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JORDI DÍEZ: EL EXPLORADOR SONRIENTE - Entrevista para El hombre de MImbre, Ediciones 42

Publicado el 03 mayo 2013 por Jordi_diez @iamxa
JORDI DÍEZ: EL EXPLORADOR SONRIENTE

JORDI DÍEZ: EL EXPLORADOR SONRIENTE - Entrevista para El hombre de MImbre, Ediciones 42

Jordi Díez, genio y figura hasta la sepultura.

Jordi Díez, autor de La virgen del sol y El péndulo de Dios, nos habla de su relación con Latinoamérica y de su primera aventura como escritor. Conoceremos un poco mejor los pilares artísticos y personales que han dado forma a la atractiva personalidad de este tarrasense de padre catalán y madre andaluza. Por último, nos adelantará algo de su próximo trabajo, una novela especialmente ambiciosa en la que regresa a las brumas del continente americano, y ahonda en esa verdad que permanece oculta bajo la historia escrita. ¿Quieren descubrir América? Viajen con Jordi Díez. No se arrepentirán.
HM: Jordi, tengo entendido que tu primera experiencia con las letras no fue totalmente satisfactoria, al menos no todo lo satisfactoria que espera un niño de cuatro años.

JD: ¿Cómo has sabido esto?, ¡me has sacado una gran sonrisa con esta pregunta! En efecto, mis padres, siendo yo muy niño, me apuntaron a una guardería en la que “obligaban” a todos los niños a aprender a leer y escribir con la temprana edad de tres o cuatro años. Yo tuve la inmensa fortuna de ser uno de esos niños, por lo que todos los recuerdos de mi vida van vinculados a la lectura. El problema es que ya desde niño nunca acepté demasiado bien la jerarquía y aquel centro educativo era de la vieja escuela, jajaja, por lo que pasé más horas castigado que en las aulas, algo que se ha repetido de manera continua durante toda mi formación. Sin embargo es algo que agradezco muchísimo, porque mientras los otros niños aprendían a pegar gomets de colores o a pintar sin salirse de las líneas de un círculo, yo leía los cuentos que me compraban mis abuelos con la puntualidad de un reloj.

HM: ¿Recuerdas con cuál de aquellos libros comenzaste a disfrutar como lector?

JD: Las primeras lecturas que recuerdo son de muy niño, libros de cuentos ilustrados que leía a la luz de una lámpara de flexo que mi padre compró de segunda mano. Recuerdo todavía uno en especial, cuarenta años después, “Pere sense por” (Pedro sin miedo), en el que un niño que jamás tenía miedo se adentraba en castillos, casas abandonadas y bosques encantados, y que se enfrentaba en una de las ilustraciones a la sombra de un gran lobo que me atemorizó por años. Siguieron los TBO de la época, cuentos de Disney, Tintin, y las primeras lecturas ilustradas de Julio Verne, Los Cinco, Phantomete, Peter Pan. Fueron años de grandes descubrimientos.

Por aquel entonces, no tendría yo más de cinco o seis años, abrieron el primer Hipermercado de la zona al que mis padres, como el resto de la clase trabajadora, acudían los sábados para renovar las despensas familiares. Solían dejarme en la sección de libros por un par de horas, mientras ellos recorrían los pasillos del centro comercial armados con un carro de compras y una lista. Recuerdo cómo rogaba porque se retrasaran todo lo posible y me dejaran más tiempo a solas, en mi propio mundo, con aquellos libros.  También acuden a mi memoria las horas perdidas que pasé en las salas de espera de dentistas, pediatras, oftalmólogos y cualquier otro especialista al que suele acudir un niño, siempre parapetado tras un buen libro. Mis abuelos contribuyeron de forma muy activa en esta pasión por las letras, ya que sus regalos consistían en tebeos o libros ilustrados que devoraba con fruición. Años después comprendí el motivo por el que adoraban a mi abuelo en la librería del barrio: ¡era el mejor cliente!


HM: La Virgen del Sol es tu primera novela publicada, y ha tenido una gran cogida tanto en España como en buena parte de Latinoamérica. ¿Cómo viviste este importante paso en tu carrera? ¿Podrías enumerar algunos de los demonios personales que, estoy convencido, lograste exorcizar con este primer y merecido éxito?

