Revista Talentos

La feria de las comidas

Publicado el 29 abril 2014 por Perropuka

La feria de las comidasEste fin de semana volví a la Feria después de cuatro años. Pensé hallarla renovada pero no había cambiado mucho salvo por un detalle. Con razón, durante ese lapso no he sentido ningún remordimiento por no haberla visitado a menudo, como todo buen cochabambino. ¿Qué me perdí? La contemplación de unas “damitas preciosas” (azafatas), como las llama un viejo verde metido a cronista, y nada más.
Resulta que la Feria Internacional de Cochabamba (Feicobol) había sido casi tan antigua como yo mismo. Mientras yo, paulatinamente, he envejecido, perdido pelo y me he tornado más escéptico; el evento anual más importante de la ciudad no parece haber alcanzado la madurez. Sigue ahí con lo mismo, ofreciendo comida y espectáculos al aire libre, como en una gran kermesse. También vende automóviles del año, por si acaso.
Habían construido un nuevo pabellón, una telaraña de acero denominada “esteroestructura” por su enjundioso arquitecto, sin duda soñando con el Pritzker. Pero la gran novedad y “megaobra” de singular envergadura, joya de la corona, había sido la nueva Plaza de Comidas, la más grande del país para orgullo de la capital gastronómica de Bolivia. Capaz de albergar de una tacada a tres mil comensales bien sentados, impresiona de verdad el tinglado. 
La  nueva terminal de comidas, por las lucecitas de los letreros y la distribución de los stands me hizo recuerdo a una terminal de autobuses en horario pico, sin duda marca un hito para la organización al haber concentrado la oferta en un solo sitio para que todo se vea más pulcro, eficiente y ordenado. Así los amigos de buen diente no tienen que corretear mucho para satisfacer sus apetencias. En cualquier caso, las cadenas de hamburguesas, pizzas, pollos, asados y demás industria del engorde no dan abasto a tanta demanda. En algunos sitios había que hacer fila correspondiente y esperar que algún cliente desocupara una mesa. Fue más mi curiosidad que mis ganas de comer algo. El aire impregnado a fritanga me sacó de allí al rato. Despavorido hui de aquel inmenso cebadero humano. Inevitablemente recordé que Cochabamba es también la capital avícola del país. Como están las cosas es difícil que se produzca una rebelión en La Granja. Entonces, a seguir embelleciendo la guata.

La feria de las comidas

Interior de la plaza de comidas

Un tanto desanimado proseguí con mi tour por los distintos pabellones, esperando encontrar alguna prueba que corroborara aquella etiqueta de “internacional”, por lo que he leído se iba a contar con expositores de 42 países. Sin embargo, no vi ninguna damita con aire sueco, ningún bávaro con su traje tradicional, ni chef francés, ni ojos achinados, ni nada. Ni rastros de una lengua extrajera, salvo el cuchicheo de algún estudiante brasileño. Después de revisar las etiquetas de mis calzoncillos de algodón, que adquirí seducido por los “precios de feria” recién descifré aquello de internacional: Made in Bangladesh. 
Sin duda muy creativos somos los vallunos que, para hacer bien internacional el asunto, bautizamos algunos sectores como Pabellón Americano o Pabellón de la Unión Europea, donde se ofrecen productos extranjeros, bien representados, eso sí, por empresas o concesionarios locales. O me van a decir que vienen rubios teutones desde la mismísima Alemania a ofrecernos chocolates y berlinas Mercedes. Nein.En cualquier caso, ningún producto importado brillaba por novedoso, excepto por unos relojes-celulares chinos de colores vivos que permiten la comunicación al estilo del Auto Fantástico y su piloto.  Yo andaba desesperado por encontrar un e-book fiable y apenas había ofertas tecnológicas que en otros países ya son materia superada. Mejor aspecto tenía el Pabellón Bolivia, donde mareado quedé con las propiedades milagrosas del noni y la uña de gato, muy bien presentados en coquetos envases. La artesanía en hierro forjado y madera tampoco estaba mal, pensaba en renovar mi cama pero los precios me espantaron. Característico de feria, que quieren amortizar hasta el alquiler de la sonrisa de la azafata.
Por nada del mundo me detuve en ninguno de los stands exclusivos de las grandes empresas donde lo típico es ofrecer un recital con música tropical en vivo, alternando con concursos donde se regalan suvenires, camisetas, llaveros y otros objetos muy cotizados por los coleccionistas de chucherías. Ni las caras de las siliconadas modelos eran novedosas. Qué top model ni qué Magníficaspara sacarme una foto con ellas, además conservo todavía el sentido del ridículo como para posar enano al lado de una fémina imponente de cuello largo y tacones hasta el techo. Mejor rodear el área como quien ronda un campo minado.
Pronto quedé hastiado por tanto gentío desordenado. Todo el mundo ufano con su bolsa de compras para testimoniar que estuvo en la Feria. Yo estaba con las manos vacías pero me sentía más agotado que un estibador. Los pasillos son tan estrechos que se convierten en senderos de hormiga. Hervideros humanos que acrecientan mi misantropía galopante. Hasta las calles entre los pabellones se tornan asfixiantes a pesar del cielo abierto. Cada cierto trecho el ruido molesto de las amplificaciones ponía a prueba mi paciencia. Como una Babel costumbrista en plena ebullición es nuestra feria, digan lo que digan.

La feria de las comidas

Este modelo no pudo participar de la exposición por exceso de creatividad



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