Revista Literatura

Kity y yo.

Publicado el 21 marzo 2017 por Marga @MdCala

Siempre me he tenido por un tío aventurero, de esos que no se acobardan con facilidad. De los que a cualquier asunto, por farragoso que sea, le encuentran el lado bueno y divertido. Aun así tras mi divorcio de hacía un año, no me habían quedado demasiadas ganas de fiesta y relaciones sociales, circunstancia esta que me recluía en mi domicilio cada fin de semana, entre el alcohol y la pantalla plana sin visos ciertos de mejora. Sin embargo, todo en la vida tenía fecha de caducidad (como había sentenciado mi mujer en nuestra última charla) y la apatía por conocer gente nueva, también. Estaba listo y preparado para experimentar, disfrutar, salir, entrar…

Kity y yo.

Era sábado de rima antigua y yo me encontraba leyendo el periódico en una cafetería de barrio, sentado a la vera de un expreso y media con lomo, cuando vi el anuncio destacado: “NO BUSQUE MÁS: TENEMOS LO QUE DESEA. TENEMOS SU FELICIDAD”. Al atrayente titular le seguía una explicación breve pero precisa de lo que yo podía andar buscando; unas cuantas fotos y la dirección, teléfono, y demás datos de contacto. Sonreí y le di un mordisco a la tostada con las mismas ganas con que se lo hubiera dado a eso que ya tanto deseaba… Apunté, también, el número de la presunta dicha en mi móvil. Igual lo intentaba. De perdidos, al río. O a la cama.

Media hora después, ya en mi casa y avistando el conocido plan de película y borrachera que se avecinaba, marqué y pregunté. Mi elegida se llamaba Kity y tenía la mirada más dulce e inocente de cuantas había visto jamás. Su pelo era perfecto, lacio y platino, y su boca… su boca era la promesa de un cielo tan abierto como acogedor. Dejé a un lado todo tipo de cuestiones morales -cada cual es la suma de sus elecciones- y me arreglé para mi peculiar cita. Eso era lo que necesitaba: un encuentro sexual de sabadete, placentero, con la chica de mis sueños y sin ningún tipo de compromiso. Carpe diem y si te he visto no me acuerdo, que las mujeres daban muchos problemas, y yo ya venía de vueltas de amores y dolores como a nadie le importaba.

Algo nervioso, pues era la primera vez que me veía en una situación semejante, aquella noche accedí al negocio de la gloria en la tierra y pregunté por Kity. Una suerte de minúscula recepción, con una dama oronda y simpática a su servicio, era lo primero a ver por el cliente. Por cada desesperado como yo. Me ofrecieron asiento y una copa mientras mi chica se arreglaba (no había caído en que podía estar terminándose al fracasado precedente en el horario), y me incrusté un whisky como si de agua fresca se tratara. La ansiedad me consumía por dentro y una especie de celos absurdos, también.

Entonces, cuando ya iba pensando en terminar con todo aquello y volver a mi comprensivo sofá, me indicaron que subiera a su habitación. Kity me esperaba, y yo -sin conocerla más que por una breve imagen- ya la deseaba como lo que era. Un auténtico loco.

(Continuará…)

La entrada Kity y yo. se publicó primero en Marga de Cala.


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