Revista Literatura

Elvis Kafka Borges Thor Ramones Gallo

Publicado el 17 abril 2013 por Calvodemora
Elvis Kafka Borges Thor Ramones Gallo
Kafka, de haber nacido en Las Vegas, habría paseado su tristeza por las mesas de juego. No es lo mismo ser un descarriado en Praga a principios del siglo XX que un descarriado frente al Caesar's Palace, en el año trece del siglo XXI. Kafka a día hoy sería un friki. Esa cara de funcionario gris no matrimonia con las lentejuelas del traje, pero Elvis, ya gordo y fondón, tampoco daba bien con el traje. Kafka pidió a Max Brod, su amigo y albacea, que todo lo escrito fuese pasto de las llamas. Elvis, antes de morir bien empastillado, tóxico y grosero, fofo y solo, dudo que le pidiera a su manager que borrara los viejos hits, los nuevos, su cara de niño feliz y sano en todas esas cintas cutres que alimentaron el mito. Lo que no hizo el rey del rock fue inventar un adjetivo, entregarlo a la historia. Elvis fue muchas cosas y algunas en modo superlativo, pero nunca fue un tipo kafkiano. Tampoco sé con certeza si Kafka lo fue. En fin, conjeturas. Modos de sobrevivir al martes. A los días se les sobrevive con Kafka, con Elvis, con toda esta corte de alucinados. Se vive bien en la alucinación. Lo malo, para Elvis, para Franz, fue salir. Darse de bruces con el mundo. Pasear las calles. Mirar a la gente. Dormir de noche y enfrentarse a los sueños.
Elvis Kafka Borges Thor Ramones Gallo
A Borges no le hubiese escandalizado que lo travistiesen de Thor. Conocía de las sagas nórdicas la pureza de sus metáforas, la lírica de sus runas, el peso de la épica. Le fascinaba que ese pueblo hubiese vivido al margen del progreso demoníaco de los países de abajo, de las fraticidas guerras entre todos los países del sur. De haber existido un Thor borgiano (o un Borges thorizado) habría hechizado a más de un friki. No sé cómo matrimoniar a ambos. No sé qué saldría si ese híbrido (a Pablo Gallo, el autor de estos formidables dibujos) no fuese únicamente una invención, el personaje imposible que tiene en una mano un libro y en la otra, imponente, el martillo de los dioses. Ambos son, en el fondo, materias divinas. El libro es también un artefacto que arruina y funda imperios. No hay artefacto bélico de más probada eficacia que el libro. Se puede esgrimir un libro como quien blande una espada. Hay libros que han vertido más sangre que el hierro de muchas espadas. A Borges, como a Thor, no le importa que el mundo ande descarriado y que se precipite, alocado, un poco frívolamente también, al más oscuro de los abismos (esto del abismo es muy de viking, muy de épica nortúmbrica). Lo que ambos persiguen, ciegos los dos, es la vigencia de un modo de hacer las cosas. Se puede vivir en este mundo sin pertenecer a él. Borges no era del siglo en el que nació. A Thor, al dueño del Mjolnir, que nadie puede sostener salvo él mismo, el hijo de Odín, el dios, le satisfacía, más que otra cosa, el placer de entrar en batalla. A Borges, el bibliotecario, el constructor de laberintos, el que vigila los sueños y los espejos, le satisfacía, más que otra cosa, el placer de vivir en los libros, que son también una elegante forma de entablar una especie de batalla. Las guerras mueven el mundo. No han dejado de existir y no van a dejar de hacerlo. Da igual que observen un rito u otro. La sangre será derramada. El poeta elaborará su canto. Thor es el guerrero. Borges, el ciego, será el poeta.
Elvis Kafka Borges Thor Ramones Gallo 
This is rock and roll radio. Los Ramones en realidad son puros, a pesar de la impureza que irradian. A estos tres, a Gómez de la Serna, a Valle-Inclán y a Jiménez, les une tener tres ramones en sus nombres de pila. Quizá solo eso. En lo demás, fueron tres almas atormentadas por las letras, que siguieron caminos distintos y que solo reclamaron para España un modo menos previsible de entenderla. El primero sumó humor y metáfora. El segundo arrimó el esperpento. El tercero cristalizó la poesía como vehículo total para entender la realidad. A los Ramones verdaderos les interesaban almas como éstas. En el fondo, a pesar de las distancias, de los mensajes, incluso de las texturas con las que el producto, en apariencia, se muestra, el arte posee una brizna compartible. Una de la que es posible extraer una cierta posesión de la verdad. Y también de la belleza. A bailar, paisanos de las letras.

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