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La Cara Oculta del Sol ( II )

Publicado el 01 agosto 2013 por Tony Owen @ElCodiceVoynich
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Por Igor Yglesias-Palomar
(Viene del I)

La Xenofobia en Japón

La tolerancia es la auténtica prueba de civilización (Arthur Helps)
La xenofobia japonesa, como he pretendido explicar hasta ahora, está lejos de ser un factor aislado y perteneciente a un momento concreto de la historia del país. Está en su cultura, está en sus creencias, y, sobre todo, está en su educación, como veremos más tarde. Las atrocidades que se cometieron en Asia durante la guerra, desde un punto de vista psicológico, vinieron marcadas por la falta de empatía de los soldados japoneses, que ni siquiera veían como otros humanos a los habitantes de los países que invadían. Hoy por hoy, no existe peor insulto para un japonés que llamarle "chino" o "coreano", y son racistas incluso con sus mismos paisanos que, por razones genéticas, tengan la piel más amarillenta o los ojos más rasgados. 
Recordemos, por poner un ejemplo, que la operación estética más habitual en Japón, con mucha diferencia, es el retoque de párpados, para agrandarlos, perdiendo lo asiático del concepto. En caso de no tener suficientes medios, siempre pueden acudir a esto. Está en japonés, pero no hace falta más que ver las imágenes. Imagino que se basaron en ello para hacer la portada de The Ring.
Los japoneses siempre andan buscando justificaciones para negar la evidencia antropológica de que su raza es básicamente la misma que la china y la del sudeste asiático, como en el interesante caso de Fujimura Shinichi, el que era el director de Instituto Paleolítico Tohoku. Fujimura era conocido como "la mano de Dios", por el increíble ratio de acierto a la hora de encontrar restos fósiles en sus salidas. Trabajó en más de 180 excavaciones a lo largo de todo el país, y sus descubrimientos fueron, cuanto menos, excepcionales. En 1984, retrasó la fecha estimada de aparición de los primeros humanos en Japón, de 30.000 años a 50.000, para consternación de la comunidad científica. En los 16 años siguientes siguió encontrando piezas, cada vez más antiguas, adelantando más de 30.000 años el Paleolítico japonés. Esto hizo tambalearse todas las teorías antropológicas que enlazaban la raza japonesa con otras de Asia, pues mostraba presencia humana muy anterior a los yacimientos más antiguos  de ciertas partes del sudeste del continente. Sus descubrimientos fueron aceptados por los arqueólogos japoneses, que desarrollaron en base a ellos que la raza japonesa tenía un origen distinto del resto de las asiáticas, y que ocupaban las islas desde mucho antes de la aparición de humanos en otras zonas colindantes, y estas teorías se incluyeron en los libros de texto japoneses. 

En el año 2000 anunció el descubrimiento de artefactos humanos que se remontaban, nada menos, que a unos 600.000 años de antigüedad, en la época del homo erectus, siendo utensilios, además, mucho más avanzados que los encontrados de la misma época en el resto del mundo. A pesar de la aceptación de sus datos por sus colegas antropólogos japoneses -algunas eminencias en el extranjero dudaban seriamente de sus descubrimientos-, algunos antropólogos y geólogos sí que habían planteado ciertas dudas sobre los sorprendentes descubrimientos de Fujimura, lo que llevó al periódico Mainichi Shinbun a colocar cámaras en el yacimiento en el que trabajaba el arqueólogo, que le registraron colocando él mismo los objetos que encontraría a la mañana siguiente. Fujimura confesó el engaño en la misma conferencia de prensa que él había convocado para anunciar sus descubrimientos. A partir de ahí, se fue desentramando que todo lo que había encontrado durante 16 años había sido colocado por él.

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Fujimura, colocando cromos de Gozilla en estratos del Carbonífero-Pérmico.


Más allá de la anécdota y la pillada, lo que resulta controvertido del caso es la aceptación absoluta de la comunidad científica japonesa, durante tantos años, de unos descubrimientos tan inconsistentes. 
It is clear that a number of the artifacts found by Fujimura are rather unnatural and do not make archaeological sense, but nonetheless majority archaeological groups as well as local and government organisations which substantially benefited from his find ignored these inconsistencies. There were also "finds" that were quite difficult to believe, such as stone implements in which the cross sections happened to match those of items found at sites tens of kilometers away. There was sharp criticism that such flawed items should not have been blindly accepted for so long.  (Wikipedia, Japanese Paleolithic Hoax)
"Está claro que parte de los artefactos encontrados por Fujimura son bastante anormales y no tienen sentido arqueológicamente hablando, pero, a pesar de ello, la mayoría de los grupos arqueológicos, así como organizaciones locales y gubernamentales, las cuales se beneficiaron sustanciosamente de sus descubrimientos, ignoraron tales inconsistencias. También se produjeron "hallazgos" muy dificilmente creíbles, como herramientas de piedra cuyas secciones transversales resultaban encajar con aquéllas de objetos encontrados en excavaciones a decenas de kilómetros de distancia. Se criticó ferozmente la aceptación ciega durante tanto tiempo de objetos que presentaban tantos fallos."

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Fujimura, en postura de auto-check genital y de pedir perdón

Por supuesto, Fujimura cayó, y un ayudante suyo, acusado de haber participado en ello, se suicidó -por lo que se ve, resulta que no lo había hecho-, pero más allá, como suele pasar en Japón, nada sucedió -más allá de la grave pérdida de respeto internacional sobre la seriedad científica de la arqueología nipona-. No soy amigo de las paranoias conspirativas, pero lo que sucedió encaja tan bien con el íntimo deseo japonés de demostrar que su raza es anterior y diferente de la de sus vecinos, hubo una prisa tal en aceptar tales premisas y comenzar a enseñarlas en los colegios, y una conformidad tan grande por parte de la comunidad científica japonesa ante descubrimientos tan sospechosos, que no creo que sea conspiranoico pensar que había importantes intereses puestos en que alguien como Fujimura hiciera lo que hizo. La polémica, en esto como en tantas otras cosas, está servida.



