Revista Diario

La cultura del centro comercial

Publicado el 13 abril 2010 por ArÍstides

LA CULTURA DEL CENTRO COMERCIAL

NO HAY RIQUEZA TAN SEGURA COMO UN AMIGO SEGURO. L. Vives


Resulta llamativo que la palabra “ocio” signifique “negación del negocio” y que la moderna cultura del disfrute se desarrolle en esos grandes centros comerciales en los que precisamente lo más importante son las transacciones económicas. Generalmente son de fácil acceso, seguros, aislados de la climatología y permiten realizar las compras a los padres mientras los hijos disfrutan. Estas razones hacen de ellos lugares casi perfectos para desarrollar un tipo de cultura -quisiera remarcar esta palabra- que se muestra como referente social.

Los primeros centros comerciales reproducían el esquema de calles y en torno a ellas se disponían las tiendas. Se trataba de copiar el modelo social de la vida en los barrios, -a los que tan habituados estábamos todos- en los que primaban las relaciones de amistad y de vecindario. Para ello, aunque fuera en un simulacro artificial, sus constructores cuidaron las avenidas en un intento de que la vida social fluyera por su interior.

En la actualidad los nuevos equipamientos están en plena metamorfosis. Se construyen parcelando las zonas de consumo y tratando de reducir las relaciones sociales. En la práctica son grandes tiendas en las que los clientes acuden sólo a por el producto. Prima lo práctico y de esta forma se aislan entre sí las zonas (de comidas, supermercados…) en las que la vida social no se desarrolla, simplemente se reduce a un continuo pasar de personas.

Es evidente que la gente gusta de desplazarse los fines de semana; así, mientras unos se dirigen a la casa del pueblo o a su segunda residencia, los menos afortunados tunean su vida en el centro comercial, que les colmará de cuanto necesiten, pero en los que no hablarán más que de cosas vanales con las dependientas, mientras corren y manosean glamour e ilusiones. Y es que la oxitocina, la hormona de la confianza y del placer, nos hará felices al comprar, aunque sea por poco tiempo, pero el suficiente para que el cerebro no pueda sopesar correctamente nuestras decisiones consumistas.


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