JD: La Virgen del Sol fue en efecto mi primera novela acabada y publicada, y sin duda la más íntima que jamás escribiré, o eso creo en estos momentos. Su acogida me sorprendió porque Ediciones B realizó tres ediciones consecutivas en las que se vendieron más de cuarenta mil ejemplares. Algo impensable para un autor novel que debutaba con una novela histórica sobre un tema del que apenas se ha escrito casi nada, y sin promoción alguna. Lo que comenzó con la idea peregrina de un diario de viaje, del primero que hice a Perú, comenzó a tomar la forma de un relato que creció hasta convertirse en novela. Ese fue un momento crucial en mi vida, ya que en los meses previos a la escritura de la novela viví lo que ha sido, hasta ahora, mi peor momento vital. Sumido en ese laberinto encontré una salida acercándome a prácticas de yoga y meditación. Conocí entonces a un grupo de gente variopinta de la que comprendí que se podía vivir la vida de tantas maneras como personas somos, sin que un único camino fuera el que conducía a la felicidad, como siempre había creído, así que comencé a viajar y a escribir por primera vez en serio sobre temas con más carga de profundidad de los que había tratado hasta entonces. En las páginas de La virgen del Sol están enterrados muchos de los cadáveres que había guardado en mi armario, y que aireé en forma de personajes para que me dejaran dormir de nuevo. También están plasmados algunos de los descubrimientos que hice en mis meditaciones e interiorizaciones, una práctica que adopté desde entonces y que me ayudó a calmar la hiperactividad de mi mente y a conocerme como adulto. Pero La virgen del Sol no es sólo fruto del fango de mi vida, es sobre todo una novela tan cuidada y documentada como mi capacidad intelectual me permitió desarrollar. Fruto de cuatro viajes, dos de ellos en solitario, en los que conviví con chamanes indígenas, realicé sus ritos, viajé a sus lugares sagrados, y viví algunas de las mayores experiencias místicas de mi vida, pero también fruto de la documentación obtenida en los museos del Cusco y Lima, y otros más pequeños de provincias, tras escritos, restos, momias, y todo lo que pudiera aportar un mayor conocimiento sobre el terreno del mayor imperio que jamás tuviera América.


HM: Sudamérica tiene reservado un lugar muy especial en tu corazón. Tu mujer y tus tres hijos son latinoamericanos y además trabajas en una importante empresa turística que opera en República Dominicana, sin embargo, leyendo tu relato "Guaneró" (El Hombre De Mimbre N4), uno no puede evitar preguntarse si dentro de Jordi Díez aún queda algo de aquel antiguo explorador español que veía el continente americano desde cierta distancia, casi como un jardín misterioso perteneciente a otro mundo. ¿Qué hay de cierto en esta apreciación?

JD: Os voy a contar una pequeña anécdota sobre Latinoamérica. Mi primer viaje fue a Perú, y cuando llegué al aeropuerto internacional de Lima sentí que volvía a casa. Ese sentimiento lo sigo teniendo hoy en día. Para los catalanes, que muchas veces nos creemos el ombligo del mundo, o para los españoles que creen que por haber nacido en un país con un pasado centenario, de luces y sombras con trazas de imperio, poseen todos los derechos del mundo, Latinoamérica debería ser una visita obligada. La vida en Latinoamérica, o en gran parte de ella, es tan sencilla como que el que tiene mucho vive como un maharajá, el que tiene sobrevive, el que tiene poco malvive, y el que no tiene, se muere a las primeras de cambio. Aquí los derechos sociales como la sanidad, la educación, etc., se pasan por el forro. Por supuesto es una generalización injusta como todas, pero en muchos lugares del continente es así.

Esta vida un tanto anárquica, no exenta de riesgo, pero en la que cada uno se marca un poco el camino a seguir sin que haya un papá estado que indique hasta las horas de cariño a dedicar a las mascotas, me fascina y me hace sentir vivo. Por supuesto deploro la diferencia social y la pobreza que inunda muchos de sus millones de kilómetros cuadrados y es evidente que deberían aprender a mejorar en eso, pero ese sentimiento de vivir el día a día con intensidad porque nadie sabe qué va a pasar mañana, fue una gran lección para mí.

