Revista Literatura

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Publicado el 07 abril 2013 por Mmechi

No es cuestión que cada cosa despierte en precisión descriptiva para hacer de algo sin brillo, poético. El jugo se puede hacer o imitar hasta que un color distintivo eduque nuestra cabeza en la convicción de saber que uno toma jugo y no cualquier otra cosa colorida. ¿Qué hace que el jugo sea jugo? La imaginación domesticada explicativamente en colores. Reconfortantes explicaciones que nos den un sentido mítico, lejano, fundador: el jugo se hizo con fruta hasta que se encontró la forma de reducir la fruta a polvo y colorear el agua con reminiscencias frutales. La pequeña acción se digitalizó: el jugo llegó envasado. Y en ese punto se convirtió nuevamente en misterio para muchos; a no ser de algunos viejos que recordaban cuando se exprimía la fruta y lo practicaban como aventura identitaria hasta lograr el líquido amniótico.¿La cuestión sería imaginar lo cotidiano hasta que cada cosa tenga su no lugar, su impreciso color, su inclasificable forma en la palabra designada? ¿Poder contarlo? ¿Y si la caca fuera celeste? ¿Trastocaría los sentidos hasta lo indistinguible, hasta lo inimaginable en la imposibilidad de acordar qué es caca, qué es jugo, qué es helado acaso? ¿Sería necesario sorprenderse en cada sorbo de jugo? ¿en cada cosa mirada? ¿Elidir en cada sorbo que alguna vez fue fruta exprimida que dio un líquido que se redujo a polvo coloreante, coloreado, que se empezó a envasar en millones de colores bebidos, tomables? ¿Se borra el proceso y se piensa en que hay sed o capricho por color adentro de los ojos, anhelo por el gustito de color en el cuerpo que nunca se logrará ver en caca? La curiosidad del misterio no se rompe. Se arma. Con todos esos pedacitos de colores imaginados, alguna vez, por más colores imaginados.

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