Revista Literatura

El rincón

Publicado el 02 febrero 2017 por Salvador Gonzalez Lopez

Molestaba al entrar y al salir. Se podía haber puesto en cualquier otro sitio, pero no, tenía que haberse puesto en aquel rincón de manera que tropezabas con ella al entrar y al salir sin poder evitarlo.

Todo empezó hace unos tres meses cuando después de cenar me dijo:

— Hoy he ido al médico y…— paró un momento— … y me ha dicho que me queda poco tiempo.

—¿Cómo? ¿Poco tiempo? ¿Qué quieres decir? —respondí

—No, no sé. Pero me ha dicho eso que me queda ya muy poco. No sé que mas decirte porque tampoco …

—Pero…

—No, no digas nada. Lo hemos hablado muchas veces desde entonces. Solo te pido lo que te he pedido siempre, que cuando veas que esté muy mal hagas algo para acabar con mi sufrimiento.

Así se lo prometí pero no estaba dispuesto a cumplir lo que le acababa de prometer.

Los siguientes días fueron normales, no se le notaba nada raro pero, poco a poco, de manera progresiva, sutil, inadvertida, se fue degradando. No parecía que sufriese ningún cambio pero, si la conocías como yo, lo notabas. Notabas que iba dejando de ser ella día tras día. Mas adelante se fue acelerando su deterioro: hoy dejaba de reír cuando le contabas aquel chiste que siempre le había provocado carcajadas, mañana olvidaba ducharse, pasado dejaba de dar de comer al gato, y así hasta que un día se olvidó de mi nombre y al siguiente del suyo.

Era domingo al mediodía cuando, al volver de hacer el vermut en el bar de siempre, el de Villarroel esquina Sepúlveda, no pude abrir la puerta del todo a pesar de empujar con fuerza para lograrlo. Para poder entrar tuve que hacerlo de medio lado metiendo la barriga y aún asi no me fue fácil pasar. Al lograr entrar vi enseguida cual era el motivo: allí estaba ella, detrás de la puerta, sentada de medio lado con la espalda apoyada en la pared, las piernas encogidas y la mirada fija en la pared de enfrente.

—¿Te encuentras bien? — le dije, sin esperar esa respuesta que no hubo — ¿Te hace falta algo?

Pensé en cambiarla de sitio pero, dada la hora que era, decidí dejarlo para mas tarde y me fui a la cocina a comer algo.

Fueron pasando los días y su situación se hacía cada día mas incomoda. Intenté cambiarla de sitio, moviéndola hacia una zona en la que molestase menos, pero siempre volvía a su sitio. Y molestaba mucho; molestaba al entrar y salir de casa y mas aún cuando lo hacías cargado con la compra; molestaba para meter las garrafas de diez litros de agua de la Sierra de Aljarafe que traía un amable repartidor; molestaba a la señorita de compañía que, sorprendida, me preguntó que porqué tenía a una señora sentada en el suelo del recibidor; molestaba.

Nunca logré averiguar como regresaba a su sitio a pesar de vigilarla durante horas y mas adelante, cansado de la vigilancia, poner una webcam encima del armario del contador de la luz. Nada, ni un movimiento captó nunca y sin embargo se movía.

Llevaba días sin comer ni beber nada durante (tampoco ensuciaba) lo que hizo que Tamara se inquietase en extremo. Tamara era la señora de la limpieza que venía todos los lunes y los jueves por la mañana, una verdadera obsesiva del orden a la que esta situación no le gustaba. De hecho su hija me envió un whatsapp diciendo que su madre estaba muy inquieta porque no podía trabajar a gusto y que esperaba que hiciese algo pronto para solucionarlo hiciese algo con él. Yo le contesté que estaba en ello y que a no tardar encontraría sin duda una solución y que mientras tanto no se preocupase, que no hacía falta que limpiase el recibidor.

Dos meses después Tamara dejó de venir con la excusa que tenía que ir a Georgia para hacer unos trámites. El repartidor del agua dejó de entrar las garrafas de diez litros y las dejaba en el rellano de la escalera sin ni siquiera molestarse en llamar al timbre para avisarme lo que molestó a la vecina de enfrente que le dijo al conserje que me dijese que el rellano no era el sitio para dejar las garrafas de agua. La señorita de compañía me dijo que tenía un casting para GH y que estaría unos días sin venir y al poco me envió otro diciéndome que ahora estaba en el de Hombres, mujeres y viceversa. La situación era absolutamente insostenible y tomé la única decisión que podía tomar: deshacerme de ella. No, no fue fácil. No te deshaces cada día de la persona con la que llevas casado cuarenta y cinco años y que te ha dado cuatro hijos y tres nietos. No no era fácil pero no me quedaba otro remedio si quería que mi vida volviese a la normalidad. Y lo hice. Podría decir que me resbalé, que me di un golpe en la cabeza y que yazco, inmóvil, al lado de mi mujer, oyendo como llama al timbre la mujer de la limpieza, de vuelta de Georgia, el repartidor del agua o la pilingui, pero no, no fue así. Lo que pasó es que traslade su cuerpo al campo y la dejé en un sitio que siempre le había gustado, debajo de un pino con vistas a Montserrat. Me despedí de ella deseándole toda la suerte del mundo.

Ahora la casa vuelve a estar limpia, puesto que Tamara limpia todos los lunes y jueves; vuelvo a tener el patio de la cocina lleno de garrafas de agua y Puri, a la que no han aceptado en ningún casting, viene puntual todos los miércoles por la noche a la nueve.

P.D. De vez en cuando voy al campo a verla. Sigue allí, con la mirada fija en Montserrat. Creo que cada tres o cuatro semanas cambia de posición, aunque no estoy muy seguro de ello. Se le ve bien. Safe Creative #1702020531777


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