Revista Literatura

¡Ha nacido el sucesor!

Publicado el 17 abril 2014 por Netomancia @netomancia
El profesor Estrada abrió la puerta de un golpe, para sorpresa de todos. El rector y el cuerpo docente quedaron absortos. No solo por el imprevisto, sino por el aspecto del catedrático: los ojos desorbitados, el cabello enmarañado, las ojeras que delataban la falta de sueño, un lápiz sobre la oreja, manchas de cafe sobre la camisa blanca.
El hombre no se detuvo para buscar un asiento, ni siquiera prestó atención a los presentes. Como una exhalación cruzó el aula mayor y cerró la única ventana abierta, y tras mirar sobre el hombro, casi como alguien parodiaría a un paranoico, corrió también las cortinas, sumiendo al lugar en una oscuridad más notoria.
Algo desentonaba en el aspecto cataclísmico del profesor. Su reloj de oro, con el que lo premiaran un lustro atrás, por ser la eminencia viva más importante del colegio, cuyos estudios e investigaciones eran utilizadas en cientos de universidades del mundo, seguía tan reluciente como nunca. Quizá era aquel el único detalle que permitía comprender al resto, que aquello no era un mal sueño.
La voz entrecortada y agitada de Estrada rompió el silencio que el mismo había provocando, aunque en ese instante, era ajeno al estupor que había causado.
- ¡Ha nacido! ¡Ha nacido!
Más sorprendidos que antes, los colegas se miraron con cautela. El rector, que parecía echar fuego por los ojos, claramente enojado por la actitud de Estrada, se puso de pie y lo exhortó a gritos a explicarse.
- ¡Y más vale que sea una buena explicación, porque esta interrupción constará en su legajo!
El profesor tardó en ubicar de donde venía la voz. Giró sobre sus talones un par de veces antes de quedar de frente ante la mesa principal.
- ¡La clave son los apellidos! - aulló como un poseso, corriendo hasta la enorme pizarra. Allí tomó un fibrón y en letras grandes, escribió:
m  a r  a d o  n a
El silencio seguía siendo el común denominador en el aula. Estrada golpeó rápido y varias veces el fibrón contra la superficie blanca. El rector dio un paso adelante pero otro profesor lo sujetó del brazo y cordialmente le sugirió que dejara que "hiciera el papelón". La idea no le disgustó para nada.
- El más grande jugador de fúbol que vi jugar y ganar todo hace casi tres décadas, tiene ocho letras en su apellido. Cuatro consonantes y tan solo dos vocales, una de las cuales se repite tres veces. Si a cada una de esas letras le asignamos un valor que coincida con la numeración que le toca por su posición en el abecedario, tendríamos como resultado tras la suma de todas, de sesenta y nueve.
Es decir, que si
m   a   r   a   d   o   n  a
13   1  19   1    4  16  14  1 =  69
Nadie entendía nada. Mucho menos como podía ser posible, que una figura de la física en el país estuviera divagando sobre una personalidad deportiva de un juego de masas, cuyas reglas eran desconocidas por casi la gran mayoría de los presentes.
- Ahora bien - prosiguió Estrada - Tenemos ahora a otro maravilloso jugador, quizá tan maravilloso como Diego Armando. Veloz, exquisito, preciso, único. Su apellido tiene apenas cinco letras, tres son consonantes y dos vocales que no se repiten dentro de la misma palabra y, aquí un dato a tener en cuenta, tampoco con las vocales del apellido Maradona: es decir, la e y la i. Fíjense:
m  e  s   s   i
13 5  20 20 9 =  67
- ¿Lo ven? ¿Ven las vocales? A, e, i y o. Ambos empiezan con M. ¿Ven los patrones? ¿No comprenden? Bien, los ayudaré.
Estrada dejó la pizarra atrás y fue hasta la pared opuesta a las ventanas. Revolvió entre sus bolsillos y extrajo un aerosol negro.
- El próximo gran jugador de fútbol, el que será llamado a suceder a Maradona y Messi, también será argentino. No solo puedo afirmar eso, sino también, darles a conocer su apellido.
Se escucharon risas en la sala. Algún que otro comentario sobre si toda esa pérdida de tiempo formaba parte de una broma. El rector encolerizado le hacía señas a Estrada para que concluyera con el teatro que estaba haciendo.
El profesor no lo vio y si lo hubiera visto, no le habría hecho caso. Destapó el aerosol, lo agitó y trazó en la pared una M enorme.
- Maradona, Messi... y el próximo, el mejor jugador de todos los tiempos, también empezará con la misma letra... la M.
Hizo un silencio, esperando la aprobación. Sonrió al no obtener la respuesta deseado.
- Me creen loco. Ya se. Fíjense los valores asignados, uno suma sesenta y nueve y el otro sesenta y siete. La próxima gran estrella argentina del fútbol mundial sumará con las letras de su apellido, sesenta y ocho. Tomen nota también de la disminución de letras de Maradona a Messi. Vean el uso de las vocales que no se repiten. Y una vez considerado todo esto, pongan una U como segunda letra.
Con el aerosol hizo una U desproporcionada, que ocupó al menos un metro de ancho. El rector se tomó la cabeza. Si era necesario, lo mandaría al propio profesor a pintar esa pared, como castigo.
- Sesenta y ocho.
Y entonces, fue pintando entre la primer y segunda letra, otra más. La H. Y al final, una X.
- Sumen mentalmente mientras coloco los valores debajo- dijo.
m  h  u   x 
13 8  22  25 = 68  
- ¡Mhux, colegas! ¡Mhux es el próximo gran jugador de fútbol! Y lo que pocos saben, es que... ¡ha nacido!
El aula siguió en silencio. Un contraste entre su jubilo y la reacción de su público. Pero Estrada no se amilanó. Estaba seguro de tenerlos cautivos.
- Maradona nació el 30 de octubre de 1960. Veintisiete años más tarde, nació Messi, un 24 de junio de 1987. Sigamos el ciclo, sumemos veintisiete años otra vez y llegamos al 2014. ¿Cómo saber la fecha? Fácil. 
A 3010 que es la unión de día y mes para el natalicio de Maradona, le restamos 2406, la fecha que vio la luz Messi. Obtendremos 604, es decir, 6 de abril. Apenas hace unos días, ha nacido en alguna parte de este país alguien de apellido Mhux, que nos deslumbrará a todos en pocos años más. ¿No es grandioso? ¿No merezco un gran aplauso? ¿Rector, usted que dice? ¿Por qué me mira así? ¿No entiende lo que acabo de explicar? ¿Rector? ¿Rec..
El profesor cayó desplomado contra el Mhux en aerosol escrito a sus espaldas. El ojo se pondría en compota rápidamente. El aula fue quedando vacía. Solo su cuerpo, tirado en el suelo, cobijado por la escasa luz que se filtraba entre las cortinas de los ventanales, le daba vida a ese espacio vacío, que de a poco se sumía en el silencio propio de la espera, ese silencio de aula que es la antesala del conocimiento.

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