Pese a que se usan frecuentemente como sinónimos, en realidad, no es lo mismo racismo y xenofobia. Según la RAE quedan así definidos:

Racismo:

1. m. Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros. 2. m. Doctrina antropológica o política basada en este sentimiento y que en ocasiones ha motivado la persecución de un grupo étnico considerado como inferior.
Xenofobia:
1. f. Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros. 
Como venimos diciendo, y reforzados por esta definición, podemos decir que Japón es un país profundamente xenófobo. Cualquier extranjero que haya vivido allí un mínimo, -turistas avispados incluidos- sabe perfectamente de qué estamos hablando. Las anécdotas que se pueden contar, surgen prácticamente todos los días, y, aunque a menudo nos las tomamos a broma, muchas son muy serias. En cualquier caso, incluso las más ínfimas e infantiles, acaban cobrando un peso demoledor cuando son vividas continuadamente durante años. Gente que lleva residiendo varias décadas en el país, llegan a estar profundamente afectados tras miles y miles de continuados desprecios. Pero el asunto va mucho más allá. Todo el país está organizado para, en la medida de lo posible, frustrar las intenciones de permanencia de ningún extranjero. Dicho en otras palabras, si no eres japonés, no eres bienvenido, y vamos a procurar que no estés por aquí.
Para explicar todo esto, antes tenemos que detenernos para entender varios puntos:
1º A pesar de que nuestra propia concepción de la xenofobia y el racismo -sumada a nuestra experiencia vital-, nos marca lo contrario, en Japón, ambas nunca van acompañadas por la violencia. Ningún japonés va a intentar agredirte -al menos como occidental. Carezco de información sobre otros asiáticos-, y tu integridad física no se encuentra amenazada. Salvo los nacionalistas pegando gritos de que nos vayamos por sus megáfonos, en Japón la violencia es silenciosa, y se establece en forma de presión continua, de pequeñas zancadillas constantes que se van poniendo a cada uno de los pasos que das cada día, en detalles que el profano, más a menudo que no, no sabe leer.  

2º No quiero entrar en profundidad en el tema de ciertos personajes, blogueros muy conocidos, cuyas afirmaciones son tomadas como palabras divinas, y cuya percepción sobre la realidad de Japón está distorsionada de un modo tal que sólo es comprensible si, o bien directamente no se enteran de lo que pasa a su alrededor -independientemente de los años que lleven allí-, o, mucho más probablemente, porque el éxito descomunal de sus artículos, mueve a sus egos más que a sus cerebros a hablar. Uno vende infinitamente más si dice que todo es guay en Japón, que si dice que no lo es.  Pero, por mucho que digan constantemente barbaridades como que los japoneses te respetan mucho más como extranjero, etc, lo cierto es que todo ello no sólo es desesperantemente falso, sino que hacen un flaco favor incitando a muchos jóvenes, cegados por sus experiencias, a intentar empresas que en su enorme mayoría están condenadas a fracasar, casi siempre por puro desconocimiento de a qué se están enfrentando en realidad. Frente a ellos, toda la comunidad de extranjeros residentes allí, enervada por las falacias que en sus blogs aparecen y viendo, frustrados, que cuando intentan explicar ciertas verdades en sus páginas, sus comentarios son convenientemente bloqueados y borrados. Quien prefiera creer a estos autores frente a lo que aquí se explica, que se marche a Japón, y en un mes, que juzgue. Y esto nos lleva al tercer punto.

expectation

Lo que muchos se creen que se van a encontrar en Japón.


realidad

...lo que en realidad se encuentran.

3º Visitantes casuales de Japón o residentes poco avispados: existe una clara confusión sobre un punto -probablemente, una vez más, debido a nuestra propia cultura- muy importante en todo esto. Hay una enorme diferencia entre ser cortés y ser bien educado. Los japoneses son extremadamente corteses, pero muy maleducados. El hecho de que siempre sonrían, que no alcen la voz -en una discusión, porque a partir de las 7 de la tarde son muy gritones-, que pidan perdón por todo, no se debe a que sean gente muy educada y amigable, sino más bien a los giros y giros que deben dar, tanto lingüisticamente como en comunicación no verbal, para no romper algo de lo que trataremos convenientemente más adelante: la armonía. Nuestro desconocimiento de su cultura y sus formas, nos hace, inocentemente, pensar, que son iguales que los nuestros, cuando a menudo no pueden ser más diametralmente opuestos. Pondré un ejemplo entre miles para ilustrar esto. Una pareja de amigos míos deseaba viajar a Japón y me pidieron consejo, recomendaciones, ayuda con ciertas dudas, etc. Les animé, por supuesto, a alojarse en ryoukan, las llamadas posadas japonesas, que no sólo son la versión más barata de un hotel que uno pueda encontrarse por allí (hoteles cápsula y del amor aparte), sino que, además, conservan el sabor japonés que tanto nos atrae. Ya se sabe, tatamis, yukatas para estar en las habitaciones, y viejecitas sirviéndonos el té. El problema es que, a pesar de que nos pirrien a los extranjeros, están muy mal acondicionados -como casi todo allí, por otra parte-, para acogernos. A menudo están regentados por viejecillos que no saben una palabra de inglés, tienen normas que a nosotros nos resultan extrañas y a las que no estamos acostumbrados, y como nadie nos las explica, fallamos miserablemente en su cumplimiento. Por ejemplo, casi todos tienen una hora máxima de llegada nocturna, 10-11 pm. No funcionan exactamente como un hotel, y si llegas pasada esa hora -y hablamos de la hora exacta y ni un segundo más-, te quedas toda la noche fuera sin poder entrar en el edificio. Otra cosa es que, al contrario de la costumbre europea, en Japón las habitaciones se abandonan a las 10.00 am, no al mediodía. Y creedme, si queréis ver a un japonés nervioso, esperad a las 9:45 am para salir de la habitación. Puede que os encontréis con que han llamado a los GEOs. Preocupado porque no hubieran hecho caso de algunas de mis advertencias y explicaciones sobre los ryoukanes, a la vuelta del viaje de esta pareja, les pregunté que si habían tenido algún problema, y su respuesta fue que eran gente encantadora. Tan majos que les despertaban a las 11:30 todos los días empujándoles suavemente mientras estaban de rodillas junto a su futón.  Por supuesto, esta anécdota hace las delicias entre mis amigos residentes allí, porque para que un japonés entre en una habitación de un extranjero ¡y llegue a tocarle!, es que, directamente están a punto de llamar a la policía. Claro, mis amigos no se habían enterado de que las habitaciones había que haberlas dejado una hora y media antes de cuando ya osaban a despertarlos; y que si lo hacían, no era por ser encantadores, ni por ofrecerles un agradable despertar, sino como expresión máxima de desesperación. Ésta es una anécdota simpática y en la que la culpa cae, claramente, en la pareja -que simplemente no se enteró-, pero creedme que podría contar muchas muy desagradables que explicaran que sus sonrisas, por mucho que nosotros las veamos como amigables, pueden no serlo en absoluto, y que podemos volver pensando que han sido todos encantadores, y que sin embargo nos hayan puteado mil veces sin que nosotros nos lleguemos siquiera a enterar.

despertar

10:03 am. Las fuerzas policiales extraen a un americano de su habitación y le deportan.


