Revista Diario

La carta

Publicado el 17 julio 2012 por Chirri

Hoy he pasado por la puerta de tu antigua casa, tenía que hacer unos trámites en Hacienda y de camino pasé por tu calle, no me atreví a mirar a la que fue tu ventana pero me acordé de ti. Recordé sobremanera aquel permiso que me concedieron cuando hacía la mili, la casualidad de tu llamada y la ilusión que me hizo retomar el contacto perdido, habíamos crecido, ya no éramos los niños que en una tarde de tormenta en la sierra aprendimos a besarnos torpemente y a pasear por recoletos senderos cogidos de la mano; luego, la llegada de septiembre nos separé, en Madrid todo un mundo se abría entre nosotros, yo en Vallecas y tú en Cuatro Caminos, trece estaciones de Metro, una distancia insalvable.
Los siguientes veranos proseguí mi peregrinación estival a la sierra, el pueblo estaba vacío sin ti, sin tu presencia, nunca supe porqué tus padres estuvieron cuatro años sin veranear allí, cuando volviste éramos dos extraños aun cuando al cruzarnos por la calle nuestra mirada descendía hacia el suelo y nuestros corazones latiendo fuerte llenaban de color nuestras mejillas.
En ese ínterin tuvimos terceras personas entrando y saliendo de nuestras vidas, relaciones poco duraderas y alejadas de llenar nuestros corazones. Llegó por fin nuestro segundo reencuentro, quince días de permiso para descansar del servicio a la Patria, donde cada separación cuando entrabas en el portal de tu casa, era un tormento hasta la mañana siguiente cuando de nuevo  ansioso paseaba frente a tu portal esperando tu descenso.
No podré olvidar jamás nuestros paseos por el Zoológico y el Parque de Atracciones ¿Debí besarte en el túnel del horror? Todos los monstruos que nos salían al paso se empeñaban en impedirlo, decidí posponerlo para un mejor momento, quizás en la soledad del aparcamiento cuando fuéramos a retirar mi coche. Pero los hados ese día estaban en mi contra ¡No me lo podía creer! Perdí la llave del antirrobo, por lo que tuve que llamar a mi padre para que trajera una copia ante su mirada irónica y escrutadora, qué lástima, la ilusión de aquel momento tan ansiado se difuminó sin remedio.
Al día siguiente paseando por el Retiro nos pusimos más serios, hablamos del futuro, de tus estudios, de qué hacer cuando me licenciara, de nuestra vida juntos, y me ofreciste un plan: tu padre, todo un señor coronel, me enchufaría en la guardia civil y sin tener que ir a territorios peliagudos, en breve tiempo ingresaría en la academia por lo que en pocos años sería un flamante oficial. Entre arrumacos hicimos planes, soñamos, alumbramos una nueva vida juntos llena de satisfacciones y dicha.
Mi permiso expiraba ya, todavía recuerdo tu bello rostro arrasado por las lágrimas, mientras me despedías en la vieja estación de Atocha.
No bien llegué al cuartel, te escribí una larga carta donde puse todo mi sentimiento, confirmaba todos los planes que teníamos en mente y te decía todas esas cosas maravillosas que son más fáciles escribir que hablar, pues siempre para mí el camino más corto y directo es el que va del corazón a la mano que empuña el bolígrafo para plasmar mis sentimientos.
Esa misma tarde la deposité en el tren correo que llegaba de madrugada a Madrid, con ella iban todas mis ilusiones. La rutina se introdujo de nuevo en mi vida, guardias, servicios, algún arresto y la ansiedad de todas las mañanas a las doce del mediodía en el reparto del correo, rostros de alegría por doquier menos el mío; día tras día, semana tras semana sin recibir nuevas tuyas, volví a escribirte una y otra vez, manifestándote mi extrañeza por no tener noticias tuyas, pero todo siguió igual, todos los días a la hora del Ángelus me iba a mi camareta con las manos vacías y el corazón roto.
El tiempo, dicen, lo cura todo, a veces hasta tienen razón ¿Qué pensé de tu silencio? Mil ideas acudieron a mi mente, al fin y al cabo apenas te conocía, tu corazón se habría vuelto voluble o quizás habrías conocido a alguien mejor que yo, pero por más vueltas que daba a mi mente, no di con la solución. Al final también la llama de mi corazón se apagó, y con el final del Servicio regresé a mis lares.
No te busqué, otras mujeres sirvieron para cicatrizar mi corazón y las nieves en mi cabello me hicieron olvidarte para siempre.
Hoy he vuelto a pasar por delante de tu puerta y me he dado cuenta de una cosa, me equivoqué al poner tu dirección, en el dintel de la puerta apareció la cifra trece, y no el doce como por error te envié las misivas sin recepción posible.
¿Cuánto de cierto hay en este relato? Solo ella y yo lo sabemos, los que me conocéis, sabéis que en todos y cada uno de mis relatos por muy fantástico que sea, hay algo de realidad  reflejada, envuelta en muchos casos por circunloquios, adornos, y hasta exageraciones; de este relato os diré que el final es veraz aun cuando mutado en el tiempo: pocos días antes de licenciarme, el cabo furriel me entregó un manojo de cartas devueltas por Correos en las que indicaban que no existía el número doce de la calle.
La carta

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