Revista Ilustración

I. ELLOS. Javi siempre quiso a Ana.

Publicado el 02 octubre 2015 por Lasuelta

Javi siempre quiso a Ana, siempre. Siempre estuvo enamorado de ella. Le gustaba su pelo alborotado y mal peinado; le gustaba su risa contagiosa y ruidosa, le encantaban sus ojos traviesos y vivarachos, le gustaba esa forma peculiar y torpe de moverse. No podía remediarlo: la quería. Sentía que debía protegerla. Podía intentar ignorarla pero el amor era más fuerte que su voluntad. No podía evitar alborotarse al verla entrar en clase. Sentarse mientras se le caía el lapicero, descolocaba la silla y tiraba algo a su paso. Esa sonrisa dulce y encantadora le desarmaba. Se consolaba con ser su mejor amigo, el mejor amigo entre los amigos. Se quedaba con su último trocito de espalda a la hora de la siesta, se conformaba con el más dulce de los besos en la esquina de los labios. Y fingía no importarle. Hacía ver que ella no iba con él. Él pensaba tontamente que ella no advertía sus miradas, su disposición incondicional, su abrazo intenso. Su suspiro ahogado al despedirse.

Mas ella, traviesa y gamberra, dulce y suya, se le quedaba mirando de soslayo cuando el trasluz le permitía y sabiéndolo suyo sonreía. Desarmándolo aún más si pudiera.

Ana miraba a Javi como a un hermano.

Javi miraba a Ana como a un ángel, una diosa, un imposible que al imaginársela suya sonreía de puro deleite.

Moriría mañana si esa noche hubiera podido hacerla suya.

La quería, o quizás sólo la deseaba, la quería o sentía la necesidad de cuidar de ella, no sabía, fuera como fuera siempre la quiso. Aunque se casara con Laura. Con Laura conoció La Paz, la serenidad, el gozo, la dicha, incluso el amor. Sintió abrazar la felicidad.

Incluso tuvo dos hijos. La vida era sosiego.

Laura siempre supo la historia de Ana. Siempre conoció aquel amor imposible que Javi guardaba con cariño en el último cajón de su adolescencia.

Ana había quedado en aquellas historias de universidad, historias de aquel entonces.

Y un día Javi recibe un Whatsapp:

"Javi, soy Ana. ¿Haces un café conmigo? Mañana a las 20:00. Si no puedes no probl."

Javi consulta su agenda. Tiene un compromiso ineludible. Un cliente. Un proyecto por cerrar. Pero se le hace un nudo decirle a Ana que no puede verla. Que no pudiera deshacer el tiempo, desoír al destino. En una esquina de su monotonía.

Deshace la reunión, postpone encuentros. Queda mal. Pero queda con Ana.

No pretende nada. No busca nada. Ni espera nada.

Pero el corazón se le desboca. Se le forma un nudo en la garganta en la espera.

La recuerda. Ya no será, se dice.

Y de pie esperando está cuando dos manos le tapan los ojos. ¿Quién soy? susurra traviesa en la esquina de su oreja. Ese perfume de limón le trae a porrazos el pasado. Inhala. Le coge las manos. Hace ver que la está reconociendo. Pero en realidad la está acariciando como siempre hizo en el pasado, en su memoria y mucho más allá en su imaginación...

Le coge las manos y adivina: ¡mi trasto!

¡Lo has adivinado bicho! ¡No has cambiado nada!! Se le abraza, lo empuja, se le tira al cuello. ¡Como un perrito alborotado y feliz de encontrarle! Él la levanta del suelo.

A él el corazón se le desboca.

Ella está igual: irresistible, con el pelo hecho un desastre, la mitad inquieta y la sonrisa más traviesa que pudiera encontrar: ¡su niña!

El café da paso a una cerveza.

La tarde abraza un atardecer lento. Y este al inicio de la noche...

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La Suelta.


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