Puede que alguno quiera que se profundice más en mi aseveración de que son gente terriblemente maleducada, pese a su cortesía. Bien, aquí podríamos hablar de la absoluta imposibilidad de que nadie en un vagón ceda el asiento a una anciana o a una embarazada -ellos lo justifican como que son modestos y no quieren llamar la atención a los demás pasajeros del tren atrayendo el mérito sobre sí mismos. Sí, sí. Que no ceden el sitio para no hacer sentirse a los demás avergonzados por no haberlo hecho ellos. Con dos... y la embarazada y la vieja, de pie-;  el cómo, literalmente, arrollan a mujeres que intentan subir un carrito con un bebé a pulso por una escalera, sin que nadie les ayude -y que cuando lo hagas tú, ellas te miren con miedo de que quieras, no sé, robarles el niño-;  en los constantes codazos y golpes que te propinan en el metro -muchos no accidentales-, sin que nadie pida disculpas; en su manera de comer -no hablo de los sutiles palillos, sino más bien en las enormes cucharadas de curry que se meten sin haber tragado la anterior-, en la grosería con la que tratan a los dependientes de las tiendas o restaurantes; en la molesta costumbre que tienen de orinar por todas partes -lo he visto hasta dentro de las estaciones de metro-... A.D y yo hablábamos de ello a menudo, aunque P.R dice que, en su experiencia, esto no es tan común como digo. En cualquier caso, por ésas, y por muchas otras razones, indico que son terriblemente maleducados. Por supuesto, hay muchas otras cosas que nosotros podríamos considerar como de mala educación -igual que viceversa-, pero que no son tales, puesto que estan socialmente aceptadas allí. Si toda la población acepta un comportamiento de algún tipo como normal, no se puede, por mucho que confronte con las normas sociales de otro país, considerar como una falta de educación. Los ejemplos que he puesto son de una naturaleza según la cual he visto a otros japoneses quejándose sobre ellos, y que por tanto, por generalizados que estén, no pueden ser considerados como un comportamiento socialmente aceptado. En cualquier caso, que sean corteses y formales hasta la exasperación en sus formas de hablar, saludarse, etc, no tiene nada que ver con sus buenos modales. Japón es el país de los rituales de cortesía. Desde cómo se sirve la cerveza, hasta cómo dicen que no al borracho que intenta ligar con una en un bar. Profundizaremos sobre ello más tarde. 
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4º Antes de que salga nadie a resaltar lo obvio, lo diré yo: Japón tiene una población de 128 millones de habitantes. Por supuesto que hay excepciones, como en toda afirmación sobre un grupo de personas. Es una cuestión de estadísticas. Claro que he conocido gente con la suficiente mente abierta como para tratar y relacionarse con extranjeros -aunque, a menudo, las excepciones sean más frecuentes entre gente menor de 30 años, o en los pocos japoneses que residen fuera de su país-. He conocido muchos japoneses maravillosos y estupendos, que me han tratado y hecho sentir como en casa, y me he cruzado con gente simpática, abierta y encantadora en al país. He desarrollado fuertes sentimientos por algunos, y he notado la reciprocidad. A diferencia de algunos occidentales que viven allí, yo tengo la fortuna de aún conservar algunos grandes amigos japoneses a día de hoy, además de  ex-parejas, etc.  Hay mucha gente buena, es simplemente un problema de porcentajes. Como muestra de ello, por ejemplo, en el año 2004, leíamos mi amigo P.R y yo, en un periódico japonés, que entre el 80% y el 90% de la población, preferiría que no hubiera ningún extranjero en su país, o, como mínimo, que hubiera menos -y como veremos ahora, las cifras son tan ridículas que eso viene a ser una redundancia-. Esto significa que de cada diez personas que te cruzas al día y te sonríen cortésmente y son muy amables contigo, nueve preferirían que no estuvieras allí. Y creo que la cifra se queda corta... (Aclaro que, comentándolo, él recuerda una cifra menor, entre el 70 y el 80%. Especifico para que se sepa que puedo ser yo el que esté equivocado en el dato. Por desgracia nos es imposible acceder a la fuente original)
Allá por el año 2001, antes de marchar por primera vez a Japón, el triste y prematuramente fallecido F.S. jefe de la sección española de una empresa japonesa sita en Madrid, me explicaba una realidad que tardé cierto tiempo en comprobar su verismo. Mencionaba a su homólogo japonés, también residente en España, a quien conocía desde hacía 30 años. Me contaba que eran amigos desde que eran muy jóvenes, que habían conocido juntos a las que serían sus respectivas futuras esposas, habían asistido a sus bodas, bautizos y comuniones de sus hijos, de los que eran mutuos padrinos. Y con un tono de resignación me decía: "¿Y sabes lo que me jode? Que si mañana tuviera que elegir entre un japonés al que no conociera de nada, o a mí, no dudaría un instante en elegirlo a él".  En su momento, no quise creerle; hoy por hoy sé que tenía toda la razón del mundo al aseverarlo. Da igual la relación que tengas con un japonés o los años que haga que la tienes, siempre valdrás menos que otro japonés, aunque no lo conozca; aunque sea de la peor calaña.

Ha llegado la hora de empezar a hablar con propiedad. Estamos constantemente usando la palabra extranjero, pero deberíamos utilizar la que se escucha allí. Gaijin (外人). Literalmente significa persona de fuera, a través del uso de los kanjis 外 (gai, fuera) y 人(jin, persona). Es la contracción de Gaikokujin (人, persona de un país de fuera), palabra más respetuosa, al contrario de la primera, que, salvo en pueblos del interior, siempre tiene tintes despectivos. Básicamente, la utilización de la palabra gaijin tiene la connotación de no eres uno de los nuestros.


"While the term itself has no derogatory meaning, it emphasizes the exclusiveness of Japanese attitude and has therefore picked up pejorative connotations that many Westerners resent." Mayumi Itoh (1995)

"Mientras que el término en sí mismo no tiene un significado despreciativo, enfatiza la actitud de exclusividad Japonesa, y, por tanto, ha tomado connotaciones peyorativas que ofenden a muchos occidentales" Mayumi Itoh (1995)

foreveralone

"Gaijin" en verdad debe significar "friki que morirá solo"Aquí tenemos dos ejemplos de ello. A la derecha, Franka Potente.


