y se remoloneó en el asiento hasta encontrar la postura. Tenía la cabeza apoyada en la ventanilla, y mientras escuchaba de fondo su música pudo ir viendo cada vez prestando menos atención el paisaje que corría ante ella a una velocidad inalcanzable hasta que, al fin, se quedó dormida. En cuanto abrió los ojos, después de haber pasado unos 45 minutos de trayecto después de quedarse dormida; pudo escuchar como la voz del mismo tren fue anunciando las diversas paradas en los pueblos, haciendo pausas de mínimo unos 5 minutos en cada uno de ellos.
Resopló varias veces, e hizo un par de muecas con la cara advirtiendo del aburrimiento que se le venía encima en la próxima media hora. Intentó adoptar la misma postura de antes, pero fue imposible encontrarla ya, al igual que tampoco pudo volver a dormirse. Esta vez, apoyada en la pequeña mesa que había junto a la ventana miraba de soslayo a través de ésta, echada hacia adelante y con la mano izquierda muerta en uno de sus mofletes. Sacó de su mochila una pequeña libreta de color y empezó a escribir lo primero que se le pasase por la mente.
Poco a poco, se fue haciendo más ameno el viaje. Se desperezaba en el asiento, con las mil ganas que le entraba a cada segundo de poder llegar y ya no solo estirar las piernas, sino poder abrazar, darle dos besos y contarle las mil y una aventuras a sus padres. A quienes estaban allí ahora mismo esperándola a que llegase a la estación. Se puso a pensar en ese momento que la hacía tan feliz que, supongo, es el motivo por el que hacía aquel viaje. Después de no sé cuánto tiempo sin verlos, y con las mismas ganas de volver a ver a quienes se despidieron de ella en mucho tiempo atrás. Mientras le resbalaba una lágrima por sus mejillas, y con suma delicadeza se la limpió con la mano, pudo escuchar al conductor anunciar el nombre de su ciudad por megafonía.
Una vez recogidas todas sus cosas, de pie, abrazados los tres, mientras escuchaban de fondo la bocina de la locomotora para anunciar el fin de la parada, mientras se fue vaciando la estación al mismo tiempo; caminaron hacia la salida, con una tímida sonrisa en sus labios.
Aprende a valorar el verdadero significado de las cosas.

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