Revista Diario

Kafka

Publicado el 19 junio 2013 por Evaletzy @evaletzy
A estas alturas de tu vida eres la Reina Indiscutida de las magníficas ideas, la Máxima Autoridad de las magníficas ideas, la Ama y Señora de las magníficas ideas (sepa perdonar el/la simpático/a lector/a la reiteración, es necesaria para que quede bien claro que eres lomásdelomásdelomás en materia de magníficas ideas).
Una bonita mañana soleada te despiertas en tu cama y no estás acompañada ni de Ernesto ni de tu Queridísimo, sino, como tu perspicaz lector/a ya sabrá, de una magnífica idea, que es la siguiente: Vas a tramitar la ciudadanía española.
Hete aquí que tu magnífica idea y tú partís al Registro Civil Único de Madrid.
—Hola, ¿qué tal?, soy Letzy y quiero ser ciudadana española —dices al llegar.
La funcionaria que te atiende, sin sonrisa alguna visible en su rostro, te pregunta si tienes cita. Por supuesto que no la tienes. La mujer apunta un día y una hora en un papelito y te lo entrega.
—Cuando venga a la cita tiene que traer estos papeles —, y te da también una fotocopia.
La cita no es para el día siguiente, ni para la semana próxima, ni siquiera para el mes que a continuación vendrá; es para dentro de medio año. Durante ese tiempo vas al Consulado argentino, del Consulado al Ayuntamiento, del Ayuntamiento al Ministerio de Asuntos Exteriores, del Ministerio a la Policía.
Por fin llega el día de la cita. Te presentas en el Registro Civil Único de Madrid con una carpeta llena de papeles: hojas y más hojas de diferentes tamaños, diferentes letras, diferentes tintas; papeles con sus sellos, y con sus firmas, y con sus apostillas; papeles originales, fotocopias de esos papeles originales, y fotocopias de fotocopias de esos papeles originales. Un funcionario recibe tu papeleo, lo examina y te dice que está todo en orden. Tú sonríes satisfecha. A ver Letzy querida del amor hermoso: ¿Por qué sonríes? ¿Pensaste que ahí iba a terminar el trámite? ¿Creíste que en unos pocos días ibas a tener pasaporte de la Comunidad Europea en mano? ¡Pues no sabes tú cuán errada estás! Entonces el funcionario te informa que tienes que presentar todo lo que acabas de presentar en el Registro Civil también en la Comisaría de Policía que corresponda a tu domicilio. Sus palabras te quitan hasta las ganas de insultar en lunfardo, que es como se debe insultar si lo que se desea es insultar bien.
No sin poco esfuerzo reúnes otra vez todos los papeles, pides cita en la comisaría, esperas un par de meses y los presentas. «Ya está, en pocos días tendré pasaporte comunitario en mano», piensas y sonríes. Poco te dura puesto que tu preciosa sonrisa de perlados dientes sin sarro es arrancada de tu rostro por las siguientes frases: tendrás que esperar La Carta, hasta que ella llegue a tu domicilio no sabrás si se te concede la ciudadanía o se te deniega.
—¿Cuánto he de esperar? —preguntas mientras un interesante número de insultos lunfardísticos se pelean en tu mente para ver cuál tiene derecho a salir primero por tu boca.
—Medio año, un año, dos años; meses más meses menos —te responde el uniformado muy serio—. Lo que La Carta diga es irrevocable —agrega para aumentar tu contento.
Tus nervios, tus arterias hipertensas y tú esperáis durante un año, ocho meses, veintidós días y siete horas la llegada de esa Carta que te dirá si sí o si no, de esa Carta que te dará un futuro u otro. Cuando por fin se digna a visitar tu domicilio la dejas un buena cantidad de tiempo sobre la mesa, y no porque la hayas puesto en penitencia, sino porque no te animas a leerla. Hasta que tomas coraje y la abres con manos temblorosas, y con las axilas sudadas, y con la boca reseca. Y la lees una vez, y otra vez, y dos veces más. Y La Carta dice que sí.
Con La Carta en mano vas al Registro Civil Único de Madrid y pides cita. Esperas dos semanas.
—Lea —te dice un juez y te da un papel.
—Prometo fidelidad al Rey y obediencia a la constitución y demás leyes —lees.
—Firme —te ordena.
Y tú firmas. Y te conviertes en ciudadana española.

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