Bien, ¿cómo puede ser que los siempre sonrientes, aparentemente educados y nada violentos japoneses, puteen constantemente a los gaijines en su país? Es decir, ¿realmente todos son tan racistas como aquí los estoy pintando? ¿A qué se debe que hoy en día lo sean? Son algunas de las cuestiones que se me ocurre pueden surgir al leer todo esto. De acuerdo, intentemos responder a estas preguntas.
Existen dos frentes en la actuación cara a los gaijines en Japón, ambos colaborando mutuamente. Por una parte está la xenofobia a nivel gubernamental, política, la lucha de estado contra el extranjero -por sorprendente que nos pueda resultar que exista una como tal- y por otra, la que se encuentra el ciudadano a nivel de calle. Los resultados son los mismos, aunque una es consecuencia de otra. Vayamos de lo general a lo particular. Independientemente de cómo haya sido a nivel histórico, es indudable que existe un activo esfuerzo por parte de la nación para evitar la entrada de inmigrantes -y mucho más activo para dificultar su permanencia-, lo cual, en una población altamente envejecida y con una natalidad a unos niveles alarmantemente bajos -ver el altamente recomendable vídeo de El Imperio de los Sin Sexo documental francés emitido en Documentos T.V.- muestra un comportamiento casi suicida a nivel demográfico, y que no podrá ser mantenido durante mucho tiempo. Tanto Japón como las potencias occidentales, son blanco natural de la inmigración proveniente de países menos afortunados, pero a diferencia de éstas, los rangos de aceptación de extranjeros son verdaderamente ridículos. 
"Japón ha constituido una excepción hasta la fecha entre los países más desarrollados; a partir de la posguerra animó la emigración pero impidió la inmigración bajo los argumentos de la sobrepoblación del país y la importancia de conservar la homogeneidad étnica. A mediados de los 80 se produjo una escasez de mano de obra que el gobierno intentó solventar exportando puestos de trabajo con inversiones en el extranjero; sin embargo, partes importantes de los servicios y la producción deben permanecer en el país, lo que ha conducido a una progresiva introducción de trabajadores inmigrantes. Los primeros flujos fueron mujeres clasificadas como "entretenedoras" (cantantes, bailarinas pero también prostitutas) de Pakistán, Filipinas, Corea y Bangladesh; más tarde las siguieron hombres que trabajan irregularmente en la construcción y el sector industrial. El gobierno intenta regular estos flujos castigando el empleo de irregulares y fomentando la importación de extranjeros de origen japonés (el caso más notorio es el reasentamiento de 150.000 brasileños). La patronal fomenta la llegada de inmigrantes, en tanto el gobierno y los sindicatos se oponen a la misma. En este contexto existen diversas "trampas" para salvar las prohibiciones, como emplear a supuestos estudiantes de japonés, o a "aprendices" de países menos desarrollados, etc. El total de extranjeros en situación regular a comienzos de 1998 era de 1,2 millones, apenas el 1,1% de la población total; un millón de personas procede de otros países asiáticos, el colectivo más numeroso es el coreano (690.000) seguido por el chino (195.000); en los últimos años tiende a crecer la inmigración filipina (62.000) y han aumentado los contingentes -de origen japonés- provenientes de Brasil y Perú." (www.monografías.com)
A fecha de 2005, la población de residentes extranjeros en Japón era de 1.555.505, lo que suponía el 1.22% de la población, con un cambio significativo de la población china frente a la coreana, aumentando considerablemente la primera y disminuyendo la segunda. Estamos diciendo que, fuera de ambas nacionalidades (muchos de los coreanos han nacido en Japón, nunca han visitado Corea y no hablan coreano), y filipinos, peruanos y brasileños (en los tres casos la mayoría son descendientes de japoneses), que suman el 70% de la inmigración del país, el total de las naciones restantes del planeta, conforman sólo 200.000 personas. En cuestión, españoles, hay una población de unas 800-900 personas. Más de la mitad son religiosos (frailes y monjas). De los, aprox. 300-400 restantes, la mitad son personal diplomático o trabajadores de empresas en rotación, lo que la convierte en una población cambiante cada dos años, más o menos. Ahora separemos la gente en todo el país -no todo el mundo está en Tokyo-, y nos haremos una idea de los números que estamos manejando. Australia, por ejemplo, que es uno de los países occidentales con más presencia en número de inmigrantes en el país, no llega a 9000 personas. Hablamos de unas cifras verdaderamente ridículas.
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Según datos de la BBC, en el año 2004, la población laboral extranjera en Japón suponía el 0,22% del total del país, frente al 3,6% de Inglaterra, el 9,1% de Alemania, y el 55% de Luxemburgo. España, frente a una población de 46 millones, alberga 6.422.000 (sólo de nacionalidad Rumana, tenemos más inmigrantes que de la nacionalidad más abundante en Japón), lo que supone un 14.0% de nuestra población. Y España está lejísimos de ser un país tan atractivo y rico como Japón, que alberga cifras rondando el 1%. En comparativas, Inglaterra sostiene un 11,3%, Alemania un 12% y Francia un 11,1%. Mejor ni buscamos las de Estados Unidos. 
Dicho en otras palabras,  los países desarrollados, ante el común hecho de que tu pirámide de población se invierta, o sea, que mueran menos ancianos que niños nacen; y con las previsiones tan simples a los que ese hecho lleva -pérdida de la mano de obra del país, disminución de su riqueza, aumento de la población mantenida respecto a la mantenedora, etc-, han tenido que aceptar un hecho simple: si tu país carece de la suficiente población en edad de trabajar, tienes que importarla,  y no te queda más remedio que abrir tus fronteras. Por supuesto que esto ha traído, y trae, problemas al país anfitrión, pero a la larga, cuando se halla el equilibrio social y legal, las ventajas son ampliamente superiores a los inconvenientes. Y si no, no hay más que mirar el caso de países como los anteriormente mencionados para convencerse de ello. Japón, lejos de aceptar que necesita inmigración, todo lo contrario, ha radicalizado considerablemente sus leyes de inmigración, amén de las trabas con las que martiriza a los extranjeros sitos allí, con el ánimo de fomentar sus deseos de salir del país.

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tipos de Kebap nipón.


En parte, de aquí se deriva una consecuencia curiosa e insospechada. Todo esto que comentamos justifica el espectacular esfuerzo, tanto económico como investigador de Japón cara al campo de la robótica. El país necesita trabajadores y no quiere inmigrantes que no sean japoneses, así que llevan varias décadas apostando por crearlos ellos. Sobre esto hay una doble vertiente, por una parte, los conocidos robots en las fábricas y en las cadenas de montaje -cada vez más complejos e independientes-, y por otra está el grueso de la inversión, los robots orientados hacia la domótica. Casas inteligentes, con control de numerosísimos parámetros, robots que puedan estar en los hogares, subir escaleras, abrir puertas... Con una población muy envejecida y la mayor esperanza de vida del planeta, Japón lleva mucho tiempo consciente de uno de sus mayores problemas: cuidar a las legiones de ancianos que tiene a su cargo. Los datos del 2010 muestran que el 23.1% de su población -básicamente uno de cada cuatro- son mayores de 65 años. A pesar de que existen países "cercanos" con muy buen nivel de enfermería y con gente dispuesta a cuidar a estos ancianos, Japón se niega a favorecer la entrada de extranjeros que traten a sus mayores -y eventualmente a ellos mismos-, así que se opta por desarrollar camas y robots que puedan cuidar sus necesidades. ¿Nos estaremos encontrando con que la profética película del genio Otomo Katsuhiro, Roujin Z se está convirtiendo en realidad?

