Revista Literatura

La Huida

Publicado el 28 agosto 2011 por Unagiland @unagiland_blog
Corríamos por la calle como si la vida nos fuera en ello. Él me cogía fuerte de la mano mientras gritaba "Vamos! No podemos parar ahora!". Obviamente yo me preguntaba de qué coño estaba hablando porque no entendía qué estaba sucediendo. Pero de pronto tomó un desvió y entramos en una tienda de ropa.
- Métete en el probador. Ahora te traigo ropa. - me dijo aun agonizando por la carrera.
- V-vale.
Me estuve probando ropa que iba desde el look de secretaria sexy, hasta uno más indie, pasando por un cómodo chandal. En efecto, seguía sin saber por qué debía hacer todo eso. Me estaba preguntando qué hacer con la ropa con la que había llegado cuando se corrió la cortina del probador (como por iniciativa propia) y pasaron una madre con su hijo mirándome fijamente:
- Mamá, no es ésa lady Holmes.
- No hijo, lady Holmes nunca vestiría eso. - contestó colocándose mejor las gafas y dudando de sus propias palabras.
Desconcertante. Pensé.
- Vámonos! - yo esperaba no tener que correr de nuevo, pero mis esperanzas fueron vanas. Volvió a cogerme de la mano y, por otra puerta, regresamos a las calles. Ahora parecíamos estar en el meollo del centro de una gran ciudad en hora punta: había coches por todos lados, taxis de todos los colores, con algún conductor con medio cuerpo fuera de la ventanilla gritando insultos a diestro y siniestro. - Tenemos que llegar a la zapatería. La llevan unos chinos. Ellos nos harán desaparecer. Estos chinos saben cómo hacerlo sin que nadie te pueda seguir el rastro.
El comentario racista y un tanto inquietante quedó eclipsado por la sonrisa que me dedicó. Me dio confianza. No sabía por qué demonios tenía yo que desaparecer, pero estaba convencida de que los pobres asiáticos que trabajaban en una zapatería como tapadera lo conseguirían.
Entramos en la tienda, que daba a una esquina, y se produjo un alud de gritos en un idioma que no entendía (chino, por supuesto), pero que él sí conocía. Se apartó un poco de mí y se puso a hablar en chino con el que parecía el gerente de la tienda, cuando las sirenas empezaron a sonar. Decenas de coches de policías se acercaban y de pronto tuve la certeza de que era por nosotros. "Demasiado tarde, nos han encontrado", me encontré pensado. Abatida como estaba, me senté en el suelo, cerca de un rincón desde el cual no se veía muy bien qué sucedía por la calle, pero por el ruido era fácil deducir que nos habían rodeado. Le miré.
- Todo saldrá bien.- dijo.
Me levanté, aún mirándole a los ojos, y me sentí más fuerte que nunca. Si habíamos llegado hasta allí (y ni sabía cómo) no podrían pararnos. Dimos un paso fuera de la tienda y observamos la avalancha de coches con sus luces encendidas en la calle de enfrente y en la lateral izquierda que daba con la esquina. Era imposible huir por la derecha, había una valla. Empezamos a correr sin sentido, como dos tontos que intentan hacer tiempo, pero un par de coches policiales abrieron un camino por el que empezaron a entrar unos androides de aspecto robótico (a lo Yo, Robot), que parecían seres humanos con una capa transparente sustituyendo la piel, con sus venas y arterias visibles a cualquiera. Asqueroso.
Se acercaban cada vez más deprisa, con una mirada severa que indicaban que iban a matar. Yo solamente deseaba que no me tocasen esas viscosidades.
Él me cogió del brazo justo cuando uno me iba a agarrar y volé por encima del monstruo, llegando al otro lado y dejándole a él entre nosotros. Me di la vuelta y me encontré con un furgón blindado que podía ser nuestra salvación. Corrí hacia la puerta del conductor pero la manecilla se rompió.
- Qué haces? - me preguntó. Ya no estaba junto a esa monstruosidad, sino que se encontraba al lado de un policía de uniforme. Ambos me miraban como quien mira a un niño que ha roto algo valioso y diciendo "eso no es un juguete...".
- Se ha roto...- contesté sin poder articular ninguna palabra más.
- Ya lo sé. Pero se puede saber por qué lo tocas? - parecía que reinaba la calma. Todo el mundo seguía en la misma posición, seguíamos rodeados, pero solamente me miraban.
- Para escapar. No es eso lo que debemos hacer?
- Para escapar conmigo? - de pronto se le iluminaron los ojos. Yo no entendía nada, ¿acaso no era lo que llevábamos haciendo todo el rato?
- Pues claro, con quién sino?
- Te quiero, nena. - me dijo sonriendo felizmente mientras se acercaba y me besaba.
- Yo también te quiero, Aaron Paul.
- Por el amor de Dios, es que no puedes tener un sueño normal? - me dijo mi amiga, aún atónita.
- Sí, lo sé, estoy enferma...

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