Revista Literatura

Fuegos artificiales

Publicado el 15 septiembre 2014 por Javier Juste
Era ya de noche, tras una agradable tarde con mis abuelos, salimos al jardín a contemplar el final de las fiestas, acontecimiento sencillo pero grandioso, consistente en unos cinco minutos de luces voladoras, en apariencia mágica.
Según se aproximaba la medianoche de aquel día de agosto, fue llegando más familia a la casa: tíos, primos y algún conocido. La mayoría llegaban con la alegría edulcorada propia de las fiestas de un pueblo, no borrachos, pero si bebiendo. Recuerdo la queja amistosa de mi tío Gonzalo: "¿Es que bebéis siempre?" completamente ignorada, excepto tal vez por mí. Lo cierto es que me hizo gracia ese comentario, pues yo estaba pensando algo parecido. Tal vez por eso, mientras contemplaba los fuegos artificiales y me dejaba embriagar por su mágico efecto, me sentí especialmente cómodo a su lado. Tal vez.
Uno tras otro, se fueron sucediendo los encantamientos de la pólvora, sucitando en nosotros y en el gentío del Paseo de las Cruces un asombro dulce, casi infantil. Mientras veía desaparecer grandes palmeras de luz, pensaba un poco en todo. En mi familia, en mis amigos, en ese pueblo, en las historias que ahora contemplaban ese fenómeno pirotécnico, olvidando un poco y sintiendo un poco más. Sobre todo pensaba en mi familia. 
Recuerdo ahora, como entonces, viejos momentos con mis primos, jugando en aquel jardín, pasando las horas mientras soñábamos con ser protagonistas de historias brillantes, de cuentos jamás escritos...Recuerdo cuando juntos comprendíamos la magia. Pero ya hace mucho que no jugamos juntos. La magia ya es sólo pólvora que se evapora en el cielo y apenas dura un suspiro.

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