Su política de inmigración se encuentra entre las más duras del mundo -ignoro si la más-, superando las conocidas dificultades que plantean los USA. Desde el año 2007, toma las huellas dactilares y una foto de todo gaijin que allí aparezca, sea un turista, o un residente legal -tengo un amigo que dice que la aduana japonesa tiene más fotos suyas que su madre-, se comprueba que posea billete de vuelta, dinero en efectivo, reserva en un hotel... plantea unos obstáculos insorteables para conseguir extensiones de visado (según me informaron en la oficina de inmigración, yo fui el 4º español de la historia en conseguir una extensión del visado de turista, y el primero en conseguir una segunda, años más tarde, así que puedo considerarme altamente afortunado, gracias exclusivamente a la gente que me ayudó a ello). Por poner un ejemplo, para lograr un visado de residente -no nacionalidad-, se necesita tener, mínimo diez años de estancia en el país, trabajo permanente en una empresa japonesa -no vale una multinacional extranjera-, una prueba de idioma avanzada y un garante -ahora entraremos en ello- que se responsabilice económicamente si hubieran de deportarlo. Total, nada. Mi amigo japonés M.Y. en dos años, y empezando en un trabajo en una empresa italiana, le dieron la nacionalidad sueca. Es un simple dato.

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el gaijin toroku, el d.n.i. del extranjero en Japón, visto desde los ojos de un policía.


Pero todo esto no es sino la punta del iceberg. Más allá de los controles de entrada, se establece una política de acoso y derribo del extranjero, prácticamente indefenso legalmente en Japón. Pongamos algunos ejemplos.
  • Legalmente la policía puede entrar en casa de un gaijín, sin más justificación que el hecho de que no sea japonés. Es decir, ser extranjero es causa suficiente como para que la policía pueda entrar y registrar tu hogar. No es necesario que un juez lo permita.
  • El  Ministerio de Justicia japonés, mantiene una web y una línea abierta para "recibir denuncias sobre extranjeros en situación de permanencia ilegal". Los criterios para denunciar incluyen motivos tan graves como "sentirse desasosegado acerca de un extranjero", y son permitidas las denuncias anónimas. Las autoridades de inmigración japonesas trabajan en colaboración con la policía para investigar a aquellos sobre los que el reporte se ha hecho, y numerosos grupos de defensa de los derechos humanos, tales como Amnistía Internacional, han declarado que las personas denunciadas no reciben una protección legal apropiada. El sistema Kangoku Daiyo permite a la policía detener a sospechosos sin cargos, acceso a un abogado o llamadas telefónicas durante un máximo de 23 días. Veamos que es esto del Kangoku Daiyo: frente al ingreso en prisión estatal, en Japón pueden meterte en una celda en una comisaría, mientras la policía continúa con la investigación. Es decir, mientras investigamos, por si acaso, tú estás preso. Recordemos que no es necesario que haya cargos, no puedes hacer llamadas, ni tienes derecho a un abogado. En un principio, tienen 72 horas, pero luego pueden pedir diez días más, y a su finalización, otros diez más, ambos con el consentimiento de un juez, lo cual parece ser poco más que un mero trámite, pues en 1987, las concesiones judiciales para prorrogar la estancia en esas celdas, fueron del 99,8% de los casos. Los activistas se quejan de que el estado de los presos en este tipo de encierros -de amplio apoyo por la clase política-, es peor que el de las prisiones oficiales, pues los policías abusan de los presos, por ejemplo, privándoles de las comidas, para lograr confesiones. Resumiendo, si un japonés, anónimo, declara que le molesta tu presencia, la policía te puede meter, sin cargos, en prisión, sin apoyo legal y sin comunicación con el exterior, durante más de tres semanas. En octubre del 2006, los horarios de las líneas de denuncia de extranjeros, fueron ampliados para que incluyeran sábados, domingos y fiestas nacionales. Así nos pueden denunciar sin esperar al lunes.
  • Para la gestión de numerosos trámites en Japón, desde renovar un visado a comprar un coche, pasando por alquilar una casa, se requiere la presencia de un garante. ¿Qué es un garante según Japón? Pues una persona japonesa -los garantes no japoneses no son admitidos- que responda por ti. Esa respuesta va, desde los casos más someros, -por ejemplo para alquilar un piso-, declarando que eres una persona de fiar, hasta los más graves, como los de inmigración, en los que ese garante se responsabiliza económicamente de lo que vayas a hacer en el país. Es decir, que si te tienen que deportar, lo paga esa persona; y si es por robar una joyería, también lo paga esa persona. Hasta aquí parece algo razonable, en el sentido de que suena a medida de seguridad cara al país. En la realidad, un garante es la comprobación de un japonés, el que sea, de que otro japonés, dice que eres guay. Eso significa que, aunque tú seas Donald Trump, en Japón no puedes alquilar un piso a menos que un japonés, aunque sea un violador reincidente convicto, diga que molas. Pero en temas de visado -ahora hablaremos de los requisitos para conseguir, por ejemplo, un visado permanente en Japón-, significa que él paga por los platos rotos. En un país en el que 9 de cada 10 personas prefieren que no estés ahí, en el que te tienen miedo y manía simplemente por no haber nacido allí, imaginaos lo fácil que es conseguir que alguien acepte ser tu garante. Es extraordinariamente complicado. Nadie quiere ser el primer japonés que se responsabilice de ti. Y si no tienes garante, es virtualmente imposible extender tu visado, alquilar una casa o abrirte una cuenta bancaria (mis agradecimientos eternos a Hirose-sama y a Sato-chan por haber aceptado ser los míos en diferentes ocasiones). Conozco un caso, la única persona que he visto que ha logrado, no el permiso de residencia permanente, sino la nacionalidad japonesa -lo cual es inaudito-, que, siendo oficialmente japonés, llevando más de 30 años viviendo en el país, con hijos en la universidad, esposa, etc, profesor de la policía de Tokyo, tenía que presentar un garante para comprarse un coche.  Da igual que tu pasaporte diga que eres japonés, sigues necesitando un japonés que diga que puedes comprarte un coche porque eres buena gente. No es difícil imaginarse lo quemados que tiene este tema a todos los extranjeros del país. Puedes llevar 40 años pagando impuestos en ese país, ser multimillonario y tener nietos japoneses. Nada de eso es comparable con que un vagabundo japonés hable bien de ti. Así de injusto es este país.
  • Recientemente, un portavoz de la policía de Tokyo apareció en televisión recomendando a los ciudadanos que si veían a 3 o más gaijines juntos por la calle, de aspecto "sospechoso" y sin hablar japonés -gran detalle-, llamaran a la policía, para que fueran a investigarlo... Esto en cualquier país del mundo se montaría un escándalo, por razones más que obvias. Se ve que un cónclave de tres o más extranjeros es razón suficiente para temer lo peor, y está justificada su denuncia.
  • Independientemente de que los gaijines -no importa el estado de residencia en el país-, estamos obligados a ir identificados -mientras que los japoneses no-, ir caminando por la calle por la noche, es motivo suficiente como para que la policía nos pare y nos pida la documentación, lo cual sucede extraordinariamente a menudo. Yo, acostumbrado a dar largos paseos nocturnos por Tokyo, era detenido por agentes para comprobar mi identidad noche sí y noche también. De la misma manera, si vamos en bici, somos inmediatamente sospechosos de haberla robado, así que conviene llevar los papeles de la bici -imaginad cuántos japoneses los llevan consigo-, porque nos paran continuamente por ello. Luego trataremos las denuncias de los vecinos.
  • Japón, a día de hoy, es el único país desarrollado sin ningún tipo de ley que prohíba la discriminación racial (lo cual también viola el artículo 14 de la Constitución Japonesa). Japón llevó a cabo la Convención de las Naciones Unidas contra la Discriminación Racial (CERD) en 1996, donde prometió tomar todas las medidas efectivas para la eliminación de cualquier forma de discriminación racial "sin dilación". No parece que lo consiguieran, pues en 1999 comenzó el caso de Ana Bortz,  una ciudadana brasileña que fue expulsada de una joyería por el simple hecho de ser extranjera, en cuya sentencia se especificó que los extranjeros están protegidos tanto por la Constitución Japonesa como por los tratados internacionales (específicamente por el CERD) ante la ausencia de leyes domésticas. Tampoco da la sensación que esa nueva sentencia cambiara nada. Varios amigos míos, residentes en Japón, me han comentado que la expulsión -siempre de manera no violenta- de distintos locales públicos es una toma común. Lo trataremos más adelante. 

