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Huir de la mediocridad gris: la negación revolucionaria

Publicado el 03 octubre 2017 por Sara M. Bernard @saramber
Huir de la mediocridad gris: la negación revolucionaria
Todos piensan esta semana en una cuestión de estado tan importante como que se rompa el Estado, y desearía también analizar sobre política o fabricar algún artículo pero la actualidad que me roba la atención es otra; una preocupación unipersonal referida a los platos de comida, si al ponerlos sobre mi mesa estarán llenos o vacíos, porque de las ofertas recientes en una ya podría estar de alta, ay, voces amables, es algo.
No es nada. Otra cosa comercial. De las ofertas de empleo recientes, la única de la que llaman es para interrumpir la semana de exámenes forzando casi la incorporación inmediata. Son los mismos, con distinto nombre. Ya salieron en un artículo que escribí, ya salieron en Los versos del hambre en esta misma ciudad, y con las pesquisas de sitios donde colocan su stand de promoción, sí, son exactamente los mismos.
De las otras ofertas periodísticas no sabe, no contesta. No existe.
A esta crisis ya nos hemos acostumbrado tanto que se ha hecho invisible. Somos esclavos resignados porque no hay otro remedio o las fuerzas de protesta se agotaron. Lo reconozco, después de dos años continuados en los que perdonaron la vida al ofrecer trabajo por horas porque no aparento ser una señora de 40 años, sólo aspiro a convertirme en quinientoseurista otra vez y salir del cero.
Enhorabuena, lo habéis conseguido.
Pero no. Por aquí ya he pasado. Primero viene la risa, el impulso de aceptar los requerimientos y una segunda vuelta de artículos de investigación o cámara oculta. Sólo como una muestra de resistencia personal. 
Segundo llega el ahorro de energías. La resistencia va por otro sitio. Resulta un acto de revolución kamikaze, no está claro si valiente o idiota, el movimiento consciente y unipersonal de negarse a demostrar algo. Mis intentos por adaptarme a esta sociedad enferma casi me cuestan la vida; en su magistral retorcimiento, ese final hubiera sido por mi propia mano, al convencerme esa misma sociedad de que la culpa era exclusivamente mía, por "no valer ni para salir adelante". La disposición en la vida adulta es que coinciden lo que soy con aquello en lo que me he preparado, con aquello que estaría ejecutando 23 horas y media al día y la otra media para ir al WC, con aquello que otros consiguen realizar para obtener sustento (así que imposible no es).
Un análisis objetivo desde mi posición de Señora del Fracaso, Secretaria adjunta del Inframundo y Observadora internacional de lo Gris (nada menos que en algo tan competitivo como la comunicación) arroja dos factores envolventes que me impiden ser individuo. 

El primer factor es un muro global que sigue en pie con más fuerza que nunca, agarrándose a sus cimientos para no caer, resistiendo con la victoria parcial de su mutación en invisible por creerlo superado. En ese muro una mujer, por serlo, debe demostrar preparación de manera constante, con doble de insistencia, y aún con méritos se juzgará si lo ha hecho encaramándose a una polla o cayéndole simpática o gustándole a otra, pero nunca por méritos propios, puestos siempre en tela de juicio. Aunque esto no es un trauma ni una sorpresa, ya me lo decía mi madre, hay que demostrar el doble para tener la misma consideración.  Ahí está ese ejemplo precioso de nuestro periodismo en fase terminal: columnistas analistas que no analizan nada porque una búsqueda de 30 segundos en Google arroja la información que están dando errónea, pero mantienen su contrato para rellenar varios párrafos. Nadie cuestiona a qué polla se han encaramado, aunque sea evidente que lo hacen mal. O lo hacen muy bien en su papel torticero, que es otra forma de verlo, pero su firma ha tenido una adjudicación aleatoria de valor y ahí siguen, comiendo todos los días.

Ellas son lo segundo, su visión es la del otro, ellos sí hablan por toda la humanidad. Cómo bloquear y detener la inercia de un mecanismo que gira por siglos. 
El segundo factor es el muro global del capitalismo y el liberalismo. Mi currículo es una BASURA por haberme arrastrado en medios o productoras de tercera, bajo el utilitarismo práctico de un ingreso estable para que mi pareja y yo pudiéramos comer todos los meses. Por tanto, mi firma no ha adquirido un valor añadido por el que aumente varios ceros el caché. Se me arrebata la posibilidad de quejarme. Es como pedirle salir a un chico; si no eres el pivón de clase, cómo te atreves a elegir. Por tanto, como individuo no puedo acceder (ya no hablemos de crecer) hacia ningún sitio, porque no existe el respaldo de una confianza previa en medios no-de-tercera.

Da igual la preparación, da igual la profesionalidad. Dan igual las horas de curro efectivo. Etcétera. No avalan otros esa "marca", no vale nada.

No te confundas, la queja no es porque sea más o menos dinero, ni porque la sociedad me deba algo cuando en realidad es un enorme privilegio azaroso el gasto en tiempo y dinero para una preparación no precisamente pública; estos apuntes son por el efecto deshumanizador en la persona, las graves consecuencias de invalidez por un esfuerzo que se cae sin llegar a ningún sitio, ni siquiera a mantenerse con vida por la imposibilidad de una escapatoria.  El pozo que camino durante los últimos años amenaza con traspasar el nivel premium de kafkianismo absurder. Sólo llaman para estampar una firma en trabajos espúreos, donde me permiten el paso, perdonándome la vida, por una delgadez (no intencional pero) muy normativa, sólo por no parecer una señora de 40 años tal y como el prejuicio os dicta, qué graciosa, y una responsabilidad más intensa que alguien de 20 años que opta al puesto para pagarse unos caprichos de adolescente.Mantener la cabeza fría cuesta un esfuerzo sobrehumano y a veces aparecen grietas. Desde 2015, ejemplo, el esquema de un trabajo a media jornada (un poco menos) que permitía la otra media para desarrollar los proyectos importantes, poder escribir sin ruido en las tripas o sin que toda la carga dependiera de la ayuda familiar. Pero esta temporada casi me estampo a lo grande cuando han tirado de la cuerda (¡40 horas semanales de almacén! ¡hace 5 años que no tenía jornadas completas!) por el mismo salario -siempre debajo del mínimo interprofesional- compensándolo con semanas de vacaciones aleatorias. Filigranas para no alcanzar nunca la frontera de 600 euros, a pesar de dejarse literalmente la piel. He intentado destrozarme la espalda para competir con profesionales que me llevan años de ventaja y formación en vender aparatos de cocina.

Y casi que me he acostumbrado a desear un puesto de quinientoseurista. 

Por suerte, no es la primera vez que cuento esta misma basura en este blog, así que no me extiendo.

Pero por suerte, es la última. 

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