Revista Literatura

Harto de la Desconfianza

Publicado el 14 marzo 2011 por Migueldeluis

 

Tranquilos, no va de política

http://www.flickr.com/photos/mastrobiggo/—Lo que pasa en España es que hay demasiados políticos, demasiadas administraciones, —me espetó un taxista.

Una luz verde se me encendió en mi cerebro de militante de upyd —Pues entonces podría usted votar a Rosa Díez, —le respondí pensando en mi ingenua simplicidad que había encontrado un coreligionario.

—¿Rosa Díez? —adornó este nombre con unos ojos de estar de vuelta de la vida —¿Votar, yo a esa señora? Puass… menuda pérdida de tiempo, ni a ella ni a nadie, ni me voy a molestar a perder el tiempo ese día pues me quedo en casa, a mí no me van a engañar, todo el día viendo las noticias, ¿y qué se ve? Políticos corruptos uno tras otro, para eso van, para robar al pueblo.

No me enfadé, pero extraño en mí, tampoco me quedé callado. —¿Y no piensa hacer nada más que quejarse? Pierde el tiempo, y pierde más el tiempo viendo las noticias.

Este diálogo es aproximadamente real, con las lagunas de la memoria, que he rellenado como mejor he podido. Y en su esencia lo he escuchado mil veces. Cambia políticos por curas, ongs, científicos, policías, funcionarios, periodistas e incluso taxistas. Hay gente que piensa y educa en que la única forma de vivir es desconfiar de todo el mundo, de todos y de todo.

La desconfianza como mal

 

Sólo confío en Dios y porque no es español

 

El país donde más percibí esta actitud fue en Rumanía. Hace años que fui, y no sé si persistirá, pero a cada persona me hablaban de un país que no había tenido el disgusto de conocer. Si era bueno, es porque venía de fuera, y en España, por lo visto, todos teníamos un BMW. No fui de turista, iba en metro y maxitaxi (minibus) y las únicas dos veces que llegué a predicar fué en una iglesia gitana, con muros de adobe y calígula de agosto. Me metí en sitios que parecían peligrosos y sí, había que tener cuidado de descuideros, pero poco más.

Lo curioso es que la actitud me recordaba la España de mi infancia. Los cómics de Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, la “chapuza nacional”, Carpanta, y el moroso profesional de 13 Rue del Percebe triunfaban en un país ferviente convencido de que nunca jamás nos admitirían en la Comunidad Económica Europea y tendríamos suerte si nos invadían los americanos. Mi padre venía maravillado de su época de trabajo en Venezuela. Pero, España, nuestro país estaba maldito a ser un país de pícaros y tonto el último. Franco había afirmado que la democracia era un buen sistema para América, pero que en España no podía funcionar, llevámabos el odio en la sangre, había que atarnos en corto y, hasta entonces, la historia le daba la razón.

Culpo a los 70 de que España saliera adelante. Sin los últimos tontos, los soñadores, los beatles y los hippies, sin canciones como “Libertad sin ira”, jamás hubiéramos sido el sueño de otros países. En Febrero de 1981, en cada atentado terrorista semanal, los pesimistas parecían llevar razón. Tenía que volver alguien como Franco para, aunque sea, tener algo de paz, ya que no sabíamos gobernarnos solos.

Los niños y los tontos teníamos razón

Resultó que cuando se trabaja se pueden conseguir cosas, que quizás no la perfección, pues vale, quizás no, pero yo si gano €1000 al día, me alegro. No pienso que por no poder ganar un millón diarios es mejor dejar de trabajar. Si un alumno estudia poco y saca un cuatro y medio, nadie le dice no debería estudiar nada.

Pero para la desconfianza, por lo visto, si único lo que hace es votar cada cuatro años y no consigue nada, se cree con el derecho de hacer menos todavía. Si su iglesia va mal, piensa que lo mejor es dejar que el mal se extienda. Si se encuentra que un contable de una ONG se ha quedado con un dinero, considera que ayudará más asegurándose que a los desfavorecidos jamás les llegue su dinero. Si en la junta de vecinos nadie participa, pues parece ser que lo mejor será quedarse en casa viendo la tele para “no perder el tiempo”, mientras insultas al presidente según empieza un discurso en la pantalla. La desconfianza es la hermana altiva de la pereza.

¿No será que ni en tí mismo confías? ¿No será que debes darte una oportunidad? ¿No será que pierdes demasiado el tiempo sin hacer nada? Pues, fijáte, que en tí mismo, precisamente, es en quien este tonto con alma de niño que te escribe, confía.


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