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¿Otra comprobación? ¡No sé, debe ser algo en mi cara!


Aquí quiero detenerme un instante para hablar de Arudou Debito , el principal defensor a nivel legal de los extranjeros en Japón ante las flagrantes violaciones de sus derechos que continuadamente se suceden. Es poseedor de una herramienta que le hace muy incómodo a nivel gubernamental, y es su perfecto dominio de la lengua japonesa -en especial escrita-, lo que le capacita para poder llevar a último término las protestas que realiza. Nacido en los EEUU, consiguió tras mucho esfuerzo la nacionalidad japonesa. Padre de dos niñas, pronto se dio cuenta de la diferencia de trato que recibían la primera, de apariencia japonesa, y la segunda, que como él, tenía rasgos extranjeros. Residiendo en Hokkaido, en una ocasión su familia y él fueron a unos baños en la ciudad de Otaru, cerca de Sapporo, y se encontraron con que no permitían pasar a su hija pequeña, debido a que un cartel en la entrada prohibía entrar a extranjeros. A partir de ahí comenzó un proceso de batallas legales que se fueron extendiendo hasta las Naciones Unidas, y a otros diversos casos. Recomiendo la lectura del enlace de wikipedia, así como de su página web www.debito.org . En uno de sus casos, ante la desestimación constante del gobierno japonés, llevó el caso a la ONU, enfrentando en el caso al Gobierno de Japón contra el CERD. La posición de Japón en el caso fue que en realidad el CERD no cubre a nadie en Japón, dado que las minorías étnicas que tienen el estatus de ciudadanos, tienen la misma raza que los japoneses, mientras que los extranjeros, si bien son diferentes racialmente, no son ciudadanos, y por tanto no reciben las mismas protecciones. Con dos coj... 
Para entender la razón misma de la existencia de estos artículos que escribo, el engaño que tenemos en occidente sobre Japón, su visión sobre los extranjeros y sus actitudes sobre los mismos, el hermetismo cara al exterior y su constante esfuerzo por victimizarse a la hora de justificar lo injustificable, se ve en las críticas que recibe Debito. Es el destino de todo aquel que se enfrente de cara con comportamientos que serían inconcebibles en ninguna otra nación desarrollada: la incredulidad, la acusación de racismo, y la defensa exacerbada de aquellos de entre nosotros para quienes las simpatías que puedan tener al país, nublan el enjuiciamiento ante hechos abundantes, demostrables e injustos. Cuando Debito denunció a MacDonald's Japón por crear una mascota, llamada Mr.James, que representaba a los gaijines occidentales como un friki con gafas, pasados los cuarenta, obeso, que alaba en japonés forzadamente incorrecto las hamburguesas -lo que sería aquí el equivalente a hacer a Mister Morito, por poner un ejemplo entre muchos, como un vendedor de relojes en chanclas de playa, que dijera "¡Jamón, bueno! ¡Jamón de puta madre!" No cuesta mucho imaginarse la que se montaría en minutos. Y con razón-, y declaró que esa imagen era claramente vejatoria hacia los extranjeros, y potenciaba los comportamientos xenófobos entre una población que ya vamos viendo cómo es, encontrándose con severas críticas hacia él. El periodista canadiense Simon Houpt declaró que Arudou era "demasiado sensible" y sugirió ante su protesta que "si alguien te llama friki, escribir una carta para quejarse no va a ayudar tu imagen mucho". La también periodista - japonesa- de la revista Time, Coco Masters criticó la carta de protesta de Debito escribiendo: "Protestar por Mr. James como un estereotipo de una población minoritaria en Japón porque los nativos de Ohio fallan a la hora de hablar o escribir en japonés con fluidez, visten como un empollón y bloguean sobre hamburguesas, sólo subraya el hecho en que en realidad no hay demasiados extranjeros que den la talla pululando por Japón". No me hubiera importado a mí tener unas palabritas con la señorita Masters acerca de esto...

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Mr. James, o un gaijin a los ojos de un japonés. Es curiosa la similitud con cómo se les ve a ellos en el extranjero.


