Revista Talentos

Escritores noveles y ego

Publicado el 26 noviembre 2018 por Aidadelpozo

Todos te aconsejan cuando empiezas a escribir. Comienzas invitando a leer tu obra a tus amigos, que te regalan la oreja porque te quieren y son políticamente correctos... MALA PRAXIS.
Analizas lo que te comentan sobre lo leído, que en realidad es bien poco, porque ni te ayuda ni te desmoraliza. Simplemente es un conjunto de "me ha gustado", "escribes guay", "¿por qué no publicas?".
En realidad, pocos de esos amigos han entendido lo que querías escribir y describir y se han pasado por el forro de los cojones lo que significa ser lector cero.
Porque cuando empiezas en esto de "ser escritor", te sobran las ganas y las ideas y todo lo escupes sobre el papel o lo emborronas. Rara vez lo narras con el bolígrafo del verdadero escritor, tan solo garabateas con tu rabia, tu ira, tu terapia de choque evitando al psicólogo o al psiquiatra, tu ego, tus putos miedos, tu hastío...
Y, por otro lado, sabes que tienes cosas que contar para no romperte y que puedes hacerlo de puta madre, con ese toque literario que muchos lectores podrían apreciar, pero lo que no quieres son alabanzas. Tú ya te sabes bueno, lo que aún no te ves es "fabuloso" .
Ahí entran los que te deben machacar, tirarse a la yugular de tu obra, darle un buen bocado a tu ego y decirte lo que está mal. Y lo que está mal es mucho y no necesitan tener un curso o dos o diez de narrativa o creatividad literaria. Necesitan odiarte, sacarte toda esa mierda que el escritor novato tiene en su cabeza, inevitablemente, de que va para premio Nobel. Nadie va para Nobel, nadie, sin pedir y casi desear ese bocado a la yugular. Cuando consigues que alguien te lo dé, reconozcámoslo, te jode. Jode mucho, aunque lo desees. Es una dicotomía extraña, que te hace sentir bien y mal. Odias y amas a tu verdugo literario, te lanzarías a sus brazos y lo estrangularías después...
Pero, al cabo de un tiempo, te das cuenta de que ese vampiro que te bajó de tu pedestal de novato engreído, te puso los pies en el suelo y te ayudó a dar pasos.
Y cada paso es un adverbio menos, una coma mejor puesta o eliminada por innecesaria o la supresión de frases adjetivadas en exceso, como si eso fuera sinónimo de excelencia (vicio en el que hemos caído todos los principiantes).
Y comenzamos a huir de oraciones interminables que dejan al lector sin aliento porque no llevan comas, y de un largo etcétera de fallos que ese lector vampiro nos ayudó a eliminar.
Porque, desde mi experiencia, cuando he dado con noveles, he hallado siempre esos fallos y mucho ego. He leído cosas muy buenas y muy malas y, dentro de eso, he reconocido a quien bajará y dará pasos y a quien no bajará jamás. Me encantaría morder en la yugular a un novel sin que se me revuelva y adquiera la dramática pose del gato panza arriba, me excitaría sobremanera coger una obra de un novato y lanzarme a su yugular sintiendo su visceral odio y su sangre literaria correr por la comisura de mis labios. Roja y deliciosa. Bajarlo de su pedestal y ver que da pasos...
Tuve un gran maestro. Un corrector jubilado que se bebió mi sangre y me vapuleó bien, con el que mantuve correspondencia por email en la que me destripaba capítulo a capítulo mi primera novela, después de haberla leído en Amazon y escribirme en Twitter en privado y alabar la idea, el tempo, el desconcierto que le suscitó su lectura y cómo lo engañé durante toda la obra... Me advirtió de fallos y decidió ser mi corrector de un modo gratuito. El precio fue la sangre de la escritora novata y mi ego...
Agradezco aquella paliza, que rozaba a veces la humillación. No soy masoquista, solo soy consciente de lo egocéntricos que somos cuando empezamos y de que, cual niños, no viene mal la disciplina para hacernos escritores.
Ahora sé que lo soy, sé que mi querido José Pimat disfrutó mucho con sus colmillos y con sus puñetazos a mi ego. Pero también sé que disfrutó más cuando me vio caer del pedestal, levantarme y salir caminando...
He tenido el gusto de ser lectora cero de varios amigos. Les he pedido que no se enfaden. Corregir a un escritor amigo es duro, muy duro, pero no hacerlo lo es más porque sientes que no estás respetando su trabajo ni la confianza que ha puesto en ti.
Corregir a un novel es arriesgarte a sufrir sus arañazos. Sin embargo, si salta, se levanta y sale caminando después de tus bocados, es más gratificante que un buen polvo...

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