Revista Talentos

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Publicado el 15 enero 2014 por Koprofago
Asomado a la mínima ventana de su camarote, el señor Marsh echó un último vistazo al cielo ecuatorial, solo para confirmar que, efectivamente, en él no había nada sino crepúsculo y una suerte de calima que le confería al horizonte cierto aire de ensoñación. Esta ausencia cotidiana, no hizo sino confirmar que la decisión que había tomado unos meses atrás era la adecuada, por no decir irremediable. En cualquier caso, se dijo, sería absurdo no disfrutar de la deliciosa temperatura, la brisa y, por qué no, de la agradable compañía durante la cena que comenzaría en apenas unos minutos. Se encaminó a la popa del barco donde a buen seguro sus accidentales compañeros de mesa le estaría ya aguardando. Mientras atravesaba el barco se preguntó con un asomo de vergüenza si habría hablado demasiado la noche anterior ¿quizá el ambiente distendido, el vino o el suave mecerse en aquel mar caribeño le habrían jugado una mala pasada? ¿acaso importaba? No se arrepentía de haber abierto aquella pequeña grieta hacia el interior del mundo que él mismo representaba, pero sí sentía cierta curiosidad sobre si realmente sus contertulios habrían entendido la exacta naturaleza de lo que les había sido mostrado… ¿cómo podría haberlo explicado mejor? Ni él mismo sabía a ciencia cierta cómo se había generado ¿Había habido algún desencadenante? No, por lo que podía recordar. Sencillamente, un día, al despertar, el dinosaurio estaba allí. Y a la mañana siguiente, cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, en el lugar donde permanecía hasta el día de hoy más de cincuenta años después. No era tan raro a pesar de todo y fue ese punto, precisamente, el que con más fervor había defendido la noche anterior durante la cena. Según las opiniones expresadas por todos los presentes a nadie extrañaba ya oír hablar de personas que siendo de un sexo sentían que pertenecían al otro. O de aquellas que habiendo nacido con un color de piel se encontrarían más a gusto con el opuesto. Entonces ¿por qué su caso habría de parecer tan distinto? ¿Por qué habría de ser algo incomprensible sentirse otra especie, sentirse dinosaurio, sentirse “ser” concretamente y por completo diplodocus? No encontraba el motivo. En su caso, además, esta pertenencia a otra categoría no le había hecho excluyente. Respetaba por completo cualquier otra forma de vida en su sentido más amplio y por lo tanto no concebía la posibilidad de que otros no lo hicieran con los que como él, en realidad, pertenecían a otra aunque fuera de otro tiempo. Pero a pesar de no sentirse mejor que nadie eso no le impedía apreciar objetivamente las ciertas ventajas que le había conferido su particular condición. Y es que la presencia de esa mole interior le había dotado de varias cualidades muy positivas, como la de poseer una enorme confianza en sí mismo que se transmitía a su andar sosegado o su carácter afable sin ser condescendiente o excesivamente paternalista. Por otra parte, a lo largo de su existencia, había permitido que aquel enorme ser que él era absorbiera como arenas movedizas todos los daños a los que uno se exponía inevitablemente por el simple hecho de estar vivo. Objetos realmente pesados como la culpa, la decepción o todas las frustraciones que orbitaban alrededor de sus días iban cayendo por fuerzas físicas elementales en el campo gravitatorio de ese objeto supermasivo que su yo representaba hasta que caían en él y se desintegraban, a diferencia de otras que con menor masa permanecían girando en torno a su ser en forma de esperanzas. Pero no todo había resultado fácil, sin embargo. Detalles como su necesaria alimentación dual (su yo físico necesitaba carne mientras que su yo espiritual solamente deseaba rumiar helechos) le habían dado serios quebraderos de cabeza, que tuvo que resolver con imaginación y paciencia, que le llevaron, por ejemplo, a recortar enormes filetes con la forma de hojas, alcanzando así un compromiso que le pareció hasta cierto punto razonable. En definitiva había podido resolver todas las pequeñas trabas surgidas durante sus casi sesenta años de vida. Una vida que consideraba plena y feliz. Y pese a ello, sin poder evitarlo, desde hacía meses su mente volvía cada vez con más frecuencia a pasear por los antiguos paisajes. Más fuerte que la fuerza gravitatoria, la del tiempo parecía arrastrarlo en una especie de sumidero en cuyo lejano vértice podía vislumbrar los viejos colores, oler los conocidos aromas de su otra época… ¿añoraba él aquél pasado o era por el contrario el pasado quién notaba su ausencia y le reclamaba? La situación, con el paso de los meses, se había hecho insostenible. Afortunadamente la solución se había presentado por si sola cuando hojeando una revista de viajes le llamó la atención la gran oferta del crucero por el Caribe. Y allí estaba, a tan solo unas pocas horas del reencuentro. Se preguntó por un momento qué pensarían los demás pasajeros tras su partida ¿sospecharían siquiera su destino? ¿su tiempo al menos? Quizá únicamente las personas que compartían mantel con él podrían adivinarlo. Sólo hacían falta unas nociones básicas sobre paleontología al fin y al cabo ¿Cómo sería, se preguntó mientras entraba ya en el comedor iluminado con velas, caer al encuentro con aquél núcleo, aunque sólo fueran unos escasos fragmentos? Asumió con ironía la escena que se produciría a la inversa de como había sucedido 65 millones de años antes. En el comedor la anciana señora Brighton le hacía señas desde la mesa con gestos apremiantes. El señor Álvarez, dueño de una importante compañía de transportes, le miraba con gesto impaciente denotando su desagrado por el retraso. El señor Marsh se sentó a la mesa dedicando una amplia sonrisa a los presentes.
- Buenas noche a todos.
- Sr. Marsh tengo novedades que le van a entusiasmar- se apresuró a decir la Señora Brighton mientras le miraba con ojos sonrientes.
- ¿Adivina por dónde navegaremos mañana al mediodía?
- No tengo ni la menor idea señora Brighton ¿por dónde?
- Chicxulub - pronunció el nombre en un susurro mientras se inclinaba hacia el señor Marsh.
- ¿Chicxulub?
- Claro, ya sabe. Vamos no se haga el tonto conmigo señor Marsh. Ya soy lo bastante vieja como para no andar con tonterías.
El tono de reproche hizo sonreír al señor Marsh, pero no dijo nada. Justo en ese momento los camareros comenzaron a servir la cena lo que le dio un momento de respiro. La señora Brighton le escrutaba en silencio mientras esperaba que esa molesta interrupción cesara y los camareros les dejaran tranquilos. Cuando finalmente se fueron, la señora Brighton acercó aún más su rostro al del señor Marsh.
- El Cráter- dijo en un tono aún más leve.
- ¿El Cráter?
La señora Brighton asintió en silencio con una sonrisa cómplice.
- El Cráter…- murmuró el señor Marsh con la mirada perdida en alguna tierra remota que sólo él podía ver.
- Muy interesante señora Brighton. Muy interesante…- dijo el señor Marsh mientras pacientemente recortaba su filete con una curiosa forma de hoja y sentía que poco a poco se acercaba a casa. A su hogar.
FREEMEN (Mauro García-Oliva)
Mauro es un fijo en el Certamen Literario Koprolitos y es la única persona que puede presumir de haber participado en las tres ediciones. En la primera edición presentó el relato "Coprolitos", y el año pasado "Uno más". Echadle un vistazo a su twitter aquí.

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