Otras críticas recibidas por Debito son, del Washington Post, que le describe como un "Hombre enojado"; como un "infatigable agitador social" por el Asahi Shinbun; como "un camorrista en un país que valora el wa, la armonía del grupo, sobre cualquier otra cosa" por la National Public Radio, "que ve las cosas en blanco y negro" y que "está más interesado en atacar Japón y su gente que en luchar contra los estereotipos y la injusticia", por parte del profesor asociado en la Gifu Shotoku Gakuen University, John Spiri; además de numerosas críticas de blogueros, columnistas, autores de libros sobre Japón, y por supuesto, su ex-mujer, Sugawara Ayako; que se divorció de él cuando empezó a litigiar contra el gobierno de su país cuando no dejaban entrar a su hija pequeña a un local por parecer extranjera.

Ésas son algunas de las lindezas que recibe quizás el mayor luchador -de unos pocos- por los derechos básicos de los gaijines en el país que a todo el mundo encanta. Como anunciábamos en la presentación del artículo anterior, meterse con Japón no sólo no está de moda, sino que, además, te van a poner fino.

Podríamos seguir enunciando ejemplos de la política oficial del gobierno japonés con respecto a los extranjeros, pero como decíamos antes, hay una doble vertiente: la oficial, y la de la gente llana. La xenofobia institucionalizada, y la de a pie de calle. En ningún país desarrollado podríamos observar carteles como estos sin que inmediatamente surgieran voces protestando contra ellos y un gobierno penalizando a los locales que los colgaran. Sin embargo, en el país del sol naciente, surgen como setas ante el silencio generalizado, incluido el de los desamparados extranjeros:


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noentiendo (Éste último me tiene fascinado. Cuando entienda lo que dice, juro postearlo)
Y es que aquí tenemos que entender que, más allá de las decisiones del gobierno, es en la calle donde nos vamos a encontrar más muestras de rechazo y presión. Los ejemplos son tan numerosos que es imposible más que hacer mención de algunos de los más comunes. Parte de los que voy a mencionar los he experimentado yo mismo en mis carnes, otros son vivencias de otras personas que en numerosas ocasiones me han ido transmitiendo, y de cuya veracidad respondo.
Uno de los métodos más sencillos de observar actitudes negativas hacia nosotros es montar en tren, lo cual, siendo la forma de transporte por excelencia en las grandes ciudades, es tan habitual como que se hace varias veces a diario. Todo extranjero ha sido testigo de las numerosas ocasiones en la que se sorprende uno comprobando que los sitios a ambos lados suyos permanecen vacíos. Incluso en trenes en hora punta, donde la gente se hacina como en latas de sardina, si uno tiene la suerte de hallar asiento, verá que muy a menudo está ocupando tres en realidad, ya que nadie se va a sentar a su lado. No importa el aspecto, que vayas de traje, afeitadito y oliendo a rosas. No se sientan. Eso sí, según te levantas porque llega tu parada, ves que tres japoneses se abalanzan para ocupar los huecos. No pasa siempre, ni mucho menos -también he ido con la cabeza de dos japoneses apoyados cómodamente en cada uno de mis hombros, mientras hacían el deporte favorito nipón: dormir en el tren-, pero sí a menudo. Al menos lo suficientemente como para que no sea una anécdota aislada, ni mucho menos. Todos lo hemos vivido varias veces.
En casos más exagerados, como el que le pasó a un amigo mío, en un tranvía casi vacío, al despertarse una señora y darse cuenta de que él, gaijin y feo como es, estaba sentado frente a ella, tras mostrar en un segundo todo el pánico y el horror en su rostro, se levantó corriendo para bajarse. Recuerdo que aquel día, mi amigo me escribió un mail, verdaderamente deprimido y desesperado con las afrentas que todos los días debe soportar. En mi caso, en una ocasión recuerdo que un grupo de cuatro chicas, bastante elegantes, se sentaron cuando, tras pasar por una estación importante, varios sitios se quedaron vacíos.  En realidad, tres de ellas lo hiceron, pero el cuarto sitio estaba a mi lado -yo iba de traje, con mi maletín-, así que la última joven se quedó de pie junto a una amiga. La que estaba sentada le señaló con la cara el hueco libre que había, para que hiciera lo propio, y la otra, negó rápidamente con la cabeza y dijo con un volumen perfectamente audible: Kowai, que es la palabra que usan para expresar que algo les da miedo. Por encima de lo insultante que resultó la situación -permaneció como la única persona de pie en todo el vagón, habiendo un sitio a un metro de ella-, lo verdaderamente ofensivo es que no tuvo problema en expresar la razón en voz alta, segura de que como era extranjero no iba a entender lo que decía. Y no es que la palabra fuera complicada, ni la frase larga. Es lo mismo que considerarme maloliente e idiota en un solo gesto. Por supuesto, de las opciones de reacción que yo tenía, elegí la que pudiera resultarle más humillante. Me levanté y le dije con mi mejor japonés que no tuviera miedo, que no pasaba nada, que se sentara, y me quedé de pie tras ofrecerle mi sitio. Inmediatamente se puso roja como un tomate, y tanto ella como la amiga se pusieron a hacer reverencias y a darme las gracias. Se sentó y yo terminé el viaje de pie, cornudo y apaleado.
Otra manera muy fácil de percibir estas cosas es tratando con el servicio. Vale, estamos de acuerdo, el japonés medio no habla ningún inglés y el gaijin medio habla muy poco japonés, lo cual les pone extremadamente nerviosos -recuerdo mi amigo Rolando y yo, yendo a una taquilla a comprar unos billetes de autobús en Otaru, Hokkaido, que cuando la dependienta vio a dos gaijines acercándose, ni corta ni perezosa, bajó la persiana delante nuestro, y no fue hasta que le pedí repetidamente en japonés que la abriera, que sólo queríamos unos billetes, cuando nos atendió-. Hay incluso japoneses que se bloquean tanto con el hecho de tener en frente un gaijin, que aunque tú les estés hablando en su idioma, te intentan contestar en inglés, hasta tener que pedirles que lo hagan en japonés, que los entiendes más. Nada de eso tiene que ver con la xenofobia; si acaso, con los nervios y la timidez. Sin embargo, en muchas ocasiones, especialmente cuando vas acompañado de nativos, es fácil observar que, por muy bien que les estés pidiendo las cosas en japonés, no te contestan ni preguntan a ti, sino a tu acompañante. Se da el estúpido juego en que le preguntan qué vas a tomar a la otra persona, le contestas tú qué es lo que quieren, y le vuelven a preguntar al acompañante sobre si lo quieres, digamos, muy hecho o poco hecho. Aquí no hay nervios ni timidez alguna. Cuando llamas la atención, no tienen problema en dirigirse a ti, aunque como le ha pasado a alguno que conozco, entonces han tenido problemas con la/el acompañante... Esto pasa porque, como hemos dicho antes, un japonés, siempre va a defender a otro japonés, independientemente de la relación que tenga contigo, y de lo flagrante que sea el acto del otro.

