Revista Literatura

Esa luz

Publicado el 21 mayo 2016 por José Ángel Ordiz @jaordiz

Ya no es joven el hombre que ahora mira hacia aquí, hacia las palmeras dormidas de la rotonda, hacia los carteles donde están anunciadas las películas de los cines hoy reunidos en la última planta del centro comercial, hacia las farolas del alumbrado público, ambarina la luz que ilumina cuanto ve, lo que la noche no puede ocultarle.

Sentado ante la pantalla del ordenador, la pantalla ante la ventana -palabras electrónicas en la pantalla y un nocturno de las cuatro de la madrugada más allá de los cristales-, mira hacia aquí en busca de algún noctámbulo o cómplice. Pero a nadie ve. Nadie por las calles y ningún coche en movimiento por la calzada.

Cuentan de este hombre que no madrugó al nacer. Sobre el mediodía nació, no antes. En cambio, pronto enfermó, pronto fue alcanzado por el rayo de esa maldición creativa -más o menos afortunada- a la que algunas personas llaman don o pasión o afán.

Acaso enfermó por leer demasiado, no sería el primer caso, ¡vive Dios que no lo sería!

Enfermo de gravedad, comenzó a prestar atención a cuanto la vida le contaba, a ese visible susurro tan cercano al oído ocular de su curiosidad y asombro, donde aún habita su ira, su piedad, aquel amor y otros, tanto aún que enseguida nada será, tal vez mañana mismo se consume su ineludible derrota pero otro su temor, precedente su miedo: ¿Sufriré mucho?

Entonces, como hoy, la vida tentadora:

"A tu tío Manuel lo mataron dos veces, la primera con una bala de plomo y la segunda con una bala de ira y rencor y puertas cerradas. ¿Quieres que te lo cuente?".

"¿Quieres que te cuente lo que le sucedió a un soñador que vivía en una aldea minera donde la hulla y la supervivencia apenas permitían soñar?".

"¿Te he contado ya que el joven Mauro está enamorado de Laura, condicionados por el pasado el presente y el futuro de esa chica tan frágil como el rocío, de esa muchacha que canta una nana mientras algo parece contemplar en el horizonte?".

"¿Deseas que un enigmático narrador de historias fantásticas te hable de la hermosa Bel, del apuesto Pol y de la no menos agraciada Rosalinda desde un tiempo sin tiempos cronológicos y desde una geografía sin geografías cartografiadas?".

Tras escuchar y escuchar, todo lo fue contando él a su modo, con un aparente desorden descomunal, como si deseara que nadie lo escuchase a él.

Enfermo incurable, aún lo cuenta hoy así, con semejante desorden. Y desde la noche ciudadana lo cuenta, visible desde aquí la luz proveniente de esa ventana por la que a veces mira él; ordenada, disciplinada, la noche, él no, qué va: él es muy raro.

Según su padre muerto: "Mi hijo mata mucho, pero mata bien".

Según su madre viva: "¡Mata menos por bien que mates, y deja en paz a los políticos, no sea que...!".

Según él: "Bah, el peligroso era Franco, estos de ahora no fusilan al amanecer. Desgobiernan lo que pueden, eso sí, pero...".

"¡Fíate, fíate y acabarás antes de tiempo donde está tu padre!".

"Y qué. Por cuatro telediarios y medio que pueda perderme... Además, mi padre no se queja ni protesta. Tan mal no se vivirá de finado, digo yo".

"¡Mucho aprendiste tú de Cela y de esos otros degenerados a los que también llamas tus maestros!".

"Poco, la verdad; halagos los justos, señora Oliva".

"¡Todo lo malo sí lo aprendiste!".

"Ni eso siquiera, señora Oliva, ni eso".

Ese hombre que continúa mirando hacia aquí, como si estuviera viendo lo que no puede verse salvo con los ojos de la memoria o de la imaginación, tal vez recuerde ahora, precisamente ahora, la reciente visita de su madre.

Antes del oscurecer, fue Irina quien le abrió la puerta de la vivienda a la señora Oliva. La ucraniana, descalza, tan poco arropada como de costumbre, apenas cubierta su lozana anatomía con una camiseta de la selección española de fútbol (está de moda el balompié de nuestro país y los monumentos femeninos, aunque no necesiten presumir, suelen ir a la moda), le sonrió no desde el frío ilógico que siente al acordarse de las rosaledas de Prípiat (infante ella cuando el accidente de Chernóbil, cuando la mascarilla y las pastillas de yodo y la presurosa huida en autobús hasta Kiev), sino desde su plácido presente.

-¿Dónde está? -le preguntó la señora Oliva a la rubia del pelo corto y piernas largas.

-En uno de sus mundos.

-Sí, se te da bien seguirle la corriente a ese chiflado.

Poco más tarde, de nuevo enemistadas Irina y la señora Oliva, la madre le preguntó al hijo: ¿Me ha insultado?

-Creo que sí, pero no sé. Si no me las arreglo con el inglés ni a tiros, el ruso o el chino mandarín voy a entender yo. A mí me sonó a chino más que a ruso lo de la políglota esta, haya sido o no haya sido insulto. Pero fíjate qué bien domina nuestra lengua cuando sí quiere ser entendida. Por algo le pagan tanto por sus clases de idiomas extranjeros en ese colegio para ricos.

Ya no mira hacia aquí el hombre, ya vuelve a teclear. Hoy escribirá hasta el amanecer, hasta que lo deslumbre esa prístina luz de la que no solo el nombre nos queda (gracias, Adso de Melk, alias Umberto Eco).

Bueno, hay enfermedades peores, ¡vive Dios que sí las hay!

ESA LUZ

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