Revista Literatura

El Regreso a Alfheim - Parte 6

Publicado el 30 marzo 2012 por Arweneressea @spica_89
Si aún no has leído la Parte 5, todavía puedes hacerlo
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COW 150 Lich dragon by *mythori on deviantART
Nicolás pelaba por salir de la arena, aunque esta seguía arrastrándolo hacia abajo. Tenía los ojos cerrados y movía pies y manos con desesperación. Aún aferraba el libro con su mano izquierda. No podía respirar y el aire se agotaba dentro de sus pulmones.
- Deja que la arena te llene –dijo la voz profunda de la sombra, quien parecía no ser afectado por la arena y la falta de oxígeno.
“Está mal.” Pensó el muchacho “¡Moriré si respiro arena!”
Hizo todo lo humanamente posible por contener su respiración. Lastimosamente el instinto y el entrenamiento de años y años, por parte de sus pulmones para respirar, decidieron que valía la pena intentarlo.
La arena entró y Nicolás tosió. Al principio pensó que se ahogaba, que la vida se le escapaba de las manos, pero tardó menos de un segundo en desaparecer de la laguna de arena.
Varias imágenes recorrieron su cerebro: Lilibeth, la habitación de nubes, el ascensor, su padre enfurecido, el libro, su casa, el colegio, su anterior casa, la escuela, su madre... tal vez era él quien estaba recorriendo el tiempo hacia atrás. Se vio nacer a sí mismo y de repente... Oscuridad... y luz y las nubes.
Estaba flotando cerca de las nubes. Veía el mundo y se sentía emocionado, como nunca antes se había sentido en su vida. En general, se sentía muy diferente; poderoso. Era como si pudiera controlarlo todo, hasta la misma muerte.
Voló hacía un lugar en el desierto de Egipto y dejó caer el libro que tenía en las manos. Se había deshecho de la pluma y el libro, ahora sólo tenía que encontrar una mujer humana que lo recibiera en su cuerpo como su hijo...
“Atrás” dijo la voz de Tiempo.
Ya no estaba en el desierto, estaba en un claro de bosque en donde el suelo era de color púrpura adornado con flores azules como el cielo profundo. Llevaba en los brazos el libro y una pluma negra y sentía algo diferente en su espalda. Había un hombre sentado, apoyado al tronco de un árbol, con los ojos vendados y una espada en el cinto.
- Saludos Hoor –se oyó decir Nicolás.
El hombre sólo asintió.
- ¿En qué puedo ayudarte? –dijo una voz en su cabeza.
Una pequeña perra blanca asomó de entre los árboles atrás del hombre.
- Gran Sabia –dijo Nicolás saludando al animal.
El animal se sentó y miró a Nicolás atentamente.
- Vengo buscando consejo. Como es de tu conocimiento, mi labor me lleva siempre cerca de los humanos –Nicolás se sorprendía al oírse hablar de esa manera, pero por otro lado lo sentía tan natural-. Y no he podido dejar de preguntarme, ¿por qué ellos gozan de todos los dones de los poderes? ¿por qué los poderes les proporcionan comida, agua, luz, vida, sabiduría, belleza, amor, pasión, sueños, alegría, tristeza y, cuando se cansan de todo, el tibio abrazo de la muerte?
- No es tu deber preocuparte por tales cosas –dijo el pequeño animal.
- Es verdad, Gran Sabia, pero no puedo dejar de preguntarme tales cosas, cuando los veo todo el tiempo.
- Las hadas, los elfos, los gigantes, los centauros, los trolls, los sátiros, los faunos, las sirenas y todos los miembros de otras especies, y los animales menores también gozan de los dones de los poderes. Sin embargo, te preguntas por los humanos.
- Los elfos no mueren, Gran Sabia, excepto cuando deciden hacerlo. Y los otros tienen una vida longeva en comparación a los humanos. Los animales menores no gozan de todos los dones. Además, hay en los humanos: desconocen todo este mundo que hay encima de sus cabezas. Pues incluso las criaturas que viven en Nifheim saben de los poderes.
- No olvides que allí habita Nidhogg y él también es un poder.
- ¿Cómo podría olvidarme de él? Nacimos el mismo día, Gran Sabia.
- ¿Cómo podría saberlo, si yo nací después?
- No pasó tanto tiempo.
- No podría saberlo si fuera más o menos tiempo.
- Es verdad...
- Debes continuar tus labores, no querrás que venga Ángela a decírtelo.
Sospechaba de antemano que no iba a tener las respuestas que buscaba. Ya intuía que sus respuestas eran algo celosamente oculto.
- Gracias por tu consejo, Gran Sabia –murmuró Nicolás.
“Después de eso” dijo la voz de Tiempo. No había dicho nada, pero le resultaba difícil mover los recuerdos que tenía guardados el muchacho. Estaban guardados con mucho cuidado y se develaban en un orden muy específico.
En un lugar corpóreo, lejos de las arena de Tiempo, Ángela observaba. Sus ojos lo podían ver todo lo que ella deseara ver. Y lo que veía no le gustaba para nada. En los límites de Alfheim, un ejercito de gigantes de hielo y fuego se acercaba, encabezado por un dragón gigante que lanzaba llamas a todo lo que podía: Nidhogg. El poder de la tierra había puesto montañas en su camino, mientras los ejércitos de Alfheim se preparaban, pero Nidhogg no parecía inmutarse. Extendió sus dos gigantescas alas escamosas y sobrevoló las montañas mientras continuaba escupiendo fuego. Y aunque su ejercito se demoraba, él seguía avanzando confiado por su victoria.
“Desde que el Águila cayó” pensaba Ángela “es natural que piense que puede vencernos a todos. Sólo espero que Tiempo se apure recuperando a Azrael.” -- Continua en Parte 7

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