La lista de ejemplos, como decía, sería inacabable. Todo el mundo que conozco tiene muchas historias. Desde el que le acuchillan las ruedas de su bici, una vez tras otra, mientras las de las bicis colindantes resultan indemnes, hasta el que en una tienda se niegan a venderle un traje, ni mucho menos a tomarle medidas. A un amigo y a mí nos echaron de un ryoukan en el que sólo se alojaban japoneses, cuando vino el dueño y vio que había dos gaijines -la que nos hizo el check-in era una abuelilla, probablemente la madre del susodicho- mintiéndome a la cara, diciéndome que ese día el hotel cerraba por "descanso", mientras miraba para otro lado cuando le preguntaba por el calzado de todos los huéspedes, aglomerado en la entrada del mismo. A mi amigo F.A. si se equivocaba en los días en los que tenía que sacar la basura -el sistema de recogidas es tan complejo que hay manuales para entenderlo- algún amable vecino traía la bolsa de basura de vuelta al edificio y se la rompían y desperdigaban en la puerta de su casa. A otro amigo, A.D, le venía la policía cada vez que permanecía esperando en la puerta de la casa de su novia, y ésta se retrasaba un poco en salir. Como decimos P.R y yo,  en Japón siempre hay un visillo abierto y un teléfono descolgado, hagas lo que hagas.


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Los gaijines vistos por la señora Nakamura (87 años)


Por desgracia, lo peor que te puede pasar en una situación de éstas, es protestar demasiado enérgicamente, o intentar acudir a la policía. Tenemos todas las de perder, ya que siempre se van a apoyar entre ellos, y porque recordemos que nosotros siempre estamos bajo sospecha y/o amenaza de denuncia. Es cierto que en Japón, en líneas generales, se vive tranquilamente, pero buena parte de ello es porque decidimos ignorar la mayoría de esos comportamientos y actitudes hacia nosotros. Un inmigrante, en su continua pelea por conseguir un visado de trabajo, es inmediatamente expulsado del país si tiene cualquier problema con la policía, así que cualquiera que vive allí sabe que más le conviene no perder el juicio y enfrentarse a algún salado de estos que te expulsa de su tienda o de su hotel por el mero hecho de no ser nacido en sus islas. Y a la policía ya la tratamos lo suficiente cada vez que nos pide la documentación o los papeles de la bicicleta como para querer verla más. Pero da igual,  hagamos lo que hagamos, siempre va a haber un ciudadano comprometido, dispuesto a denunciarnos anónimamente, y en el fondo es comprensible, y es que parte del mensaje que se da siempre a la población nipona es que gaijin= criminal. La hipocresía de la mentalidad general japonesa, que busca una excusa autogratificante o falsamente humilde para todo comportamiento xenófobo que tengan -la respuesta oficial de por qué no se sientan junto a nosotros en el tren es por miedo a no ser capaz de ayudar convenientemente si el gaijin pregunta algo en inglés, o la de que el gaijin, aunque vaya de traje y sin maleta, debe estar cansado tras un viaje tan largo desde su país y se le deja más espacio para descansar y estar más cómodo, entre muchos otros ejemplos-, que calla la existencia -y niega la enorme influencia- de la yakuza en Japón, o de las otras mafias, porque eso significaría reconocer su falta de control sobre ellas, es capaz de volcar las culpas de toda la delincuencia en los extranjeros. En este tema entraremos ampliamente en el próximo post, sobre la sociedad del miedo.

revista

La maravillosa revista Gaijin Hanzai, en la que narran crímenes cometidos por gaijines.


En cualquier país occidental hay disturbios y protestas por los supuestos aumentos de delincuencia causados por la entrada de extranjeros. Y en muchos casos, no sin razón, pues a menudo aparecen individuos carentes de escrúpulos, que vienen de países donde la vida de una persona vale menos que el dinero que lleva en la cartera un ciudadano del primer mundo. La vía de florecimiento del inmigrante siempre es complicada, y algunos costantemente intentan encontrar un atajo para ello. Pero en occidente, a día de hoy, hay siempre un considerable intento de no extender la culpa del aumento de la criminalidad a todos los extranjeros, pues se sabe que la mayoría siempre es inocente. Si no, sería una caza de brujas, y las épocas en las que se ha hecho esto -incluso las más recientes, del siglo XX- empiezan a estar confortablemente alejadas en el tiempo. Por supuesto, ciertos grupos sociales -con mayor o menor culpa- van a sufrir más aversión que otros, pues el racismo es algo que aún estamos muy lejos de eliminar, pero en cualquier caso, nunca se extiende a la totalidad de los extranjeros de un país. En España puede haber problemas con el colectivo rumano, pero todos conocemos a alguno o más de uno, que vive feliz aquí. Es decir, seguro que tienen más dificultades para encontrar trabajo que otras nacionalidades, pero no se les acusa de la criminalidad del país. Cuando sucedió el 11-M en Madrid, en las fechas posteriores hubo tensión con la población musulmana en España, pero nadie salió a la calle a pedir por la expulsión de todos. En el próximo post veremos que en Japón, sí. En occidente estamos muy lejos de ser perfectos, y aún nos queda mucho camino por recorrer. Sin embargo, parte de nuestra libertad de pensamiento y capacidad autocrítica radica en el hecho de que, por ejemplo, Europa es un continente avergonzado. Avergonzado de su riqueza, de su bienestar. Las mayores donaciones se hacen desde Europa, la mayor población inmigrante del mundo de países subdesarrollados está en Europa. Y aún así nos negamos a ver estos hechos y seguimos considerándonos racistas e insolidarios. Y así debe ser, porque así lograremos dejar de serlo por completo, tanto lo uno como lo otro. Me gustaría ver si Japón tiene tal capacidad de autocriticarse, y si la población japonesa llega alguna vez a tildarse de xenófoba e insolidaria. Espero llegar a presenciar esto, aunque no albergo demasiada esperanza sobre ello. 
Y recordemos:  Siempre nos podrán dar una excusa de que todo lo hacen por nuestro bien o porque no son lo suficientemente buenos, pero no nos olvidemos de que, en realidad, no nos quieren a ninguno de nosotros allí. 

adios

¡Mr. James os dice adiós!


Gracias por leernos. El próximo post: La sociedad del miedo.
Continuará.
Igor Yglesias-Palomar Bermejo. 

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