Revista Diario

Kavafis.

Publicado el 26 enero 2020 por Rizosa

Cuando emprendí mi viaje a Ítaca no era más que una niña. Anhelaba el calor del hogar - ese que se veía tan lejano y distante- y encaminé mis pasos hacia aquella meta que me alentaba y revolvía con fuerza las velas de mi barco adolescente.Por entonces yo no lo sabía, pero estaba a punto de vivir mil aventuras y experiencias. Lucharía fiera contra lestrigones y cíclopes que golpearían mi autoestima una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Atracaría en  innumerables puertos desconocidos y exóticos cuando el sol del verano entibiara mi rostro e inundaría mis alforjas de nácar, coral y ébano (besos, promesas, ilusiones).
Viajé a Egipto, me hice con sensuales perfumes de azahar que adormilaron mis sentidos y más tarde traté de aprender de los más sabios,  siempre con Ítaca en mi mente.
Apresuré mi viaje. Llegar allí era mi único destino y el motor de mi existencia, y cuando por fin maduré y la silueta de la isla se divisaba en el horizonte, altiva, la brisa marina me trajo el sonido de una voz familiar que me gritaba que me fuera, que huyera, que aún había tiempo. Que Ítaca no tenía ya nada que darme.
Tú eres mi Ítaca, y aunque no me hayas engañado jamás y gracias a mi viaje ahora vea con claridad todo lo que siempre has significado... yo ya no quiero envejecer en ti.
Kavafis.

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