Revista Diario

La metamorfosis

Publicado el 12 octubre 2013 por Anaesther
Salamanca. Viernes. Seis y cuarto de la tarde. Una estación de autobuses repleta de estudiantes impacientes por retornar a sus hogares. Prisas, ruido, humo, mierda. Y en medio de aquel tejemaneje de ritmos, allí estaba él. Tirado en ese banco, maltrecho, hundido, pegado a una botella de alcohol traspasada por los rayos de sol que la tarde dejaba a su paso como un regalo mal avenido. Nos sentamos a su lado, mi maleta y yo. Ella silenciosa, yo trastabillando por el peso de mi compañera. El ruido le despertó. Dio un brinco cuasi imposible. E inmediatamente me lo imaginé echando a correr, perseguido por los guardias de seguridad de la estación, en una versión charra de Trainspotting. Pero no. Cuando desperté de mi pequeña ensoñación, él seguía ahí. Inmóvil, como suspendido en el aire después del salto. Parecía levitar sobre los maderos del banco. En diagonal, como una flecha que no acaba de llegar a su destino. Me pregunté dónde quedaría clavada esa flecha. Cuál sería su objetivo, qué buscaba. De pronto, se levantó, se estiró, agachó la cabeza, se adecentó como buenamente pudo con unas manos que destilaban mugre, y se volvió a sentar. Echó un vistazo rápido a mi maleta y me miró sonriendo.- ¿No tienes miedo de estar sentada al lado de un perro maloliente como yo? – me espetó, así, sin más.Mi capacidad de reacción se vio bruscamente sorprendida, y sin saber qué decir, le devolví la sonrisa unos segundos, esperando encontrar una respuesta interesante más allá de una simple negación o afirmación a una pregunta tan pícara.- ¿No tienes miedo de estar sentado al lado de una falsa inocente como yo?
Su sonrisa se ensanchó. Tenía los dientes carcomidos, pero muy blancos, lo que me hacía pensar qué tal vez su historia fuera más compleja de lo que aparentaba.- ¿Acaso llevas algo en esa maleta con lo que estés dispuesta a hacerme daño? – me respondió, dirigía su vista y sus dedos hacia mi compañera de viaje que reposaba al otro lado. - Nunca se sabe. Todo depende de lo que haya elegido llevar en mi maleta. - Ah, amiga. Las cosas que elegimos introducir en nuestra mochila pueden ser demasiado traicioneras. Puedes meter un suave paquete de pañuelos, que si lo sabes usar bien podrán servirte para acariciarte la cara o para hundirlos con cloroformo en las bocas de otros. Sus palabras me dejaban tan ensimismadas que no pude evitar sacar un paquete de pañuelos del bolsillo del pantalón y entregárselo. Rara vez suelo llevarlos encima, pero aquella era una ocasión especial, y el karma parecía haberme avisado antes de salir de casa.- Y tú –le inquirí con interés tendiéndole el paquete de pañuelos-, ¿qué harías con ellos? - Tal vez intentar ahogarte. O quizá simplemente venderlos. De cualquier modo, hagas lo que hagas en esta vida siempre te la van a meter doblada. Si me los quedo, me los robarían. Si te los quedas, te los robo. En esta sucia sociedad, yo no elegiría mantener nada por mucho tiempo. Solo a mí mismo. Y tú pareces buena chica. Me entiendes.  - ¿Crees que te los robaría? - Creo que no. Y ese es el problema. La sociedad vive en descompensación. Los buenos traéis pañuelos mientras que los malos os los robamos. Yo hace tiempo elegí ser bueno, de los muy buenos, además. Por circunstancias que el alcohol me ha hecho olvidar, me volví de los malos, de los peores. Hagas lo que hagas en esta sociedad, te la van a meter doblada. Por eso elegí ser de los malos. Me la van a meter doblada igual. Pero al menos, puedo estar orgulloso de que nos hayamos encontrado. Toma tus pañuelos. No te los voy a robar. Total, estamos jodidos igual.Los recogí en el preciso instante en el que la megafonía llamaba a los andenes. Me levanté, saqué mi Metamorfosisde Kafka del bolsillo del abrigo y se lo entregué.- Estamos jodidos. Pero las transformaciones existen, tanto para bien como para mal. Y de todas ellas podemos aprender.  Y me fui, pensando en si todo aquello había sido real o tal vez un sueño.La cuestión es, que todo esto había pasado en cuestión de cinco minutos.La cuestión es, que cuando mi autobús partió, él ya no estaba allí. Ni él, ni mi libro. Ana

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