Revista Talentos

La casa de la laguna.

Publicado el 23 enero 2017 por Francine @diariofrancine

La casa de la laguna.

Rodeada de cajas y de la música que sonaba de fondo, Ania tomó el único objeto que decoraba la chimenea y de un soplido, no sólo dejó volar el polvo sino un puñado de recuerdos que crecieron en ese hogar, junto a dos niños ahora mayores y de un marido en una época fantástica que no costaba pensarla.Hacía tres años que un trágico accidente de la ruta la había dejado viuda pero como todos, había aprendido, a vivir en la soledad de un amor arrebatado físicamente pero vivo en cada rincón y en cada recoveco de su alma.
Tenía 38 años cuando se quedó sola y tenía 45 cuando decidió escapar del dolor que le procuraban los muros de esa casa. Agotada de obligar a la mirada que fija se quedaba incrustada en la madera del techo. De seis años, que llevaba intentando conciliar el sueño en la habitación vecina, en la cama de una plaza y nunca, nunca, poder pasar una sola noche en el habitación principal. 
El tormento de una juventud que ya no contaba los minutos, sentía que la había matado hace tiempo por dentro.
Así fue como una tarde de invierno frío, de nieve blanca y pura dio dos vueltas de llave  cerrando la puerta de aquel pasado que tanto la entristecía y mientras esperaría quel resto de sus cosas llegarán a destino, tomó dos maletas de ropa, cuatro cajas con utensilios varios. Y con todo aquello que pesaba varios kilos, camino junto a la brisa que le congelaba los dedos, cargó lo más rápido que pudo las cosas en su auto, se frotó las manos y suspirando sintió decir adiós.

Hubiera sido mejor partir en primavera pero un impulso que no tenía nombre, no la dejaban mirar hacia atrás. Con todo y su propia vida emprendió un viaja del que sin saberlo, ya no tendría retorno. 

No fue fácil el trayecto, la nieve dificultaba el camino y Ania no quería llegar demasiado tarde. Sabía que las bajas temperaturas, entorpecerían el pasaje del agua a las canillas  y que sin electricidad en plena noche seria difícil pero no le temía al cambio brusco y de confort. Adormecida en su cuerpo, lo que tanto pedía su mente, al fin estaba cediendo a su voluntad. Por primera vez, su corazón estaba de acuerdo, por primera vez luego de tantos años y aún no lo creía.

El hielo, no daba tregua pero luego de siete horas la vio a lo lejos, perdida en la masa de un arboleda congelada, entera y de madera rodeada por aquel lago azul cubierto de escarcha.

"La casa de la laguna" como la llamaba de pequeña, un lugar familiar y la excusa de cualquier reunión de verano, olvidada por la ciudad moderna, vieja para el tiempo y bella como ninguna otra.

Su única herencia material que re-descubría luego de varios años. Siempre temió que alguien la ocupara  pero viendo el estado en la que se encontraba, confirmó que la soledad había sido la sola compañía de esa casa.

Dispuesta, a darle una nueva vida se prometió restaurarla, sin saber que los secretos de una casa abandonada revivirían con ella para bien o para mal y una mujer que había perdido la felicidad ya nunca, nunca más, volvería a ser la misma.


El interior, contaba con un salón iluminado por un gran ventanal que perdía la mirada, en un campo revestido de nada ahora pero verde y cautivo de flores en plena primavera. 
Ania, recordaba como de pequeña, se paraba frente a la ventana y borraba el aliento con su mano, cuando la emoción dejaba su nariz pegada al vidrio mientras cientos de luciérnagas, se lucían en las noches de verano. 

Fue en ese soñar despierta, que un ruido súbito la traería a la realidad. Era la nieve que caía desde el cielo hacia la chimenea y ahí, se dormía estática porque con tanto frío no lograba disiparse.

En pleno polvo y de euforia,  tomó la caja en la que había puesto trozos de madera y un encendedor e intentó hacer fuego con la mínima sensación que le prestaban sus manos.Entonces poco a poco, vio venir la llama que le devolvería el alma al cuerpo y dejando de castañetear los dientes, sonreía sola, tomando la última taza de té tibio y sin azúcar que traía en su termo.
Volver, le había ofrecido la calidad de una energía sin precedentes. Rodeada de trabajo, sin pensamientos aturdiendo el presente, era para Ania un renacer. 

Sin pensar, más que ese ese preciso instante, encendió la radio a pilas y comenzó lo básico...la limpieza. Era increíble como los muebles, seguían vivos bajo la protección de sábanas multicolores que su madre insistía, en dejar cada vez que la casa los despedía hasta la próxima vez. Demostrando que bien tenía razón y que gracias a eso, parecía que los años no hubieran pasado.
Luego de dos horas una mesa grande y otra pequeña, seis sillas, un sillón y un mueble con platos y vasos, se apoderaron del encanto de una casa de madera, abrigada por el repiqueteo de las brazas que se oían de fondo. 

Eran casi las seis de la tarde cuando la luz del día ya no se veía y cuando el cansancio comenzó a hacer aparición. Hoy no necesitaría la habitación pero si la cocina y alguna astucia para no congelarse, intentando tomar una ducha en el baño.

Por un segundo, tubo miedo de afrontar la noche sola y sin corriente eléctrica sabía, que su teléfono no le duraría mucho pero al menos hoy, la salvaría el estar agotada. 
Recostada, mirando el fuego, ligera se dejó llevar y se durmió pero 20 minutos después, un golpe la despertaría aterrada:


-Por Dios ¿Qué fue ese ruido?-Dijo Ania."Atontada,medio dormida, quiso encender una vela más. El ruido que se repetía proviniendo de la puerta, hizo que  Anía temblaba en medio de un negro azabache pero como pudo preguntó:-¿Quién es? -Mientras tomaba una madera espesa en modo defensa."Imposible, contar el tiempo que había esperado delante de la puerta, apilando el valor resentido en otras épocas donde no le temía a nada. Sólo un respiro profundo, una mano en el pestillo y otra en el pecho, le permitieron abrir la puerta muy lentamente.

Del otro lado una persona que vestía sin frío, abrigada de pies a cabeza, se presentó diciendo:

-Buenas tardes, mi nombre es Eloy, vivo en la primera casa al final del lago, he visto pasar su coche esta tarde y me sorprendió que parara aquí. Lo he sabido por el humo de la chimenea...Sólo quería saber necesitaba algo como verá, seremos vecinos-

Ania que comenzaba a sentir el fresco que se invitaba desde afuera. Cortó por lo sano y sin siquiera agradecerle, la molestia. Cerrando con impulso la puerta, digo:

-No, muchas gracias. Buenas tardes-

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