Revista Talentos

El viajero

Publicado el 16 agosto 2015 por Isabel Topham
Sintonizaba cada dos por tres la radio, y cada vez resoplaba por no encontrar nada decente en ella. Todas las mañanas la misma historia, al igual que por las tardes. Siempre viajaba con la puesta de sol en una de sus ventanillas, tanto en el viaje de ida como en el de vuelta. Trabajaba en un pueblo de al lado de su ciudad, en Almendralejo, cerca de unos 35 Km de donde vivía él, solía tardar unos 45 min en coche. Eran las 7 pm, y a pesar de la falta de sol sentía la necesidad de llevar las gafas. Le gustaba mirar el paisaje a medida que iba conduciendo, era lo único que le evadía de sus pensamientos y de la rutina. Aunque, ya lo tuviese muy visto porque era lo mismo que había en aquella misma mañana del día como cualquier otro día en el que tuviese que ir a su oficina.
La carretera por la que iba ni era una autopista, ni un camino poco cuidado y solitario. Apenas se cruzaba con los coches, pero había más de uno en su misma situación por lo que se podía ver entretenido el trayecto. Por otra parte, su coche estaba a rebosar de cosas. Llevaba el maletín en el que tenían todo el papeleo con los clientes y proveedores, el ordenador, cables… y las sobras del almuerzo.
Ya no sabía cómo distraerse y lo único que buscaba era lo extraordinario en lo cotidiano. Aquello que pudiese sacarle de la rutina, incluso formando parte de ella. Pero, nada. Por más que buscaba levantar la vista de la carretera tan sólo veía coches en el carril contrario en el que iba él, algún chalet en mitad del campo… y vallas publicitarias que buscaban llamar la atención del consumidor. Pero nada le hacía mantener la mente ocupada mientras fuese por la carretera, en ese momento, echaba de menos la compañía de su familia. Aunque, éstos sólo le trajesen problemas y dolores de cabeza con sus gritos y peleas en el asiento de atrás. Por un momento, inconsciente, había mirado de reojo por el espejo el asiento de atrás y al tiempo que veía el desorden que tenía acumulado allí mismo, esbozó una sonrisa al imaginarse por unos minutos a sus hijos empujándose y tirando de algún chisme que tenían entre manos.
Volvió en sí, y con mayor concentración en la carretera vio algo extraño en ella. En especial, al pasar por una de las vallas publicitarias que estaba obligado a ver siempre que pasaba por allí. Le extrañó bastante, ya que era la primera vez que la veía y le llamó muchísimo la atención su contenido. No sabía de lo que se trataba la empresa, pero ya tenía interés en ella. Le daba igual de lo que fuese, ni el sueño ni el cansancio que tenía le hizo pensar en la cama en cuanto llegase a casa, sino en encender por última vez su ordenador y buscar información sobre ella. Qué importaba de lo que fuese, el diseño era tan acogedor que daban ganas de llamar ya a la propia empresa e incluso pedir trabajo allí. No sé. Era la primera vez que sentía interés por la publicidad, por la publicidad de incluso una tienda de ropa femenina. La intriga por saber de qué iba, le hizo incluso retroceder con el coche para pararse en el arcén y poder leer con mayor precisión el anuncio. En cuanto hubo terminado, se montó en el coche y puso rumbo a la carretera. Esta vez, no iba para acostarse ni recibir con los brazos abiertos y una sonrisa en los labios a su familia para completar el día, sino para encender el ordenador para conocer más de cerca los productos que vendía aquella empresa.
Ya tenía el regalo perfecto para el aniversario de su boda.
Mientras no seas capaz de llamar la atención, no existes.

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