Qué mi mujer y mis hijos fueran latinoamericanos, además de países diferentes, sólo fue una casualidad de la vida de la que me alegro cada día más.

El relato “Guaneró”, aparecido en El hombre de Mimbre N4, es fruto de la nueva novela que estoy escribiendo y en la que algunos de los protagonistas son los mismos personajes del cuento, bueno, en realidad sólo aquellos que sobrevivieron a esa noche… ¡Guaneró!


HM: Eso convierte este cuento en una especie de prólogo o aperitivo de tu nuevo libro. En él pueden verse rasgos de La Virgen del Sol, pero también de tu segunda novela, El péndulo de Dios, mucho más cercana al thriller de misterio. Esto puede darnos una idea aproximada de lo que nos aguardará entre sus páginas. Si tuvieses que describir el argumento de este nuevo libro con una palabra, ¿cuál sería?

JD: Pasión. Sin duda esa es la palabra que me gustaría que definiera la novela que estoy escribiendo en estos momentos. Pasión por los indígenas que poblaban América y que se encontraron con un pueblo que los arrasó. No es un llamado inflamatorio a hacer justicia, ni una revolución anti imperialista, ni soy de los que van con un lirio en la mano y haciendo el signo de la paz con la otra. En aquel momento histórico pasó lo que había de pasar, que el fuerte dominó al débil como ha pasado desde el inicio de la evolución, y como pasará hasta que sólo quede “el fuerte”.  Pero sí siento que falta una parte por explicar. El vencedor escribió la historia y se permitió el lujo de hacerlo como quiso, de humillar y ridiculizar al vencido, lo habitual, pero siento que quinientos años más tarde deberíamos ver ese proceso con los ojos de la curiosidad, exentos de patrioterismos baratos, y pensar que aquella gente que fue arrasada por el conquistador también tenían cosas interesantes que explicar. Intento imaginarlas y darles vida.


HM: ¿Y qué palabra resumiría lo que su escritura significa para ti a nivel personal?

JD: Curiosidad. No puedo dejar de imaginar qué piensa la gente que me rodea, qué hace cuando nadie los ve, qué pasó en el lugar donde vivo antes de que yo viniera, quién caminó por la misma calle que yo, cómo eran los tenderos que vivían en Babilonia, qué sentían los incas al llegar a la cima de una montaña, cómo se defendían de un huracán los indígenas del mar Caribe, quién construyó una silla antigua, porqué pusieron una columna diferente en el interior de una iglesia, cosas así que me brotan espontáneas en la cabeza y que inmediatamente generan pequeñas historias. Creo que a esto lo llaman paranoia…, pero es lo que inspiró el thriller El péndulo de Dios.


HM: Una última pregunta, para mí, quizá, la más importante de todas. Los que te conocemos no podemos pasar por alto tu magnífico sentido del humor. ¿Qué haces para conservarlo intacto? Mucha gente querría conocer tu secreto, sobre todo en estos tiempos tan complicados.

JD: He de reconocer que tengo un sentido del humor un tanto retorcido. En realidad soy una persona bastante ácida con el entorno y extremadamente crítica con todo. Mis amigos me dicen que soy el eterno inconformista, y ante tanta inconformidad utilizo el humor como desengrasante. Soy de los que piensa, en cuanto hay dos o tres personas que están de acuerdo conmigo, que seguramente estoy equivocado y comienzo a mutar el ideal. Así que utilizo el humor como mecanismo de encaje cuando algo no funciona: que el jefe grita, humor, que perdemos al fútbol contra el eterno rival, humor, que ganamos la copa de Europa, humor, que conseguimos un pequeño triunfo, humor, que las cosas están más jodidas que nunca, humor, y ese saber reírse de todo, por supuesto empezando por uno mismo, crea un traje protector al estilo de Damart Termolactyl que te mantiene a salvo de la injerencia externa.

Me gustaría despedirme agradeciendo esta entrevista, y dando un pie de foto a la infinita osadía, herejía y pecado capital de poner mi cara en la famosa imagen de Audrey Hepburn, en palabras de la propia estrella: "Yo no tomo mi vida en serio, pero tomo lo que puedo hacer en mi vida en serio", ese es el truco.

JORDI DÍEZ: EL EXPLORADOR SONRIENTE - Entrevista para El hombre de MImbre, Ediciones 42

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