Revista Diario

Érase una vez...: "Con una buena intención"

Publicado el 14 octubre 2017 por Vesta @Vesta01

Érase una vez...:

Después de mucho insistir, la mujer que tanto me propuse conquistar, finalmente aceptó salir conmigo.

Esa tarde salí con el propósito de iniciar una nueva relación en mi vida. Mi cita era a una manzana de mi casa, así que opté por ir dando un pequeño paseo.

En el trayecto, me encontré con un viejo sentado en el porche de su vieja casa que llamó mi atención. Estaba acomodado en un gastado banco, con aire meditabundo, absorto en sus propios pensamientos y con sus manos entrelazadas, como si estuviera orando; unas manos surcadas por los años y por el trabajo duro y sufrido.

Érase una vez...:

Su ropaje, además de desgastados, consumidos por el uso y la ocupación que notaba habían sido objeto. se traslucía resentido y consumido al igual que el anciano, por el paso fatigoso del tiempo y por la vida dura de ambos; miraba al vacío, a la nada y por sus mejillas horadadas por el tiempo y por mucho sufrimiento, caían por sus surcos unas lágrimas que me conmovieron tanto que me fue difícil apartar la vista de este hombre y a la vez me hizo sentirme coartado de mi primer deseo de acercarme, preguntarle o tal vez, incluso, de consolarlo.

Érase una vez...:

Al cruzarme a su altura, pasé mirándolo y de repente, vi como su mirada quedaba fijada en la mía, así que le sonreí y lo saludé con un gesto afable, aunque no llegué a cruzar la calle.

Érase una vez...:

Es que tenía que llegar a tiempo a la cita con la chica que finalmente había aceptado salir conmigo, después de varias semanas de insistencia, no me animé, además, no lo conocía, aunque sí llegué a entender que en esa mirada y en aquellas lágrimas, se mostraba una gran necesidad de acercamiento.

Seguí mi camino pero sin lograr convencerme que hacía lo correcto por no seguir los impulsos de mi corazón.

Después de varias horas de conversar con mi nueva conquista, la imagen del viejo en el banco no podía apartarla de mi mente.

- ¿Por qué te preocupas por alguien que no conoces? - T odos tenemos problemas y no siempre encontramos ayuda.

Érase una vez...:

Fueron las palabras vacías de mi acompañante. ¡Qué decepción!

En mi camino guardé esa imagen fundida en mis recuerdos; su mirada que encontró la mía en el infinito de la nada, ese lugar donde se encuentran más que decepciones, ya que inmediata e imperdonablemente le había negado mi compañía, y todo por ir en busca de mi egoísta felicidad.

Traté de olvidarlo. Caminé rápido, como escapándome. Llegué a casa esperando que el tiempo borrara esa presencia, pero esa lágrima no se borraba. Los viejos no lloran así, por nada, me dije.

Esa noche me costó dormir, pues la conciencia no entiende de horarios y decidí que a la mañana siguiente volvería a la casa y tendría una conversación con él. Así pues, esa misma noche había surgido un propósito con una buena intención.

Después de intentar razonar y haberlo meditado, concluí en que en aquella mirada, el anciano me había pedido que hablara con él, que necesitaba algo más que un saludo y una sonrisa. Después de esta decisión, me sentí más apaciguado por haber determinado el propósito que con buena intención había llegado a término. Y luego de vencer mi pena, logré quedarme dormido.

Al día siguiente, muy temprano, me desperté con mi buena intención de llevar a cabo mi propósito y recuerdo que preparé un termo con café, compré unos panecillos y todo lo rápido que fui capaz, llegué a la casa del anciano, convencido que tendríamos mucho que conversar.

Érase una vez...:

Golpeé a la puerta. Salió otro hombre:

- ¿Qué desea? -, preguntó, mirándome con un gesto extrañado. Y contesté:

- Busco al anciano que vive en esta casa. -

- Mi padre murió ayer por la tarde. - Dijo entre lágrimas.

- ¡Murió! - Dije decepcionado. Sentí como las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.

- ¿Usted quién es? - Volvió a preguntar. -

- En realidad, nadie. - Contesté y agregué: ayer pasé por la puerta de su casa, estaba su padre sentado y vi que lloraba, y a pesar de que lo saludé no me detuve a preguntarle qué le sucedía, pero hoy volví para hablar con él, aunque veo que ya es muy tarde.

- Usted es la persona de quien hablaba en su diario. - Dijo y entonces me invitó a pasar.

Luego de servir un poco de café, me llevó hasta donde estaba su diario, y en la última hoja, sólo rezaba:

"Hoy me regalaron una sonrisa, y un saludo amable.

Soy muy feliz. Hoy ha sido un bello día".

Érase una vez...:

Tuve que sentarme. Me fue difícil digerir y asumir todo aquello. Me dolió el alma de sólo pensar lo importante que hubiera sido para ese hombre que yo hubiera cruzado aquella calle. Me levanté lentamente y al mirar al hombre le dije:

Pero, él me interrumpió y con los ojos humedecidos en llanto, dijo:

- Si yo hubiera venido a visitarlo, al menos una vez este último año, en lugar de andar tratando de encontrar mi felicidad satisfaciendo mis gustos y necesidades personales, quizás el saludo que usted le dio y su sonrisa, no hubieran significado tanto para mi padre...¡Qué decepción se habrá llevado de mí! - concluyó, llorando.

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Andamos por la vida buscando nuestra propia felicidad y a veces, lo hacemos tan egoístamente, sin importarnos que al conseguirla, nuestra felicidad sea la causa de la infelicidad de alguien más y peor aún, que cuando es, la infelicidad de aquel que nos ama.

A veces, creemos que tenemos toda una vida por delante para hacer mañana o la semana que viene o dentro de un par de años,... eso que sabemos que podemos hacer hoy, pero que sin embargo, dejamos pasar.

Érase una vez...:

Érase vez...:


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