Revista Talentos

La falsa piedad

Publicado el 09 octubre 2015 por Gogol
  • By gogol
  • In Superación personal
  • Posted On 9 octubre, 2015
  • Tags Para inspirarte,reflexiones

¡Oh, déjame hablar a mí de esta falsa piedad, esposo, que conozco mejor que todos vosotros y me parece más perniciosa que el odio!
El odio, al menos, es actividad del corazón, es vida; y entras hay vida, hay esperanza de redención; el odio puede volverse amor en alguna manera; pero la falsa piedad adormece la conciencia, paraliza el corazón, mata el alma.
Yo he oído alabar la piedad de la ciudad mía porque con tributo o limosna sostenía muchos asilos, hospitales y conventos para viejos, para inválidos, para niños, para doncellas; para todo vicio, defecto y necesidad había asilo en la ciudad esta, y toda forma de oración y enseñanza tenia en ella sustituto, y por esto era alabada de muy piadosa.
Mas yo me revolví y dije: No de nuestra piedad son obras estas, sino de nuestro egoísmo. Cuando doy para el hospicio viejos, parece que quiero descargarme de todos los viejos. De la vida puede poner sobre mis hombros. Vayan allá, al hospicio, para esto doy, no quiero viejos en mi camino cuando doy para el hospital, es como si me librara del cuidado de todos sus enfermos. Cuando doy para los niños, me desentiendo de su educación y sustento, y hasta de orar parece que me desentiendo dando para el convento donde hay monjas que oran noche y día. Me desentiendo de todo y quedo tranquila en mi casa y mi regalo y en paz con mi conciencia. ¡Para esto doy!
¿Y es ésa la verdadera caridad? No; la verdadera caridad está en que yo atienda a mis viejos, a mi antigua sirvienta en mi casa, si no puedo crearle una suya; la caridad está en que yo me interese por la educación del huérfano que dejó mi vecino, el pobre, y le busque oficio y trabajo; en que yo visite al enfermo en su casa, y si no le puedo dar otra cosa le dé mi compañía y consuelo; en que vele porque la hija del campo no sea seducida y extraviada en la ciudad, y si ya cayó, la recoja con indulgencia y procure dignificarla; en que yo levante mi alma orando y enseñe, además, a los míos en mi casa.
Esta es la verdadera piedad; y si cada cual la practicara, no más que en la justa medida de sus fuerzas, con los viejos, y con los niños, y con los enfermos y desvalidos que más le tocan y cumpliese con todo lo suyo en su casa, yo pregunto:
¿Qué falta harían tantos asilos y hospitales y conventos? …

Juan Maragall,

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