Revista Diario

Escuela de escritores - Desbloquea tu escritura - El caso Prokolov

Publicado el 29 agosto 2017 por Licomanuel

EL CASO PROKOLOV

Escuela de escritores - Desbloquea tu escritura - El caso Prokolov

"Boston. 14 de Octubre de 1973. Comisaría de distrito no. 43. Son las diez y cincuenta y siete minutos de la mañana. Se encuentra conmigo el inspector Lou Garret. En este momento, yo, el teniente de dicha prefectura, Matt Stephens, me dispongo a comenzar el interrogatorio del caso Prokolov. Inspector Garret podría facilitar su descripción de los hechos acaecidos ayer, 13 de Octubre, en el Hospital Psiquiátrico Saint Charles, por favor", termina el teniente, ávido de saber cómo había acabado su compañero con Sergei Prokolov, el asesino de los trece.
Lou respira profundamente y comienza:
Cuando por fin despierto, todo está en silencio. Me duele el cuerpo como si me hubieran dado una paliza. Desorientado, trato de incorporarme mientras siento el suelo, frío y cuarteado, bajo mis manos y cuando me pongo en pie, abro los ojos. Nada. Sólo oscuridad. Mi corazón se acelera y mi respiración se vuelve rápida, siento mi pecho ir arriba y abajo mientras cierro los ojos e intento concentrarme en cualquier sonido, algo que me saque de este aislamiento. Me digo mi nombre completo y mi edad para convencerme de no seguir soñando: "me llamo Lou Garret y tengo treinta y siete años". Sí, soy así de viejo y todavía con miedo a la oscuridad.
De repente, mientras me río de mímismo, escucho una voz alta y clara. Es lejana y ronca como si tuviera un transmisor vibrando dentro de mi cabeza. Me toco la oreja y descubro un bulto con una cicatriz.La voz me da una simple instrucción: "busca la linterna". Me quedo petrificado. Una tenue brisa me rodea y siento un escalofrío. No quiero moverme de aquí pero tampoco soporto esta oscuridad. Lentamente extiendo un brazo en medio de la negrura. No toco nada. Lo desplazo hacia el costado y descubro algo que parece un pilar. Sigo su forma con las manos. Es un arco y estoy debajo de él. El viento vuelve a hacer acto de presencia. Voy en su dirección. Escucho unas pisadas diminutas y rápidas que se alejan de mí. Una rata. Exhalo un suspiro. Venga Lou, tienes que mantener la concentración.
Vuelvo a palpar hacia mi derecha, desde donde vino el aire, encuentro una superficie casi lisa tan sólo salpicada por pequeños gránulos. Es una pared. La sigo y escucho algo parecido al chirrido lejano de una puerta. Con la mano en el muro siento como un fluido espeso se escurre por él. Me llevo un dedo a la boca. Siento el sabor salado de aquel líquido. ¡Es sangre!. Cuando intento seguir el reguero, tropiezo con algo y me desplomo. Todo mi cuerpo se estremece por el dolor y exhalo un grito sordo.
Hay algo ahí. En el suelo. Alargo el brazo izquierdo y toco una punta. Está roma. Me arrastro por el suelo, temblando, comienzo a tocar aquel objeto en un esfuerzo por reconocerlo. Creo que es una silla. Entonces, un flash recorre mi mente: recuerdo un golpe en el costado, fortísimo, al mismo tiempo que escucho dos disparos. Me encojo en posición fetal. Son demasiadas cosas: la sangre en la pared, la cicatriz de la oreja, la tempestad ahí fuera. Alguien me ha puesto en este lugar a posta.
Estoy pensando en esto cuando oigo una gota cayendo. Debo de estar cerca de un servicio. Me desenrollo e incorporo al tiempo que empiezo a tentar a mi alrededor hacia la izquierda y veo que hay otro tabique. Éste se acaba y le sigue otro arco, otra puerta. El sonido está cada vez más cerca. Atravieso el umbral con los brazos extendidos estilo Frankestein hasta el fondo de la habitación, con el que choco. Hay un olor a óxido mezclado con otro más desagradable. Comienzo a bajar las manos, palpando con tacto torpe la superficie hasta llegar a algo metálico. Paso mis manos sobre aquel objeto y adivino la forma de una caja. Al introducirlas dentro, siento la forma de unas tenazas y me clavo los dientes de una sierra, lo cual es peligroso porque visto el olor a herrumbre seguramente estarán corroídas. Entonces la noto. La forma alargada y terminada en cono. He encontrado la linterna. La gota deja de sonar.
Al consumar el hallazgo siento como la temperatura de la habitación se desploma y una voz dice "sígueme". Tan solo me da tiempo de enfocar la espalda y un brazo de lo que es una persona huyendo. Intento perseguirlo y entonces suena un "gracias" a mi lado. Trato de iluminar en esa dirección con idéntica suerte: otro ente lívido que se da la vuelta y desaparece. No es el único. Otras voces dan sus agradecimientos, unos en los laterales de la habitación, otros desde una tubería rota. Decido salir del cuarto de baño con cautela, moviendo la luz en todas direcciones. Ilumino hacia mi derecha. Estoy en un pasillo blanco. Enfoco al suelo y encuentro la silla metálica y algo...brillante. Dirijo el haz blanco hacia el resplandor y veo una pistola. Me quedo estático. Yo la recuerdo. Su frío y pesado tacto. Frunzo el ceño. Yo ya he estado aquí. Este sitio es...donde me derribaron, ¡claro!. Busco en la pared y veo el rastro de sangre. Seguro que me pegaron con la silla, caí de cabeza y una brecha se abrió. Parece como la huella de alguien, arrastrándose por el muro. ¡Eso es!.De repente oigo unas palmadas. Vienen de más allá del fondo del corredor. Me acerco con precaución al lugar y veo el arco que palpé a tientas. Al iluminar a través de él, a mi derecha, veo a un hombre alto y corpulento, con barba descuidada y cara larga con una nariz aguileña que le da, con esta luz y con sus sombras, un aspecto aún más perverso. Es Sergei, el asesino en serie que nunca pude atrapar. Al alumbrar en torno a él, veo que le rodean trece maniquíes con ojos dibujados, como macabros danzarines en las sombras. Dice "enhorabuena Lou, esta vez te has superado". Vuelve a aplaudir mientras esbozo una sonrisa forzada. Entonces toco mi cara y descubro que no tengo herida alguna. Entiendo que estoy soñando.
Abro los ojos. Escucho una palmada. Cojo la pistola y apunto. Le abro un tercer ojo a Sergei.

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