Revista Literatura

La inquietud

Publicado el 06 febrero 2018 por Sara M. Bernard @saramber

La inquietud

Todos los colores de pelo transitados en 2017


Intentaron advertirme, pero me hice la sorda. Pesadillas en las que un rayo rojo caía dentro de un tornado, y el tornado se convertía en llamas y lo arrasaba todo. 
Cómo va a ser, es casualidad. 
Intentaron advertirme, una de las peores noches en que no podía concentrarme estudiando los exámenes porque un torbellino danzaba en mi interior, distrayendo. ¿Y por qué no tiene tiempo ni para una cena? ¿Por qué no pasa la noche conmigo, siempre con excusas? Cuando las primeras lágrimas escaparon ojos abajo, cayó también el famoso rayo de tormenta sobre la Torre, sobre el pararrayos de la Torre, produciendo ese sonido de derrumbe que me cortó la respiración. El faro en activo más antiguo del mundo occidental se apagó por unas horas. Sí tenía tiempo para cenar, ir a tomar copas, y dormir y lo que no es dormir. Pero con otra. Justo a la misma hora que el rayo. 
Cómo va a ser, la casualidad. 
Me hice la sorda. Somos humanos, agua y aceite, judíos nacionalsocialistas y negros del Ku Klux Klan. Feministas que se dejan engañar por el efecto del hombre bueno, cómo va ser, si es una excelente persona que cuida a sus amigos, a su familia, que cuida a sus compañeros de trabajo, es buena persona, cómo va a ser que a ti no te cuide ni te escuche, que tus actividades e intereses no le importen lo más mínimo, o sólo cuando puedes postergarlas para abrirle la puerta de casa, a la hora que le venga bien. Cómo va a ser un irresponsable cuando en el resto de relaciones emocionales con otros seres humanos es un encanto. El espejismo del hombre bueno. 
Es la excusa en la que se apoyan los hombres corrientes, levantada sobre milenios de tradición: qué importa cómo de tóxico trates a otro ser humano en una supuesta relación de pareja, eso es privado, así de puertas hacia fuera puedes ser excelente amigo, compañero, feminista, defensor de los animales, humanitario.
Los Señores de la Tormenta intentaron advertirme pero no sirvieron ni las centellas ni los vientos. A veces hay que aprender por las malas. No sirvió el impulso, venido de ninguna parte, que me poseía todas y cada una de las veces después de una tranquila tarde de café como amigos. El impulso, la necesidad de cambiar el color de la cabeza hasta casi completar los 9 colores de la señora de la Tormenta. Porque la dependencia química/sexual fue fácil de eliminar, sin apenas esfuerzo. Ni dolor ni pena. Tampoco había rastro de dependencia emocional. Sólo la inquietud, que venía de ninguna parte. Era un aviso insistente de que la realidad estaba delante de las narices pero insivible: a toda costa él trataba de mantener su espejismo de hombre bueno y respetable. Como si las lágrimas, los exámenes suspensos, el libro retrasado, las actividades personales pospuestas, las opciones de formar una familia con otras personas o las conversaciones en las que miraba el móvil mientras mis palabras se perdían a la pared no hubieran existido nunca.
El hombre bueno, al que llevas dos años expresando bien claro lo que necesitas (pero no atiende porque no eres amigo, amiga, compañero, familia ni persona a la que respetar) y ni las hace ni te deja ir. Pero que asegura de repente que te deja ir para que vueles libre, oh qué magnánimo soy ahora, vuela libre cuando ya te he triturado las alas sin que te des cuenta.
Cuando el espejismo se ha disuelto, la liberación de un asimilado síndrome de Estocolmo ha hecho que desaparezca ese pellizco con forma de dolor insistente de pulmón.
Llevaba todo un año doliendo, sin darme cuenta.


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