Revista Literatura

Estación (I)

Publicado el 03 septiembre 2010 por Mmechi

6 de la mañana. Se levanta sin despertador, su cuerpo parece sincronizado con el reloj pulsera de plástico negro que lleva en la mano derecha, es zurda. Estira las sábanas, se calza las pantuflas para evitar el piso frío y prende los tubos fluorescentes de la cocina que iluminan metálicamente el mármol de la mesada. Carga la medida de una taza en la pava, arrastra los pies hasta el baño y se lava la cara, el agua ya está lista para el té al que le echa un chorrito de leche y toma de a sorbos parada frente a la pileta. Regresa a  la habitación y abre la puerta del roperito color beige, descuelga un vaquero y se sienta en la cama para encajárselo, abre el cajón de la mesa de luz y saca un corpiño estirado color hueso, se pone una camiseta de nylon y desenrosca en el cuerpo una ajustada polera bordó. El par de zapatillas deportivas y las medias que aguantan un día más están estratégicamente ubicadas al lado de la cama, al lado de la mesita. Vuelve al baño, se ata el pelo teñido de negro con una colita rosa. Vuelve a la cocina, lava la taza con agua fría y la deja apoyada en un repasador estirado. Agarra un tupper de la heladera con comida y lo mete en una bolsita blanca de plástico, lo coloca en el bolso verde que se calza al hombro y sale.
6 y 23. Entra al segundo vagón, camina hasta el tercero y le ceden un asiento. Se sienta apretando el bolso en su falda y se queda dormida. Percibe mientras movimientos de ingreso y se despierta cuando el murmullo, los alientos a café y el ruido de un diario que se retuerce, tímidos al principio, deciden con el amanecer que son socialmente tolerados.
7 horas, 14 minutos, 45 segundos. Cuando llega a la última parada el tren rebalsado de gente se desagota por una puertita; expulsa como una manguera los chorros de personas que se escurren por la estación. Entre ellos sale Silvia, empujada, empujando. Camina sin flexionar las piernas con pasitos que pretenden rapidez, agarrada al bolso que lleva delante del que se aferra tan fuerte que parece sostenerla. La calle parece un cigarrillo a punto de ser aspirado, cintas mecánicas parecen mover a los autos, a la gente. Silvia camina cinco cuadras hasta la Terminal de ómnibus y sin buscar, se mete por el pasillo que se bifurca en damas y caballeros. 7:28

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