Revista Literatura

El regalo.

Publicado el 23 agosto 2011 por Marga @MdCala

-¿Recuerdas aquello que me pediste hace algún tiempo, cariño?

 

Sonia atrapaba la atención de Enrique con unas palabras tan sólo susurradas al oído. Recién llegado a su casa, tras la intensiva jornada burocrática de 7 a 3, la invitación e insistencia de su mujer a pasar al dormitorio se le antojaba tan apetecible como repetitiva: él siempre había fantaseado con otra escena y ella lo sabía, pero no podía pedirle tanto… de nuevo. Ni siquiera en el día de su 40 cumpleaños. Sin embargo, la pregunta de Sonia activó todas sus alarmas y su más secreta esperanza.

 

-En cuanto tome algún bocado; llevo muchas horas sin comer. Podemos acostarnos luego, si no te molesta…

-Bueno… tú acompáñame a la habitación. Si aun así prefieres almorzar primero, estaré de acuerdo.

 

Frente a la puerta de su dormitorio, impecablemente decorado en tonos neutros y violetas, Enrique olvidó toda una clase de apetito para recordar otro más salvaje e instintivo: en la amplia cama y cubierta únicamente con algo de encaje negro en su zona más íntima, se encontraba expectante una joven rubia de cuidada melena y almendrados ojos verdes. El carmín se concentraba en sus labios ofreciendo el regalo de ser degustado sin problemas. Las manos se paseaban por su curvilíneo paisaje ofreciendo el suave producto en su totalidad. Las torneadas piernas se abrían tan lentamente que el deseo de Enrique ya no podía disimularse en modo alguno.

El regalo.

-¿Y bien? –preguntó una desconocida Sonia-. ¿Te gusta lo que te he preparado para hoy? Muchas felicidades, cielo.

-¡Ya lo creo! –contestó tan feliz como extrañado su marido-. ¿Tú… piensas observar como te sugerí?

-Cuenta con ello. Al fin daremos utilidad a la butaca de nuestro dormitorio. Puedes hacer con Nadia lo que te plazca. Es mi regalo de cumpleaños.

 

Cinco escasos minutos después Sonia observaba -primero curiosa y luego dolida- cómo su marido disfrutaba realmente con los juegos de la extranjera. Ésta, además de joven y bella, se presentaba totalmente abierta a cualquier petición del homenajeado. Enrique probó y se deleitó con todas las fantasías que durante sus veinte años de casado no se había atrevido a plantear más que a su propia imaginación, y se sentía el hombre más afortunado del planeta por la esposa que le había tocado en suerte… Pero ¿dónde estaba su esposa?

 

La butaca de la habitación se encontraba vacía. La voraz Nadia no permitía volver la cabeza a su generoso amante y le reclamaba -coqueta- toda su atención. Él tuvo que dejar de preocuparse: su máximo interés se concentraba en la postura adoptada por la rubia. Desde atrás, aún se anunciaba más hermosa y femenina. La dominación absoluta, por fin.

 

Tan enajenado le tenía su instinto más primitivo que no sintió los pasos de Sonia acercándose a su placer. Brillos de acero se entremezclaban con el sudor, los gemidos y, finalmente, con el dolor más profundo.

 

-Lo he intentado, Enrique. Está claro que lo he intentado, pero no he podido. Ha sido superior a mí. No he soportado el hecho de verte con otra mujer, por muy mentalizada que estuviese. Nunca debiste mirarla de ese modo.

 

Y el horror de verlos muertos en sus sábanas color violeta, devolvió a Sonia el sosiego de su realidad. Enrique, sentado a su lado en el sofá, la miraba sonriente…

 

-Has debido quedarte dormida, y no me extraña; esta película es soporífera. Tanto es así que he estado recordando y pensando en aquello que te sugerí como regalo hace unos años.

 

¿Recuerdas aquello que te pedí hace algún tiempo, cariño?

 


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