Revista Talentos

La debilidad de la estructura

Publicado el 20 febrero 2016 por Lalomonsalve
LA DEBILIDAD DE LA ESTRUCTURA (por Lalo Monsalve)
Cuando estaba estudiando mi primera carrera universitaria, una de las asignaturas más interesantes era Ingeniería Rural. El profesor, además de saber bastante del tema, dominaba el lenguaje y se expresaba con gran perfección. Conocía en profundidad todos los elementos de construcción y estructura. Aprendí que vigas y cerchas soportaban determinadas "solicitaciones" y que el hormigón era capaz de aguantar pesos enormes por cada centímetro cuadrado.
Las administraciones públicas y las empresas privadas también poseen su propia estructura y organización. En ellas, el capital humano es esencial, desde abajo del todo hasta los más elevados niveles de jerarquía. Se asignan tareas y funciones y se distribuyen las responsabilidades. Pero, a veces, hay deficiencias que son importantes y trascendentes, con consecuencias no deseadas.
Se han puesto de moda las unidades organizativas de pequeña dimensión, en las que trabaja un reducido número de personas, de manera que, si se dan determinadas circunstancias, como es el caso de una baja por enfermedad o maternal o el disfrute vacacional, no hay recambio para reemplazar las funciones con otra persona a corto plazo. La asignación de recursos humanos es tan individual, e incluso especializada, que, en ausencia del actor principal, no existe nadie al mismo nivel o inferior que le supla en las tareas con suficiente eficacia y eficiencia.
En teoría, será a su jefe a quien corresponda asumir el trabajo y eso molesta y perturba. En una unidad en la que eres el único empleado, corres el riesgo de "comerte todos los marrones" y das la cara con "los de arriba". Si no tienes compañeros que efectúan las mismas tareas o similares que tú o bien no existen a tu cargo subalternos que conocen lo que haces y pueden sustituirte ante cualquier eventualidad, entonces estás muerto. Y la organización también puede entrar en pánico. De ahí, que la gente tenga pavor a pedirse demasiados días de permiso seguidos y el personal asume cargas laborales excesivas.
Se transmite desde la dirección el falso mensaje de que todos y cada uno de los trabajadores son imprescindibles. Por tanto, nadie puede enfermar ni solicitar un día de asueto porque es un lujo que ninguno puede permitirse. Y la empresa menos. En el límite, si se te ocurriera plantear un cambio de aires, serás llamado a capítulo y se te juzgará como una especie de traidor, "después de lo que todos (y la propia compañía) hemos hecho por ti".
No puedes marcharte, "eres un auténtico especialista en lo tuyo", "nos dejarías un agujero muy grande", "tu puesto no sería posible cubrirlo en unos días, ni siquiera en semanas o meses". Esta situación se da mucho en la Administración Pública, en la que, cada vez más, hay más jefes que indios, debido a un problema de mala gestión de la jerarquía por la vía de las relaciones de puestos de trabajo y a un déficit retributivo, que se ha pretendido resolver por la vía de la homogeneización, creando unidades sin una adecuada estructura, tratando de atender a determinados intereses, de manera injustificada.
La mayoría de los nuevos funcionarios de cuerpos y escalas superiores ocupan plazas de ciertos niveles que abandonan con rapidez, tratando de llegar a ser subdirectores o directores generales cuanto antes. No se suman los necesarios años de experiencia con carácter previo a tener opción a ciertos cargos administrativos. La libre designación prolifera de forma abusiva. Los concursos de méritos son pantomimas que pretenden formalizar meras situaciones de hecho.


Antes no era así y el funcionamiento de las organizaciones mucho más racional. No todo el mundo era jefe, ni lo procuraba a toda costa y lo más rápido posible. Había pocos altos mandos y mucho "indio" experimentado, que esperaba su oportunidad de subir en el escalafón, con paciencia, dedicación y esfuerzo durante una serie de años.
Tengo la impresión de que, en la actualidad, la estructura de los edificios administrativos es muy débil y ahora soy más consciente de que el hormigón armado no lo soporta todo. Los dictados de aquel profesor se han quedado a estas alturas en mera teoría trasnochada. Cimientos y pilares ya no son lo que leí en aquellos libros. Y en estos momentos agitados de la política, en la que el desgobierno acecha como una muy oscura sombra, abundo en la idea de que otra Administración es posible sin que resulte imprescindible retroceder a la época de las cavernas para buscar soluciones adecuadas y que esto no se hunda más de lo que ya está sumergido.
Es triste que este gran país tenga una deuda tan inmensa como lo que es capaz de producir. Eso no es cuestión de mala suerte. Sólo me resta mi enhorabuena a los gestores públicos y privados de tanto desastre. No lo hubieran hecho peor ni a propósito. O sí.

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